Hace años, los emigrantes que llegaban a una gran ciudad, Madrid, pongamos por caso, cuando empezaban encontrase en situación de cierto acomodo, se preocupaban por el lugar donde morarían sus restos. Dejadas muchas veces sin vuelta atrás las casas de los pueblos, junto con ellas había desparecido la posibilidad de ser enterrado en el cementerio local. Entonces se compraban a plazos, quizá, una parcela en La Almudena, en la zona de extrarradio, donde el centímetro cuadrado era más barato. Hoy, con el crecimiento del camposanto, aquellas parcelas han dejado de ser periféricas. No sé cuáles eran las técnicas empresariales de los años 40 en el sector funerario. Supongo ya habría quien hubiera visto amplias perspectiva de excelencia empresarial (vulgo: grandes negocios) en el sector. Tengo dos testimonios a mano, los dos referidos a Nápoles, uno extraído del insustituible Napoli ‘44, de N. Lewis (trad. en RBA y también en Muchnik): “En unos doscientos metros, se me acercaron tres aprendices de proxeneta, y a Lattarullo, no sin motivo, le ofrecieron un ataúd a un precio tirado” ("Nel giro di duecento metri sono stato abbordato tre volte da ruffiani in erba, e a Lattarullo, non del tutto a sproposito, è stata offerta una bara a un prezzo stracciato". El otro testimonio proviene de la película Così parlò bellavista (1984), basada en la novela homónima (1977) de L. de Crescenzo. La obra, ambientada también en Nápoles, remite a bastantes años después de Napoli ‘44, de hecho quien ofrece el ataúd en Così parlò… no es un pobretón con un abrigo hecho de mantas militares robadas a los soldados, como Lewis cuenta que ocurría en el Nápoles inmediatamente posterior a la llegada, durante la Segunda Guerra Mundial, del ejercito aliado. Muchos años después, el protagonista debe vérselas con un individuo bien vestido que rezuma gusto hortera de emprendedor casi por los cuatro costados y que ofrece el ataúd por un millón doscientas mil liras, llave en mano.
Hace poco iba andando por Fernando el Católico, aquí en zaragoza, cuando levanté la vista y vi un cartel que anunciaba Un paraíso para todos. Qué alegría me he llevado al enterrarme de que no se trata de una funeraria o de la oficina de Podemos encargada de la oferta electoral para quien en estos
próximos meses de campaña pase al otro barrio, sino de una fundación de apoyo a la vejez. No sé qué habrá debajo de ella, ni su ideología, pero alivia pensar que no se trata de una ejemplo más de excelencia empresarial (vulgo: grandes negocios –bis).
El tercer testimonio sobre la cuestión me recuerda lo mucho que se preocupaban antes las madres porque sus hijos fueran siempre aseados, mudados de ropa interior y con las uñas, sobre todo las de los pies, al ras. Decían que si uno tenía un accidente, no era de recibo descubrir que el envoltorio más o menos decente ocultaba la mugre. Algo parecido prometen las ofertas de seguro de fallecimiento, una cobertura para que llegado el caso, el funeral no descubra que el bienestar aparente solo podía uno permitírselos mientras coleara. En otros casos, los de quienes malviven, la promesa remite a eso que se dice cuando uno se da un gran capricho, se permite un lujo inaccesible… “una vez en la vida”, “una vez después de muerto”, habría que decir en este caso. te lo mereces y lo sabes… rezaba la última gran campaña publicitaria de El corte inglés.