sábado, 7 de noviembre de 2015
viernes, 6 de noviembre de 2015
El desantropomorfizador de perros
Mi perro está antropomorfizado, el desatropomorfizador que lo desantropomorfice, buen desantropomorfizador será. Será Fernando Savater.
lunes, 2 de noviembre de 2015
No son basuras, que son instalaciones artísticas/no son instalaciones artísticas, que son basuras. La prueba del algodón: si no es barroco, es barraca
La relación entre la basura y el arte contemporáneo es tan estrecha como la del barroco con la escatología. Allí donde miras aparecen objetos reciclados o restos de basura como en siglos pasados aparecía polvo enamorado en los sonetos o calaveras por doquier en los cuadros.
En su Diccionario de las Artes (Planeta, 1996), F. de Azúa ya señalaba que, en una galería de arte, no es rara la confusión entre los útiles de limpieza y las obras expuestas:
“Durante muchísimos años, las obras de arte se producían en los talleres y en los estudios, pero en la era
Crucifixión en Praga, a orillas del Moldava, hecha con zapatos viejos.
moderna y debido a la penosa tarea de esclarecimiento a que se ha entregado la artisticidad, solo podemos afirmar que una obra de arte es una obra de arte si se produce en una galería. Incluso, en ocasiones, podemos sufrir una confusión y tomar, por ejemplo, los útiles de limpieza de una galería por una obra de arte. No sería la primera vez que tal cosa sucede”. (Azúa, Félix de, Diccionario de las Artes, Anagrama, 2002, p., 169)
Es pues la galería de arte, la que inicia el proceso de trasfusión de lo artístico a la obra, como si fuera de su ámbito nada pudiera ser arte y, viceversa, cualquier cosa pudiera convertirse en arte al traspasar su umbral. La galería equivale al puro glamour, trasunto del olor de santidad laica. Es como entrar a una discoteca en la que un formidable portero, figura en negativo de Petronio, decidiera si eres o no de la grey elegida. El museo de arte contemporáneo ya constituido sirve para contemplar lo digno de encontrarse en la futura arca de Noé en la que se salvarán las obras destinadas a permanecer una vez haya ocurrido la gran catástrofe, un hechoque no acaba de ocurrir, pero cuya amenaza está viva y, por eso mismo, actúa sobre nosotros con gran fuerza. En la galería de arte o en las exposiciones temporales de los museos, sin embargo, se encuentra lo que se está cociendo, aquello que está siendo santificado antes de entrar en el museo. Quizá por eso mismo, porque aún no ha sido definitivamente ungido, puede ser confundido con lo que está fuera, donde no hay más remedio que limpiar después del guateque. Ya lo decía además el mayordomo de la Bella y la bestia, de W. Disney: Si no es barroco, es barraca
Se hacen eco este finde los periódicos de occidente, tan globalizados, por desgracia, como las calles de tiendas de las grandes ciudades del mundo de las ciudades europeas, de la enésima entrega del mismo ritual, el de la diligente señora de la limpieza que se ha deshecho de una instalación al haberla confundido con lo que precisamente quería imitar, los restos de basura y desperdicios que siguen a una fiesta, pero convertidos en símbolos escatológicos de la decadencia y la banalidad. La instalación en cuestión se
Detalle la instalación ¿Dónde vamos a bailar esta noche? (Fuente de la imagen)
llamaba ¿Dónde vamos a bailar esta noche?, de Sara Goldschmied y Eleonora Chiari y el lugar de los hechos ha sido esta vez Italia, el museo de arte moderno de Bolzano (más detalles de lo ocurrido) .
Antes y después de la intervención de la diligente limpiadora que hizo pasar la prueba del algodón a la obra (Fuente de la imágenes):
Se sabe que las autoras ha colaborado en la reconstrucción del la obra. Lo que habrá dicho la señora de la limpieza no ha trascendido a la prensa.
La penúltima entrega de este gag ilustrativo de los designios del arte fue en Dormunt, donde una encargada de la limpieza, una especie de hada benigno maligna, si queremos dar al asunto el rango de fantasmagoría, destruyó parte de la instalación del artista Martin Kippenberger al deshacerse del yeso que contenía un recipiente de goma negra situado debajo de una estructura de madera, de dos metros y medio de altura. La obra se titula(ba) “Cuando el techo empieza gotear” y estaba asegurada en unos 800.000 euros. Y es que es difícil engañar a quien sabe que cuando el techo empieza a gotear, tarde o temprano, hay que cambiar el cubo.
La obra dañada de Kippenberger (Fuente)