viernes, 30 de mayo de 2014
Mar afuera. Visión de verano que no puede ser.
(Fuente de las fotos. Autor: Umberto Agnello)
Los que malviven entre las rocas de los acantilados, en los puertos de pescadores, en paseos marítimos, batidos y destapados a cada instante por sábanas informes, son seres inermes, agarrados de por vida a lo mismo. Su única fortaleza reside en las ventosas con que se aferran a las rocas, a los húmedos postes que sujetan las tablas por las que pasean los turistas. No son los reyes de los océanos, no son delfines alegres como escolares durante el recreo, constipadas ballenas indiferentes a su aspecto grotesco, bravos atunes, apolos del mar, que recorren el mundo sin pereza. Son seres imposibles, grises funcionarios acunados por la rutina de las mareas. Un día, por herencia, buscaron refugio, no daban para más. Hoy ya no sabrían vivir lejos, en alta mar, luchando con las corrientes sin amarraderos. En horas de trasiego, cuando bate el mar, los ves semiescondidos, fingen estar ocupados en su trabajo, en sus cosas, pero solo piensan en no soltarse, en evitar las corrientes. Con la bajamar, quedan a la vista de los bañistas en los embarcaderos, en la arena de la playa, al alcance de niños depredadores, y en un momento de descuido se dejan atrapar en cubos de plástico, en redes, rutinas de verano familiar.
Son como recuerdos desterrados de uno mismo, visiones fugaces de lo que somos, espejo de una existencia que nunca sabe ser del todo.
miércoles, 28 de mayo de 2014
La poética de la fotografía de moda. Gian Paolo Barbieri
Me topo con un anuncio de una exposición (Gian Paolo Barbieri. La seduzione della moda, a partir del 6 de junio) de 58 de sus fotos de gran formato mientras leo el primer volumen del magnífico ciclo narrativo de Elena Ferrante -nombre bajo el cual no se sabe si se esconde un o una escritora-, formado por La amiga estupenda (L’amica geniale, 2011), La historia del mal nombre (Storia del nuovo cognome, 2012) y Storia di chi resta e di chi fugge (2013), todavía por traducir. En distintos momentos del primer volumen se dibuja un ideal poético que, a mitad de camino entre la paráfrasis y la cita, podríamos decir que consiste en tomar los hechos y cargarlos de de tensión con total naturalidad, reforzar la realidad reduciéndola a palabras, inyectarle energía (p. 126 de la edición italiana), lejos del estilo de Donato Sarratore (el personaje ferroviere-poeta), lleno de palabras altisonantes, frases hechas, esclavo de la fatua emoción. Una de las dos protagonistas, fruto de sus ejercicios de escritura y de sus innumerables lecturas, ha sido capaz de hacer oír su voz a través de sus texto, cuidados, carentes del artificio y amojamamiento que a menudo está ligado a la palabra impresa, fruto de una escritura que permite sentir el pulso de su autora, depurada de la escoria de la oralidad, de su característica confusión (p. 222 de la ed. italiana). Bajo su aparente facilidad se esconde un arduo trabajo que incluye tachar, cambiar el orden, volver a copiar íntimamente (p. 296-7 de la ed. italiana).
Y, viendo las fotos de Barbieri, tan sofisticadas, glamurosas, me pregunto si hay algo en ellas de la poética sentida, pero elaborada, de Lenú, de Lila, las protagonistas de la novela de Ferrante. Me respondo que sí, que aunque los famosos se vistan de monas, un buen fotógrafo logra rescatar los restos de una voz auténtica, los gestos que arrastran, la vida que late y que es tan difícil transmitir sin vana retórica. Esa luminosa transparencia, la aparente facilidad de estilo cuando está aquí conseguida es en medio de una selva de oropeles que se desprenden del corazón de la vanidad, del lujo, sitiada por joyas, pieles cueros, velos, seda que se empeñan en disolverla, en negarla. En ese contraste entre extrema verdad y extrema mentira está la virtud y la tristeza que destilan algunas fotos de Barbieri.
(Fuente de las fotos, todas de G.P. Barbieri)
S. Loren
R. Nureyev
Apollonia
A. Huston
T. Savialova
(Fuente de las fotos, todas de G.P. Barbieri)
Monica Bellucci, Milán, 2000
Katy Quirk, Vogue Italia, 1977.
Cinzia Corman, Vogue Italia, 1968.
Lilò, Vogue Italia, 1979.
Jill Kellington, Vogue Francia, Port Sudan 1974, traje Missoni.
Isa Stoppi, Vogue Italia, 1979.
lunes, 26 de mayo de 2014
Ecce Penocho. “El hada miente, por lo menos dos veces” (1)
Creo que lo decía Santo Tomás y lo repite Coetzee, no somos dueños de nuestras erecciones. Tampoco Pinocho lo era de su nariz. Somos un cuerpo incontrolable como es un cuerpo cualquier otro animal, pero, a diferencia de ellos, al tiempo, tenemos un cuerpo que no podemos controlar del todo, que tarde o temprano se manifiesta, a menudo contradiciendo a la voluntad. Entre el cuerpo que se es y el que se tiene media la conciencia, todo aquello que nos hace seres excéntricos, desdoblados, observadores de sí mismos, reflexivos. Así es la condición humana, fronteriza, en desequilibrio permanente, en el mejor de los casos. Lo humano no constituye tanto una categoría en sí misma como una negociación entre categorías. Si no existes más que en tu inmediatez, si sólo vives y experimentas, tu cuerpo es en demasía y corres el riesgo, por ejemplo, de comportarte como un pequeño salvaje, de meter la pata constantemente; si te distancias de tu experiencia inmediata, si tu cuerpo es demasiado tenido a distancia por ti, tiendes, dicho vulgarmente, a mear colonia, a mantenerte en el formol de la corrección.
