viernes, 22 de abril de 2016

Abril es el mes de la duda cruel. Antes y después. Reelaboración de entradas




Estados intermedios entre la ilusión y el empalago, dudas, escapadas, vueltas y revueltas, un paso dado y otro que no se atreve. Brazos que piden aire, caras que se sumergen en el charco de la piel, manos que buscan en fase rem el equivalente  de lo que despiertos es la cantilena del no te pongas así, acércate, no aprietes tanto, no me pongas la mano muerta, y por qué te sueltas, aparta el pie, ráscame justo ahí, abrázame, no me sueltes, porque en una relación de largo aliento, quizá también en una larga noche, en un sueño profundo, se resume la existencia toda del amor y hay tiempo para abrumar con preguntas, para matar y crear, para cien indecisiones y cien puntos y contrapuntos de vista, antes del desayuno con tostadas.




lunes, 18 de abril de 2016

El otro día me bajé en Macbeth


O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a king of infinite space, were it not that I have bad dreams.
Podría vivir encerrado en una cáscara de nuez y  considerarme el rey de un espacio sin límites, si no fuera porque tengo malos sueños. (Hamlet, Shakespeare)


El otro día por la tarde me bajé en la estación de metro Macbeth. Poco antes me había encontrado este dibujo entre dos asientos:


Me lo tomé como una premonición. Como me ocurrió al salir de la estación King Lear, pensé que lo mejor sería bajar en la siguiente, que era precisamente la del rey interino de Escocia. Además, acababa de ver Youth, de Sorrentino, en el cineclub del Cerbuna, y el prota dice que la monarquía y el matrimonio se parecen, porque en ellos todo depende de una única persona. Es M . Caine el que lo afirma y le sirve para subrayar la exquisita fragilidad de ambas instituciones. No sé, pienso que la fragilidad es relativa, porque siempre hay recambios, sobre todo si lo que cuenta es que sobreviva la corona.

Estuve unas tres horas dando vueltas por la estación. Pensaba pasar solo un par de horitas, que es la idea que tengo yo del tiempo que suelen durar esos paseos teatrales, pero no, estuve mirando con detalle algunas cosas y se me hizo tarde. Menos mal que entre acto y acto, me levanté a comer unos riquísimos anacardos tostados. Por cierto, que me toman el pelo porque los lavo al chorro del grifo para quitarles la sal, una sal que seguro que han interiorizado hasta un punto de donde es difícil sacarla, como le pasa a Macbeth con su ambición un poco demasiado crédula. Desconfía de las predicciones favorables, amigo mío, aunque empiecen a cumplirse. Tienen los pies de barro, que diría Kipling. 
Durante la visita, me encontré con el mismísimo Macbeth y con su mujer en el castillo. Ella es una verdadera loba en todos los sentidos, ambiciosa y sin miedo, un cóctel que pone los pelos de Gürtel. Él, por su parte, me pareció uno que se deja llevar por la misma ambición, pero que si no hubiese sido por las circunstancias no habría resultado un mal tipo. Le sentí parecido a mí en una cosa y es que una vez metida la pata decide meterla hasta el fondo, incapaz de enmendarse. Así es la vida, en un momento de envanecimiento entras por un sendero equivocado y dejas de ver claro. Con suerte, sólo los fantasmas y los sueños parecen querer decirte que no, que se equivocó la paloma. Son como borborigmos que traen a la memoria nuestra placentera gula. El senderito que había al lado del que parecía una pasarela de modelos, el que no embocamos, era el de la virtud. Pero es tarde para volver atrás... y es que no hay peor puñal que el puñal de la mente.