Clica aquí para ver la Primera serie: Deterioradas o ausentes.
Clica aquí para ver la Segunda serie. Animales(I): Leones, elefantes y caballos.
Clica aquí para ver la Segunda serie. Animales (II): Peces y ánades.
Clica aquí para ver la Tercera serie: Manos (II).
Clica aquí para ver la Cuarta serie (I): Formas casi sin motivo (I).
Clica aquí para ver la Cuarta serie (I): Formas casi sin motivo (II).
Clica aquí para ver la Cuarta serie (I): Formas casi sin motivo (III)
Clica aquí para ver la Cuarta serie (I): Formas casi sin motivo (IV).
Todas las casas parecen construidas como para hacer de ellas un inmenso observatorio astronómico. En caso de que el mar inundase la ciudad como en los tiempos antiguos, la población podría recogerse en las azoteas y allí estar a su gusto. Salvo el miedo consiguiente. Me dijeron que hace pocos años, con ocasión de no sé qué eclipse, se dio en pleno día este espectáculo. Los setenta mil habitantes de Cádiz subieron todos a sus terrados para observar el fenómeno. La ciudad, blanca como era, se tornó de mil colores. Las azoteas estaban llenas de cabezas, con una sola ojeada se distinguía barrio por barrio toda la población. Un murmullo sordo y difuso se elevaba al cielo como un mugido del mar, y un movimiento inmenso de brazos, de abanicos y de anteojos vueltos a lo alto, hacía creer que se aguardase el descenso de algún ángel desde las esferas del sol.
De Amicis, Edmundo, España. Viaje durante el reinado de Don Amadeo I de Saboya, Madrid, Miraguano Ediciones, 2002, p., 255. Trad. Augusto Suárez de Figueroa.
La languidez de estas manos se debe a que la muñeca flota, como ocurre con las buenas camisas de gemelos, dentro de la manga, aquí sustituida por manguitos de encaje o con motivos vegetales que la rodean embelleciendo su unión al portón.
Dos modelos de placa que ocultan el enganche del martillo a la puerta
Pero si no fuera por el fruto que sujetan parecerían muertas, como en el juego infantil en el que se coge la mano a un niño y, mientras se canta “deja la mano muerta que llama a la puerta”, se le dan golpecitos en el pecho, hasta que el último golpe (“deja la mano muerta que llama… al portón”) se propina en los labios. El fruto, además de añadir verosimilitud, convierte la languidez en elegancia, alejándola definitivamente de la flaccidez de la mano blanda y, en cierto sentido, fría, como esta, que algunos (recién) conocidos nos tienden. Pero la elegancia no es ajena a la leve morbosidad que debía procurar al visitante sensible el contacto del metal , como quien toca una escultura para asegurarse de que no guarda un hálito de vida del modelo .
¿Acelerarían el paso discretamente los interesados en llegar primero a llamar, se despojarían del guante antes de hacerlo, recordarían que quizá la fruta que sujetan cuatro dedos es la fruta del pecado?
Pero una cosa es el cincel del artesano o el molde que produjo estos llamadores en serie y otra el trato que sus dueños les dieron. De salida, debieron relumbrar sus largos y esbeltos dedos de uñas bien hechas, pero hoy algunos han quedado mates y a menudo el servicio que se ocupa de ellos –los de esta serie son los que se encuentran en las mejores casas de época, públicas o privadas, de Cádiz- deja señales de los chorros de Sidol abrillantador donde el trapo no llega, como si de afeites excesivos se tratara o más que de limpiar con esmero se quisiera recalcar que se limpia.