“La guerra es un happening, y eso explica el éxito que siempre ha tenido” (E. Flaiano, Il gioco e il massacro).
La Casa di Vetro (Milán) conmemora los cien años pasados desde el inicio de la Primera Guerra Mundial con una exposición de fotos provenientes de distintos archivos franceses, ingleses y alemanes. Las imágenes son gestionadas en Italia por Tip Images, cuya actividad se centra, en particular, en fotos de carácter histórico.
Según reza el texto de presentación, con las 54 fotos expuestas no se intenta contar desde un punto de vista estrictamente histórico o académico cómo ocurrieron los hechos, sino más bien ayudar a que el espectador se sumerja en la atmósfera que flotaba en el frente, tan irreal, vista con ojos de hoy, como trágica, vista con las cifras de víctimas y los informes de los estragos producidos en la mano. Si en la actualidad la crisis está anulando las posibilidades de bienestar futuro de una entera generación, hace cien años una generación entera casi desapareció del mapa, barrida por los disparos y las bombas. Fue el final de un mundo, guiado por unos políticos incapaces, que provocaron una catástrofe sin igual cuando la mesa empezaba estar un poco bien servida para bastantes. Otros tiempos, otros protagonistas, otros escenarios que no ocultan líneas de continuidad con el presente. Periodos difíciles que se resuelven con huidas hacia adelante. Durante un rato, mientras dura el aliento y nos alejamos del pasado inmediato, con la luz al fondo del túnel, como les gusta decir a algunos, parece que no volverá a ocurrir nunca más lo mismo, que la la crisis fue cosa del pasado. Pero, dentro de unos años, quién sabe cuántos, volverá a repetirse. Marx lo explicó como una característica consustancial del capitalismo. Cuando vuelva a faltarnos el aire, después de tanta carrera, lenta, como ahora, al principio, desenfrenada después y cuando nos falte otra vez el dinero, comprenderemos otra vez también que quienes nos guiaban habían entendido y asumido lo que decía un personaje de Il Gattopardo: Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi. O sea, que había que cambiar las apariencias, envolver la realidad con un discurso que no permitiese ver que el careto de detrás de la máscara era demasiado conocido. Porque el nudo de la cuestión está en las apariencias, apariencia de democracia, apariencia de honestidad, apariencia de verdad, de socialismo, de liberalismo, de transparencia, hasta el punto que las agencias que realizan controles externos, dentro de poco, medirán no los contenidos, sino la efectividad del engaño y los de a pie, cuando subamos en el ascensor con nuestros vecinos o tomemos una caña en el bar, comentaremos, que asumido que nos van a engañar de todas todas, es mucho mejor que el engaño esté bien hecho, bien vestido y limpio.
Para quienes, por nuestra edad, no hemos vivido en primera persona ninguna guerra, la guerra es, me atrevería a decir, dejando a un lado los sufrimientos que provoca, una idea excelente, llena a menudo de atractivo y misterio. Cazamos al vuelo su significado a través, en mi caso, de lecturas desorganizadas (Dos libros de ficción extraordinarios me viene a la cabeza, ninguno ambientado en la Primera G. M.: Vida y destino, de Grossman y Días de llamas, de J. Iturralde, ninguno sobre la P.G.M.), películas (esta vez sí, sobre la P.G.M., Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, que vista otra vez hace poco me pareció extraordinaria, con ese héroe que hace estallar las costuras del ejercito simplemente pidiendo que se respeten el espíritu de las ordenanzas. Losey, en King and Country, tampoco se anduvo por las ramas) y fotos. Con un pie en la realidad y otro en la sorpresa o la incredulidad, obligados a comparar los gestos, los uniformes, la manera de luchar con lo que hemos visto en otras películas actuales, en otras imágenes recientes, las fotos de entonces nos resultan chocantes. Es difícil, en ese sentido, sentir como nuestro lo que enseñan esas imágenes. Personalmente, necesito frotarme los ojos para aceptar que estoy viendo un reportaje real. Si se tratara de los prodigios actuales, de drones y bombas inteligentes, de visores nocturnos y cosas semejantes que no sé ni nombrar, todo me parecería verosímil, pero los soldados, los uniformes, las máquinas de hace cien años parecen salidas de películas expresionistas de ciencia ficción, de circos, de una imaginación calenturienta.
