Se anuncia para el 12 de noviembre la subasta en Sotheby's de los archivos de la familia de fotógrafos
Gibson, que durante cuatro generaciones y unos 130 años ha documentado el naufragio de más de doscientos barcos. casi todos ellos ocurrieron al oeste di Cornualles, y, como no podía ser menos, cerca de las islas Sorlingas (
Scilly, en inglés). Baudelaire, en uno de sus
grandes sonetos de Las flores del mal comparó al albatros, rey de los cielos, con el poeta, príncipe de la belleza. El artista abucheado, como la gran ave marina una vez caída sobre la cubierta de un barco, resulta patético, porque sus alas de gigante le impiden caminar. Un barco naufragado es es la imagen viva de la poesía misma coagulada, inerme, batida por las olas que antes la secundaban, a veces con dulzura, otras cruelmente. Encallada la nave, silenciosa la voz, queda en el límite de la belleza que se puede soportar. Más allá está la tragedia, la depresión, la desintegración, el barco que se rompe, el vacío. Quizá por eso Rilke decía que
lo bello es el comienzo de lo terrible que aun podemos soportar. Quizá por eso, también, los románticos, atraídos por los bordes del abismo, desde Friedrich hasta Turner, retrataron los naufragios como cronistas de una actualidad que coincidía con sus inquietudes más profundas . Las fotos del archivo a subasta son herederas del lado b de la belleza clásica, aquel que linda con la turbiedad, a un paso del horror.
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Fuente de las imágenes)
1886 - El carguero Suffolk encallado en Lizard, islas Sorlingas con su carga de animales y mercancía varia.
1898 - La nave Brinkburn, llena de algodón, encallada en las islas Sorlingas
1901 - El carguero holandés Voorspoed, encallado en Cornualles.
1902 - Il carguero británico Glenbervie encallado en Lowland Point. en Cornualles.
1907 - La T.W. Lawson, goleta americana se hunde en aguas de las islas Sorlingas
1911 – El barco noruego Hansy naufraga en la costa oriental de Cornualles.
1912 – La nave Mildred en Gurnards Head.
1962 – Il pesquero francés Jeanne Gougy en Land's end, en Cornualles.
Trías, Eugenio,
Lo bello y lo siniestro, Seix Barral, 1982. Reedición en bolsillo actualizada por V. Verdú, en Debolsillo, 2011. “De pronto sucedió lo que se presentía y temía, un aguacero, un chaparrón, truenos, relámpagos, al tiempo que la luz se oscurecía y la diligencia zarandeaba a sus huéspedes, que se cuidaron de ajustar las ventanillas y las cortinas para no sufrir las intemperancias del viento huracanado y de la lluvia. Y he aquí que el viejo huésped que compartía con la dama distinguida, frente a frente, el mismo camarote, pidiendo disculpas por adelantado, levantose, abrió su ventanilla, sacó la cabeza, el cuello y medio tronco a la intemperie, permaneciendo estático y rígido en esa difícil posición, medio cuerpo fuera, desafiando el balanceo del vehículo y las inclemencias del temporal. Con estupor apenas disimulado, la vieja no alcanzaba a comprender qué hiciera el buen viejo medio loco tanto tiempo en esa extraña posición. Una hora aproximadamente estuvo el viejo en ésas hasta que salió de su pasmada contemplación y, chorreando por todas partes, volvió a tomar asiento, excusándose de nuevo por tan inaudito proceder. Al fin la tímida mujer se decidió a preguntarle qué era lo que tan afanosamente buscaba o simplemente miraba. y el viejo le contestó que “había visto cosas maravillosas y nunca vistas”. Picada de la curiosidad la dama entreabrió la ventanilla, asomó la cabeza, hasta que, perdiendo toda resistencia, se asomó con generosidad. El viejo le había sugerido: “debe, eso sí, mantener muy abiertos los ojos”. Repitió la hazaña del viejo estrafalario y a fe que fueron paisajes imposibles lo que se cruzaron por sus ojos bien abiertos”.