“Hablas de ética y parece que suenan los violines cuando –hoy y siempre- la palabra lleva una ofensiva carga de desazón y violencia” (R. Chirbes, en Gracia, J. y Ródenas, D., Historia de la literatura española, 7. Derrota y restitución de la modernidad, 1939-2010, Crítica, 2011, p. 918)
La reseña que apareció en este blog de En la orilla, la última novela de Rafael Chirbes, no era del todo favorable a la obra. Venía a decir que se parecía demasiado a buena parte del resto de su obra y que eso producía cierto hastío, la sensación de que solo sus lectores noveles o sus seguidores apasionados podrían disfrutar plenamente de otra gesta crítico introspectiva del escritor. Ahora, en el recuerdo, me aparece la sensación de que hay en la novela una frescura y una intensidad en la reconstrucción de los recuerdos infantiles que quizá solo se produce cuando anda rondando el final de la vida.
En la orilla, por lo demás, puede ser leída como un estudio narrativo sobre los devastadores efectos de la vejez, con la muerte como tema de fondo. Aunque, para no olvidar otra de las claves de la narrativa de Chirbes, de su manera toda de acercarse críticamente a la realidad, la muerte está determinada históricamente a través de la crisis en la que todavía estamos sumergidos, de la que quizá unos cuantos se han salvado. Los mecanismos de salida individual del marasmo, lo que esconde el enriquecimiento del emprendedor, hombre hecho a sí mismo a través de la corrupción, son uno de los temas que, por cierto, habrían tenido interés para el escritor.
Oí decir una vez a Chirbes que en trescientas páginas una buena novela contenía todo lo que alguien puede aprender de la vida. Él ha escrito muchas más, pero es verdad que en muchas de sus trecientas páginas o en las quizá 150 de sus obras más breves (Mimoun es seguramente lo más directamente autobiográfico de lo que escribió) está cifrado el conocimiento del mundo que le caracterizaba, una visión realista en clave marxista de la realidad. Cuando hace unos años murió Carlos Blanco Aguinaga, uno de sus maestros, Chirbes escribió una hermosa nota necrológica en la que recordaba algunas alguna de las deudas contraídas con el crítico literario que vivió casi toda su vida en el exilio. Una de ellas la resumía así: Con Blanco aprendí la literatura como forma de conocimiento: colocarse ante el puro texto, sin retórica envolvente, y aprender, de paso, que el envite no es tanto situar un libro en su contexto, sino desentrañar el modo en que el contexto forma parte de la malla del libro. La literatura, como ineludible sismógrafo (o policía) de su tiempo. Leída la cita desde el lado del creador puede ser un buen resumen del proyecto creativo del gran escritor que hoy por la tarde, 15 de agosto, ha muerto. Y todo ello unido a una férrea voluntad de estilo que podríamos comparar a la del artista que tallaba grandes retablos, por lo menos hasta la Caída de madrid, novela en la que a mí me parece que cambió su elaborada escritura, distinta pero de la estirpe de su admirado Zúñiga, por un tono menos solemne, menos cincelado.
Para seguir refiriéndonos a En la orilla, una de las claves de la obra quizá haya que buscarla en uno de sus personajes, Francisco, un escritor de lo obvio, vulgar, príncipe de la redundancia, advenedizo, pagado de si mismo, banal, mal amante de los buenos caldos, rentista de los años de la burbuja, heredero de los desmanes del franquismo. Chirbes fue firme en su propósito de ser la contrafigura de Francisco.
Enlace a un podcast con una de la recientes intervenciones públicas de Chirbes:
http://podcastgilalbert.diputacionalicante.es/2015/03/07/cada-cual-rafael-chirbes-con-angel-basanta/