Cartel de la exposición:
(Fuente de las imágenes y de algunos de los comentarios que aparecen bajo las mismas)
Durante los años que duró el conflicto, el reportaje fotográfico empezó a ser más importante en la prensa internacional que la narración escrita. A medida que avanzaba la guerra, las tecnología se iba poniendo a punto a pasos acelerados. La foto muestra diversas protecciones contra los proyectiles, seguramente inútiles, porque los proyectiles, a su vez, se habían hecho más mortíferos Foto: Archivo Mary Evans, autor desconocido, 1914-1918
Desde Australia hasta Irak, desde China hasta Tailandia, el número de países y zonas que se vieron involucrados en la guerra fue altísimo. En la foto, un soldado senegalés encuadrado en el ejercito colonial francés hace ejercicios de instrucción, que parece tomarse muy en broma. Los soldados provenientes de las colonias fueron muy numerosos. Archivo Rue des Archives, autor desconocido, 1914-1918
Un piloto alemán salta de su avión (Albatros) en llamas después de ser alcanzado por fuego enemigo. Seguramente el avión se había convertido en un horno: Archivo SSPL – Science & Society Picture Library, autor desconocido, 1914-1918
Un soldado americano preparándose para ponerse una máscara antigás. Archivio Mary Evans, autore sconosciuto, 1917-1918. E. Junger, en Tempestades de acero (Tusquets, 1983, p.83) cuenta así un ataque con gases: “Acababa de quitarme las botas cuando oí que nuestra artillería abría fuego con extraña intensidad desde la linde del bosque. Al mismo tiempo apareció en la boca de a galería mi ordenanza, Pailicke, y desde arriba me gritó: “¡Ataque de gas!.
Saqué la máscara antigás, me puse las botas, me abroché el cinturón y me eché a correr hacia fuera. Allí vi cómo una gigantesca nube de gas, formada de espesos vapores blancuzcos, estaba suspendida encima de Monchy, y cómo, impulsada por un viento suave, iba rodando hacia la cota 124, situada en una hondonada… Un acre olor a cloro me enseñó que tampoco estas eran nieblas artificiales, como había pensado al principio, sino que realmente se trataba de un potente gas de combate. Me puse, pues, la máscara, pero volví a quitármela al instante… Nada de esto se correspondía con las Instrucciones sobre ataques de gas que yo mismo había enseñado tantas veces. Como notaba punzadas en el pecho, intenté cruzar al menos lo más rápidamente posible aquella nube…”
Los aviones de combate aparecieron por primera vez durante la Guerra del 14. Muchos de los pilotos eran nobles que interpretaban el papel de caballeros errantes por el aire. Algunos, tras haber derribado al enemigo, parece ser que aterrizaban para interesarte por la su suerte. Archivo Rue des Archives, autor desconocido, 1916
Parece que la costumbre de escribir mensajes en las bombas nació precisamente durante la Primera Guerra Mundial. Archivo Top Foto, autor desconociudo, 1914-1918
La moda de los mensajes llegó hasta la Guerra Civil Española:
Barea, Arturo, La forja de un rebelde (Enlace a la última edición que conozco):
"Un obús había tocado el edificio, pero no había estallado. Había pasado a través de las viejas gruesas paredes y se había tumbado a descansar a través del umbral del dormitorio de los guardias. La madera del piso estaba humeante aún y en la pared de enfrente había un roto. Una hilera de volúmenes del diccionario Espasa-Calpe había brincado en un remolino de hojas sueltas. Era una granada de 54 centímetros, tan grande como un recién nacido. Después de conferencias sin fin aquí y allá, vino un artillero y desmontó la espoleta; el obús vendrían a recogerlo después. Los guardias transportaron el enorme proyectil, ahora inofensivo, al patio. Alguien tradujo la tira de papel que se había encontrado en el hueco entre la espoleta y el corazón de la bomba. Decía en alemán: Camaradas: no temáis. Los obuses que yo cargo no explotan -Un trabajador alemán".
Un potente foco alemán utilizado como defensa contra los ataques antiaéreos. Archivo Scherl/Suddeutsche Zeitung, autor desconocido, 1914-1918
Soldados franceses con máscaras antigás medio improvisadas. Solo cuando quedó claro que los alemanes iban a utilizar gases tóxicos como arma, empezaron a distribuirse las máscaras antigás como parte del uniforme reglamentario. Archivo Heritage, autor desconocido, 1915
Una de las quejas frecuentes de la tropa era la mala calidad de la comida.En la foto, unos soldados acuden a distribuir el rancho entre sus compañeros. Archivo Top Foto, autor desconocido, 1918