Leo en algún sitio que I. Calvino criticó la peli por excesiva complacencia con los vicios italianos. No encuentro su crítica por ningún lado. La última vez que estuve en Italia me compré tres volúmenes de sus obras completas en los Meriadiani, pero en la versión de quiosco, cinco veces más barata que la de las librerías. No pillé sus Saggi . Mejor así quizá, su lógica impecable se hubiera apoderado de mí y me habría arruinado esta entrada.
El título de la película en inglés y en francés da idea de quién es uno de los protas, un jeta, una aprovechao, un julái, un viva la virgen de la estirpe del nobilísimo ducado de Gürtel, pero de la rama italiana. Gassman encarna a ese personaje y, además, es muy apuesto, charlatán, excesivo, aunque no lleva bigotes tipo avida dollars. Trintignant, el apocado, podría ser un futuro juez al que su antiguo amigo corrompería diez años después. Algo así pasó en Marbella no mucho ha.
La peli es del 62 y también está ambientada en esos años de bonanza económica, el equivalente de aquella España posterior - siempre retrasada, hasta en lo malo- en la que según un ministro, oficiante de aquella fiesta del dinero fácil, quien no se hacía rico era porque no quería o era tonto, que viene a ser lo mismo. Ya decía Totò que los ministros pasan, los hombres quedan. Risi, su director y coguionista con Scola y Maccari, nos cuenta la banal Odisea de los dos personajes por Roma y después en viaje hacia la playa el día de la virgen de Agosto (Ferragosto, de ferieae augusti). Qué lejos queda ya el hambre de aquella otra jornada de Ladri di bicliclette. Allí también había charlatanes, pero personajes como el de Trintignant, del que se oye más su voz interior que el verdadero timbre, hubieran sido inconcebibles.
Quizá Calvino, al reprochar a Risi su complacencia con los vicios del país, consideró que a fin de cuentas Gassman promete más de lo que mete. Se intuye su falta de honestidad, pero casi da pena por inofensivo, por ligón de opereta, por gorrón de poca monta, por fanfarrón a lo bilbaíno de chiste. Vamos, que si no fuera por la criminal inconsciencia que le cuesta la vida al cortao de su colega, nos caería incluso bien.
En esta escena Gassman baila con una mal casada, cuyo marido, commendatore, fanfarronea sobre sus negocios en una mesa no muy distante. Se trata de lo que vulgarmente se conoce como un calentón extramarital, es decir, una excitación entre voluntaria y no que no se resuelve de forma natural, a veces ni siquiera al llegar al dulce hogar. Y él, pues lo que le dejen. La gracia está en que los protagonistas van comentando la cosa, como si estuvieran retransmitiendo un partido que se juega en el campo de al lado. No se ve el cuarto de máquinas, pero la manera de presentar la situación me hace pensar en esas escenas con la pantalla partida por la mitad, con dos momentos o dos perspectivas de lo que está ocurriendo. Nosotros vemos los síntomas, las sacudidas superficiales, las réplicas que llegan desde sus (epi)centros. Hablan, sabiendo que el resultado del encuentro está cantado y, parafraseando al poeta, nos revelan su corazón, “un corazón infiel,/ desnudo de cintura para abajo/ hipócrita lector –mon semblable, –mon frére! (J. G. de Biedma).
Esta foto contiene el cartel censurado de la película que se utilizó en España. La publicó El Mundo hace unos meses. El censor, que lloraba lagrimones de Eros, supo apuntar allí donde más pecado había, como en el romance:
Otra pequeña escena de no baile. El estupendo no bailarín es incapaz de participar en el rito colectivo. Querría esfumarse, pero el magnetismo de su amigo y el vapor que sale por la válvula de su represión le mantienen allí. Entonces, busca refugio en un teléfono. No hay ying sin yang y estos dos personajes, como el día y la noche, tomados así, de uno en uno, serían como polvo, no serían nada.