El Depto. de Ruso de la E.O.I.1 organizó un viaje a Moscú en Semana Santa del año pasado. La mayor parte de los participantes eran estudiantes y antiguos alumnos del centro. Las fotos que aparecen a continuación son un pequeño testimonio del viaje.
El texto que aparece antes de las fotos pertenece a un hermosísimo libro de Juan Eduardo Zúñiga, El anillo de Pushkin, lectura romántica de escritores y paisajes rusos. Los nombres de alguna ciudad ha cambiado, el número de habitantes también, terminó de mala manera la U.R.S.S., pero
¡Ay, Moskvá, Moskvá
cabeza dorada piedras blancas!
Qué diferente origen y significado tuvo en comparación con la actual Leningrado, esta cabeza dorada sobre blancas piedras a la que se han dirigido tantos ojos turbados en busca de aliento o inspiración o refugio a lo largo de la historia. En 1147 se la menciona por primera vez; entre ríos y bosque se formó como un campamento de nómadas, en forma circular y las líneas concéntricas de sus cercas le hacen compacta en torno a plaza Roja que antiguamente equivalía a decir plaza Bella. El Kremlin fue una fortaleza de madera alzada en un pequeño altozano sobre el río que le da nombre. Gran centro comercial, atrajo pronto a extranjeros y a las caravanas asiáticas con los productos más preciados de Oriente. Sufrió incendios e invasiones como todas las ciudades rusas, y en 1671 un español que la visitó, Pedro Cubero, dice que tenía seiscientas iglesias con sus cúpulas brillando al sol.
Esta es la primera visión de la ciudad que se ofrecía a los viajeros: un resplandor dorado cerniéndose sobre los tejados como aureola de oro de un icono. Aleksandr Pusshkin exaltó esta cúpulas que aún hoy sorprenden con su intenso colorido.
He aquí Moscú, sus blancas piedras
y aunque viejas, bajo el oro de sus cruces,
las cúpulas brillan como brasas.
Moscú era maternal, una entidad femenina para León Tolstoi que lo afima así en Guerra y Paz: "Contemplando a Moscú no hay corazón ruso que no le crea una madre. hasta los extraños, sin darse cuenta de su papel maternal, se sorprenden ante su carácter esencialmente femenino".
El poeta lermontov la humanizo igualmente: "Amo el brillo sagrado de tus cabellos blancos" escribe a mitad del siglo XIX cuando tenía unos trescientos mil habitantes y los cronistas precisan que contaba con doscientas noventa y cinco iglesias. Ese número de habitantes hoy se ha multiplicado hasta los ocho millones y la vieja Moscú ha sido renovada totalmente.
En 1812 el ejército de Napoleón llegó a sus puertas pero no pudo conquistarla. La ciudad prefirió sucumbir a las llamas y en pocas horas fue una ruina humeante. Antes, el emperador francés la había contemplado desde unas alturas que la dominan. Tolstoi describe el episodio de esta forma: "A la citada hora del día indicado, Napoleón a caballo en medio de sus tropas, examinaba desde lo alto de la montaña Poklonaia el panorama que a su vista se ofrecía. La luz de la mañana inundaba la ciudad como un reflejo fantástico. Extendida a los pies de la Poklonaia, con sus jardines, sus iglesias, su río, sus cúpulas brillantes cual lingotes de oro y sus extraños edificios, Moscú parecía vivir su vida habitual."
Ciudad que atrae como una promesa y Chejov pone en boca de Olga, una de las jóvenes de tres hermanas, la reveladora confidencia: "Hoy por la mañana cuando desperté, vi raudales de luz, vi la primavera, sentí que mi alma se llenaba de alegría, de intensos deseos de ir a Moscú."
Después de la revolución del 17, volvió a ser capital no de Rusia sino de la U.R.S.S. tras dos siglos de haber perdido este privilegio, pero ¿en verdad lo había perdido? Cuántos personajes de Turgéniev, de Ostrovski, de Gorki, son hijos de Moscú y cuántas veces se recorren sus calles, sus barrios en las novelas de Fedin, de Kaverin, de Boris Lavreniov, de Valentin Kataev, de Nikolai Ognev, que han llevado de la mano a los lectores y es han demostrado cómo una ciudad es, por excelencia, nutritiva sustancia literaria.
El anillo de Pushkin, lectura romántica de escritores y paisajes rusos, Juan Eduardo Zúñiga, Bruguera, 1983, p. 39-41.
Siete años más tarde del texto de Zuñiga, otro escritor español, Vázquez Montalbán, hablaba del "Moscú esperanzador de la prestroika, un Moscú todavía frágil, como una salsa mayonesa difícil de ligar" (Moscú de la revolución, Planeta, 1990, p, 11). La mayonesa se cortó irremediablemente y en su lugar llegó el capitalismo, lo peor del capitalismo, con sus cosas buenas para demasiados pocos, se tiene a menudo la impresión.
Pero, a tenor de las fotos y de las impresiones recabadas del viaje, el visitante de Moscú queda tan fascinado por la ciudad como quedó Napoleón. No es mi caso, que hace ya tres años preparo las entradas que comentan los sucesivos viajes que ha organizado en Depto. de ruso, pero nunca he podido tomar parte en ellos. Parafraseando al otro:
«¡Qué lejos por mares, campos y montañas!
Ya otros
soles miran mi cabeza cana
Nunca fui a Moscú
Mi cabeza cana, los años perdidos.
Quiero hallar los viejos, borrados caminos.
Nunca vi Moscú.
Nunca vi Moscú.
Dadle un ramo verde de luz a mi mano.
Una rienda corta y galope largo.
Enlaces a otras exposiciones organizadas junto con el Depto. de Ruso: