sábado, 15 de agosto de 2015

Muere Rafael Chirbes

“Hablas de ética y parece que suenan los violines cuando –hoy y siempre- la palabra lleva una ofensiva carga de desazón y violencia” (R. Chirbes, en Gracia, J. y Ródenas, D., Historia de la literatura española, 7. Derrota y restitución de la modernidad, 1939-2010, Crítica, 2011, p. 918)

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La reseña que apareció en este blog de En la orilla, la última novela de Rafael Chirbes, no era del todo favorable a la obra. Venía a decir que se parecía demasiado a buena parte del resto de su obra y que eso producía cierto hastío, la sensación de que solo sus lectores noveles o sus seguidores apasionados podrían disfrutar plenamente de otra gesta crítico introspectiva del escritor. Ahora, en el recuerdo, me aparece la sensación de que hay en la novela una frescura y una intensidad en la reconstrucción de los recuerdos infantiles que quizá solo se produce cuando anda rondando el final de la vida.

En la orilla, por lo demás, puede ser leída como un estudio narrativo sobre los devastadores efectos de la vejez, con la muerte como tema de fondo. Aunque, para no olvidar otra de las claves de la narrativa de Chirbes, de su manera toda de acercarse críticamente a la realidad, la muerte está determinada históricamente a través de la crisis en la que todavía estamos sumergidos, de la que quizá unos cuantos se han salvado. Los mecanismos de salida individual del marasmo, lo que esconde el enriquecimiento del emprendedor, hombre hecho a sí mismo a través de la corrupción, son uno de los temas que, por cierto, habrían tenido interés para el escritor.

Oí decir una vez a Chirbes que en trescientas páginas una buena novela contenía todo lo que alguien puede aprender de la vida. Él ha escrito muchas más, pero es verdad que en muchas de sus trecientas páginas o en las quizá 150 de sus obras más breves (Mimoun es seguramente lo más directamente autobiográfico de lo que escribió) está cifrado el conocimiento del mundo que le caracterizaba, una visión realista en clave marxista de la realidad. Cuando hace unos años murió Carlos Blanco Aguinaga, uno de sus maestros, Chirbes escribió una hermosa nota necrológica en la que recordaba algunas alguna de las deudas contraídas con el crítico literario que vivió casi toda su vida en el exilio. Una de ellas la resumía así: Con Blanco aprendí la literatura como forma de conocimiento: colocarse ante el puro texto, sin retórica envolvente, y aprender, de paso, que el envite no es tanto situar un libro en su contexto, sino desentrañar el modo en que el contexto forma parte de la malla del libro. La literatura, como ineludible sismógrafo (o policía) de su tiempo. Leída la cita desde el lado del creador puede ser un buen resumen del proyecto creativo del gran escritor  que hoy por la tarde, 15 de agosto, ha muerto. Y todo ello unido a una férrea voluntad de estilo que podríamos comparar a la del artista que tallaba grandes retablos, por lo menos hasta la Caída de madrid, novela en la que a mí me parece que cambió su elaborada escritura, distinta pero de la estirpe de su admirado Zúñiga, por un tono menos solemne, menos cincelado.

Para seguir refiriéndonos a En la orilla, una de las claves de la obra quizá haya que buscarla en uno de sus personajes, Francisco,  un escritor de lo obvio, vulgar, príncipe de la redundancia, advenedizo, pagado de si mismo, banal, mal amante de los buenos caldos, rentista de los años de la burbuja, heredero de los desmanes del franquismo. Chirbes fue firme en su propósito de ser la contrafigura de Francisco.

Enlace a un podcast con una de la recientes intervenciones públicas de Chirbes:

http://podcastgilalbert.diputacionalicante.es/2015/03/07/cada-cual-rafael-chirbes-con-angel-basanta/

Pasillos, el espacio de la indecisión

La etimología del término español "pasillo" no casa tan bien con el lado inquietante, siniestro, incluso, de esta parte de las construcciones reales (casas, naves, laboratorios, empresas, hoteles) o figuradas (recuerdos, ideas, deseos, arrepentimientos, proyectos). Corridor, Corridoio, couloir, tienen que ver con una raíz ligada al significado de correr, pasar, transcurrir, deslizarse. Quizá por eso en español hablamos del corredor de la muerte y no del pasillo de la muerte.

El pasillo es en reino de la indecisión, la pasarela entre dos espacios, un lugar a medio camino entre la salida y la llegada, la zona de exposición entre dos certidumbres, ya sean benéficas o maléficas. Por la mañana, recorrerlo para llegar a la cocina, tiene el mismo valor simbólico que las abluciones, la ducha, el desayuno, maneras de distanciarse de la noche, del sueño, de los reinos en los que  somos menos dueños de nosotros mismos. Quizá por eso, en el cine de ciencia ficción es un lugar privilegiado para los enfrentamientos con el mal, para la aparición de la amenaza.

Pero es que hasta en casa, en invierno, en particular, cuando llegas al pasillo, te debates entre encender la luz, cuyo coste intentas evitar, o pasar corriendo por allí para llegar al váter, que se convierte en una especie de patria de acogida, no digamos ya si estás en una casa que no es la tuya. Cerramos el pestillo para que se acabe la sensación de pasillo, el vértigo que produce no saber dónde estamos, si en el más acá o en el más allá, porque entre los dos ámbitos la distancia son pocos metros, los mismos que hay entre la lógica y el absurdo, la seriedad y la risa, la guerra y la paz, la felicidad y la tristeza. Entre todas esas cosas solo existe un modesto pasillo de por medio. A mí, quién sabe por qué, me gusta recorrerlo a oscuras. Aunque, bien pensado, quizá estoy instalado en él y solo finjo utilizarlo de paso.

Shining, 1980

The Shining - Twins

Fuente de las imágenes:

Dune, 1984

Alien, 1979

Flash Gordon, 1980

Metrópolis, 1927

Blade Runner, 1982

The Matrix, 1999

Tron, 1982

Solaris, 1972