Este año, por razones que omito, manejo dos tipos de pizarra, una tradicional, negra, sobre la que se escribe con tiza, y otra blanca, de esas en las que se pinta con un rotulador que se puede borrar y huele muy fuerte. En la etiqueta que lo recubre se hace constar que no contiene xileno ni disolventes similares. No sé hasta qué punto el xileno y familia pueden ser tóxicos, pero la advertencia, desde luego, suscita suspicacias. Ya se sabe, excutatio non petita, accusatio manifesta. No es del todo una excusatio ni una accusatio, pero hace pensar que otros rotuladores contienen agentes químicos dañinos. Y, además, en cualquier caso, me inquieta la advertencia. Es como si al entrar en una tienda me dijeran, aquí no robamos. Basta con el aviso para que uno se mosquee.
Quizá también la tiza con la que pinto en la pizarra tradicional esté cubriendo mis pulmones con un blanco y reseco manto . Cada vez que paso por una obra del tranvía en la que están cortando baldosas a pelo y se desprenden grandes nubes de polvo, me abstengo de respirar y cuando ya no puedo más, tomo un poco de aire, pero lo expulso en seguida. Me acuerdo siempre de ese filósofo que murió porque había aspirado maléfico micropartículas de cristal, quizá Spinoza.
Desde luego, lo que no tiene comparación es el borrador. El de la pizarra blanca es una asquerosidad que hay que coger con pinzas, porque lo tizna todo y deja un rastro de arma química. El que borra la tiza es más majico, mancha, pero pertenece al ámbito de lo dulce, podrían hacerse chucherías, maxmellows, con su forma.
En la pizarra hay quien proyecta todo su saber, la satura con símbolos abstractos, con palabras, con esquemas. En una clase, la llena una o dos veces, convirtiéndola en un altavoz visual de sus conocimientos. A veces, se hace porque se confía poco en la palabra, otras porque se piensa que sirve de ayuda al estudiante, como tal vez sirvió de ayuda al profesor cuando todavía era alumno. Otras, sin embargo, sirve para ralentizar el ritmo de la clase, para perder tiempo incluso, para crear la ficción de que se transmite un saber sagrado, que debe quedar fijado a través de la letra para que adquiera el rango necesario.
Yo siempre me resistí a tomar apuntes, siempre tuve que implorar a la bondadosa compañera de turno que me pasara los suyos para echarles un vistazo antes de los exámenes, y también siempre me he resistido a escribir en la pizarra, salvo cuando siento que es absolutamente necesario para evitar ambigüedades o males mayores.
Una de las razones en las que me baso es insuficiente. Se trata de mi mala caligrafía. En Cou, para mejorarla, tuve que rellenar cuadernos de los que rellenan los niños chicos y más adelante, tuve que optar por letras parecidas a las de las máquinas de escribir, separadas unas de otras, porque si escribía juntándolas, de forma espontánea, no entendía ni yo lo escrito. Pero otra de las razones por las que me muestro reticente a la hora de sobreutilizar la pizarra creo que tiene fundamento. Creo que hacerlo para transcribir palabras que contienen sonidos que acabo de explicar cómo se transponen gráficamente, por poner solo un ejemplo, supone una falsa ayuda, fomenta la dependencia hacia el profesor, le da una importancia que, por el contrario, debe tender a minimizar, porque es misión suya fomentar la autonomía, la capacidad para resolver las dificultades independientemente, sin socorros sobreprotectores o aprendiendo, en todo caso, a buscar la ayuda por cuenta de uno mismo, si verdaderamente no se llega tras la reflexión.
Repubblica reproduce una serie de fotos de Alejandro Guijarro, publicadas originalmente en Mymodernmet, de pizarras de grandes centro de enseñanza, desde Oxford al SLAC National Accelerator Laboratory de Menlo Park, pasando por el Cern o Cambridge. Algunas quitan el hipo, porque parecen contener universos enteros de grandes conocimientos, síntesis que resumen en origen del universo. Es verdad que la mayor parte son de ciencias exactas, matemática, física, que se basan más en fórmulas que en el discurso hablado, pero aun así da la sensación de que avasallan, de que un poco más despacio y dejando más espacio al estudiante, el aprendizaje, quizá, habría sido más hondo, más sabroso, más fecundo.
Fuente:
Cern
Berkeley
Stanford
Cern
SLAC National Accelerator Laboratory
Berkeley
Cambridge
Cambridge