Barcelò (obra no perteneciente a la exposición Ecce Pinocchio). Si Tutankamón fue embalsamado con el pene erecto, el cráneo de Pinocho debía ser retratado con el apéndice nasal crecido, quizá porque intentó engañar a la muerte, algo que, al fin y al cabo, hasta su papá putativo le habría perdonado.
El descuido, una de las categorías con más morbo de todo tipo, erótico, desde luego, pero también político, se ha convertido en el reducto último de una verdad que se oculta, como si la verdad y la mentira estuvieran hechas de materiales imposibles de mezclar. La distancia entre lo público y lo privado se ha pervertido hasta tal punto que si, por un lado, lo privado, a través, por ejemplo, de ciertos reality shows, ha llegado a ser el sostén de algunas televisiones, por otro, la obsesión por proteger la privacy, por distanciarla de, como se decía antes, la manera de producirse en público, se ha convertido en un precepto que los personajes públicos, en particular los políticos, no pueden infringir. Así, frente al prurito de corrección, frente a la aceptación sumisa del canon, del tópico, del desdén por el matiz, por el razonamiento que va algo más allá de lo básico, el lapsus, en lugar de ser entendido con un síntoma del equilibrio inestable entre instancias (la voluntad y la pulsión, el proyecto y la inercia) ha adquirido el rango de verdad incontrovertible. Nos olvidamos con ello de que ver el plumero a alguien es solo ver una parte, la menos cercana a lo que nos constituye como personas, que no es otra cosa que la duda, la constante fricción entre lo explícito y lo implícito, entre lo que pretendemos y lo que hacemos. Porque aquello en lo que creemos y aquello que somos se confunde permanentemente, se entrecruza, se corrige, se contradice, no es, al cabo, sino un discurso provisional al que es mejor no agarrarse demasiado fuerte, no vayamos a hundirnos con él.
Tienda situada junto a la catedral de Valencia
La televisión se ha llenado de polígrafos, estamos más atentos a la ceja de Rajoy que a sus palabras o, en el caso de Marta del Castillo, más al resultado de la investigación que a las hondas emotivas que el cerebro de Carcaño pueda producir ante la proyección de posibles escenarios del crimen a resultas de las pruebas hospitalarias de alta tecnología a las que ha sido sometido. La verdad parece escapársenos por principio y solo sería accesible a través de síntomas involuntarios que delatan lo que no queremos decir, lo que nos negamos a aceptar. Y sin embargo, si algo enseña, cuando lo enseña, el paso del tiempo, es a mirar a la verdad con tanta desconfianza como a la mentira, sobre todo a la verdad que se autoproclama, y a aceptar que la nariz de Pinocho es sobre todo un síntoma de civilización más que de instinto, de esa lucha que, queramos o no, se produce en nuestro interior entre los discursos con los que intentamos convencernos de que nos acercamos a una verdad precaria.
A partir del 10 de mayo, se celebra en la isla de Garda una exposición, Ecce Pinocchio, dedicada a recrear la figura de Pinocho. Como no podía ser menos, la nariz es el leitmotiv en torno al cual giran la mayor parte de las obras expuestas de artistas como Mirko Baricchi, Stefano Bombardieri, Calogero Canalella, Francesca Casolani, Francesco De Molfetta, Patrizia Fratus, Armida Gandini, Ettore Greco, Stefano Mazzanti, Fausto Salvi, Livio Scarpella o Paolo Schmidlin.
Francesco De Molfetta, Penocho
Stefano Bombardieri, Vuelvo enseguida
Mirko Baricchi, Sin título
Calogero Canalella, El hijo de la tierra
Armida Gandini
Francesca Casolani, El ahorcado, del Ciclo El Vientre de Pinocho
El 29 de octubre de 1881, Collodi terminaba la primera versión del libro. Pinocho moría ahorcado de un árbol, a causa de su estulticia y desobediencia (Citati)
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(1) “Ma la sua pedagogia, piena di ironia e di una inimitabile grazia, è una pedagogia dell' errore, come quella di Goethe. Quando si accorge che Pinocchio sta per peccare, non lo costringe: nella convinzione che l' errore si può curare soltanto con l' errore; e alla fine lo salva senza che egli ne abbia merito, con la dolcezza del perdono amoroso. La Fata mente: almeno due volte; perché, mentre noi uomini (o burattini) non possiamo dire menzogne, gli dei, che abitano lassù in cielo o nei boschi verde cupo della Fiaba, possono mentire come e quando desiderano.”, P. Citati. Vid también, Citati, P., El mal absoluto, Galaxia Gutemberg, 2006, p. 384-396