miércoles, 22 de junio de 2016

"Toque" y "Me gusta" de Facebook (Refrito veraniego)

Los me gusta de Facebook son lo más parecido a una mordisquito de Ferrero Rocher o a uno de esos caramelos de menta, muy pequeños, pero de gusto potente, que se usan para evitar el mal aliento. Son pequeñas caricias que el alma maltrecha agradece al llegar a casa, cuando de vuelta a casa, en el tranvía tiramos de móvil en busca de las carantoñas electrónicas que nos pueden haber mandado mientras trabajábamos. Importa el emisor, no es lo mismo un me gusta de un imbécil que el de alguien que te hace gracia, pero, en el fondo, el ordenador nos convierte el hombres o mujeres fáciles, que acaban derritiéndose ante cualquiera que les ofrezca una golosina.
Facebook también ofrece la posibilidad de dar un toque, que es algo mucho más primitivo, como un oye tú, una mirada provocativa, un empujón cariñoso. Yo, a los doce o trece años, le gustaba a una vecina del portal de al lado de mi casa. Un vez, estaba parado a pocos metros de allí, cuando de repente ella vino corriendo y me dio un manotazo en el brazo según pasaba. Eso quizá sería el equivalente carnal del toque virtual.
Entre toques y me gusta uno va pasando los días, hasta que de repente tiene síntomas de anemia, señales de tristeza en el horizonte, nudos de ira o soledad en la garganta,  l'oeil chargé d'un pleur involontaire, aunque no sea del todo consciente de ello. Entonces, cambia de móvil, crea nuevos grupos de whattsup, lanza más me gusta, para ver si se los devuelven, empieza a comportarse como un ratón de laboratorio que da vueltas en una rueda giratoria sin otro fin que agotarse, llegar a la noche con sueño suficiente como para caer rendido.

Así es nuestra existencia. La electrónica no creo que haya cambiado mucho las cosas, salvo la apariencia, el paisaje urbano de las paradas de autobús, del interior del tranvía, de los dormitorios, los domingos al sol en el parque, los viajes en tren, las esperas a la puerta del cine, las pausas del trabajo, las cenas de navidad, los desayunos en el bar… No sé bien como se hacía antes, se iba a los billares, se entablaban más conversaciones en la barra del bar, había más grupos de boy scouts, estaban los grupúsculos de extrema izquierda, no sé, no me acuerdo bien de cómo me las apañaba yo. El fondo, la soledad, no creo que fuera muy distinto.

Fine delle conversazioni: l'alienazione tecnologica in un fotoprogetto

lunes, 20 de junio de 2016

La hora del pis




A la hora del pis, me siento un torpe animal prehistórico renacido, pero castigado, mandado a hacer molestos recados en pago a su vuelta a la vida. Durante los días más vulgares siempre tuve momentos señalados, la hora de comer, la de levantarse, pero siempre me vienen a la cabeza son las cinco de la tarde, no las lorquianas, sino las de V. Hugo,  l'heure tranquille où les lions vont boire.

A la vida vuelvo todas las noches tras tres o cuatro horas de sueño y el precio es levantarme a oscuras a hacer pis. A veces, todavía me rebelo contra las ganas, pataleo con cuidado para no despertarte, o hago la estatua, a ver si se pasa esa estúpida servidumbre. A tientas, paso por caja y allí sentado pienso un ratito en lo que queda de noche, en cómo irá, si seguir vivo o volver a morirme. Tanta cabilación  se convierte en estar estúpidamente vivo a deshora. Vuelvo a la cama con las manos por delante, para no chocar, pero choco con tus hermosos muebles heredados, patas reina Ana, cruje el somier y a mí, un dinosaurio suspendido por tirantes de acero en un museo, me bastaría ser sólo de hueso con tal de flotar,  una marioneta dueña de sí misma. Todo con tal de no despertarte.