Princesses parking only
"Princesses parking only. All others will be toad” read, in English, the pink sign, on a pink wall above their heads. And princess they certainly were. They ignored what the sign said, they did not even care about that. It is hardly if they knew how to read. When they were children, little girls did not used to attend the school.
Every summer, in the late evening, the group of princesses is in the habit of sitting down on the little square bench. Both, the bench and the sign had been put there by the landlady, the owner of the only house on the square’s corner. A few of them bring their own chair and another one turns up even with her dog, a limp mutt of a mixed breed that has been accompanying her for years. On the ground, a duel of walking sticks. And then, the chitchat starts, lively dialogue of deaf while their voices mix up to the rejoicing cries of swifts across the sky.
It is cold today. In the corner of the little square the wind makes the leaves swirl and the air still echoes the voices while the landlady’s shadow glides over the void space.
But … Who took the bench? Only the forgotten sign remains there waiting for another summer during which, under its legend, probably, its princesses will sit again.
Traducción
“Parking solo para princesas. Cualquier otra persona se convertirá en sapo” rezaba, en inglés, el cartel rosa, sobre una pared rosa encima de sus cabezas. ¡Y ellas, eran princesas! Ignoraban lo que decía el cartel, tampoco les preocupaba, pues apenas les habían enseñado a leer. En sus tiempos, las niñas, no solían ir a la escuela.
Cada verano, al caer la tarde, el grupo de princesas acostumbra a sentarse en el banco de la pequeña replaceta. Ambos, el banco y el cartel fueron colocados por la dueña de la casa que da a uno de sus rincones. Algunas acercan su propia silla y otra hasta viene con su perro, un chucho renqueante y de raza indefinida que lleva años acompañándola. En el suelo, duelo de bastones entrecruzados. Y luego la cháchara, animados diálogos de sordas mientras sus voces se confunden con el griterío de los vencejos cruzando el cielo.
Hoy, hace frío. En el rincón de la replaceta el viento arremolina las hojas y el aire trae un eco de voces mientras la sombra de la dueña de la casa planea sobre el espacio vacío.
Pero… ¿quien se ha llevado el banco? Solo el cartel permanece olvidado a la espera de un nuevo verano en el que bajo su leyenda, quizás, vuelvan a sentarse sus princesas.
Cristina Gregorio
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