Pour l'enfant, amoureux de cartes et d'estampes,
L'univers est égal à son vaste appétit.
Ah! que le monde est grand à la clarté des lampes!
Aux yeux du souvenir que le monde est petit! (Le voyage, Charles Baudelaire)
Tropos
The mirror is, after all, a utopia, since it is a placeless place.In the mirror, I seemyself there where I am not, in an unreal, virtual space that opens up behind the surface (Michel Foucault, Of Other Spaces, 1967).
En las fotos de Eva Barton confluyen una exquisita geometría y un potente uso de la tonalidad, dos elementos formalmente suficientes para que cualquier obra de dos dimensiones cobre valor y razón de ser. Ocurre además que, si uno rompe la superficie, atraviesa el espejo y se adentra en ese recóndito universo al que nos invita, accedes a una tercera dimensión con la que puedes perder el sentido de realidad. Hay pérdidas liberadoras que sientan bien, que regalan la aventura de pasar página o cruzar la raya.
El párrafo anterior, junto a la cita del psicólogo Foucault con la que Barton presenta sus Reflective Landscapes en su página web, bastarían para abrir la puerta hacia su microcosmos mágico. Pero nos queda espacio para entrar en detalles. Conocí a Eva en una clase de español a la que había acudido por error. Se confundió de aula y de nivel, que no de idioma, y aunque en el primer minuto supo que no iba a ser ese su sitio, pidió permanecer en él hasta al final, ocupando su placeless place. Para una artista habituada a fantasear lugares, experimentar con las múltiples maneras de ocuparlos puede llegar a ser una costumbre ciertamente adictiva.
Los días siguientes nos saludábamos a la salida de nuestras respectivas clases, en el espacio virtual de los pasillos. Una mañana de esas intuí que llevaba una ampliación fotográfica, enrollada en forma de tubo bajo el brazo. Supuse que era una foto porque tuve una educación extraña, y suelo reconocer el reverso mate de un papel fotográfico. Le rogué que le diera la vuelta y ¡boom, zas!, apareció el primer espejo. Y aquí me veo, meses más tarde, escribiendo por encargo algo que conteste a la pregunta de “por qué demonios se hacen fotografías”. ¡Qué demonios! Para ahuyentarlos, diría, aunque para ello haya que identificarlos primero con un aparato delante del ojo.
No sé qué extraña educación debió de recibir Eva Barton. En la escuela te enseñan a leer, a sumar y a restar, sobre todo a restar, a tirar a canasta y, con suerte, a tocar la armónica. Pasado un tiempo, multiplicas, divides sobre todo, trazas elipses y haces comentarios de texto. Si el de Lengua se enrolla y acaba el temario, puedes llegar a oír hablar de poesía visual, como mucho. Poco o nada te contarán del poder metafórico de las imágenes, hasta el punto de que la actual avalancha de fotografías, unida a su banalización, tiende a perpetuar un notable grado de analfabetismo visual. Puedes llegar a creer que la fotografía es un mero ejercicio de representación y seguir ignorando su capacidad de prestidigitación. Es posible.
Eva demuestra conocer el arte y el oficio. Un fotógrafo debe decidir si color o blanco y negro, qué color y qué gama de grises, elige el formato, espera la luz y el instante, tiene presente un cómo y un por qué; quita, pone y dispone, diafragma y retoca; enfatiza, se arrodilla o se pone de puntillas, se mueve a izquierda o derecha sabiendo que un encuadre puede desvelar una actitud moral, y habrá sentido alguna vez una suerte de latigazo de endorfinas al disparar. Un fotógrafo no solo ve, sino que sufre visiones. Javier Brox resume esa actitud artística con una palabra: intención.
Solo así, una fotografía con intención se sirve del contenido original, de aquello que está detrás del visor, para adoptar otro contenido y otra dirección. Y así es como hay fotógrafas que construyen paradojas, hipérboles, metonimias y todo tipo de figuras poéticas. Una metáfora visual, al igual que las otras, vale para ilustrar una explicación o sirve para iluminar la vida. De esa poética manera, al modo Barton, no solo se puede insinuar o condensar el entorno sino llegar a driblar o distanciarse de la sosa y engañosa realidad.
Hay millones de fotos en nubes y cajones. Hay posados y fotos robadas. Y posados hechos como fotos robadas. Hay reporteros y fotógrafos de estudio. Hay fotos denuncia y fotos con las que puedes ser denunciado. Hay fotos para archivar recuerdos y otras que activan la memoria. Las hay que llenan o adornan espacios y las que inventan y transforman lugares.
Una buena foto, por activa o por pasiva, es siempre un espejo. O te devuelve lo que tenías delante o te brinda lo que estaba detrás. Hay fotos con las que revivir un momento histórico y otras que albergan el germen de una historia. Hay fotos que roban el alma del retratado y otras que desnudan literalmente el alma del fotógrafo. Barton es un ejemplo de todo lo segundo.
Hay fotos que se olvidan con solo verlas. Las hay imborrables, aunque alguien las destruya. En estos pixelados tiempos, las fotos se eliminan o se borran. Antiguamente había que hacerlas pedacitos o quemarlas para que ya no torturasen. Las de Eva Barton son fotos auténticas, hechas de verdad, de las que habría que quemar para que dejaran de quemarnos. Hay tanto mimo y delectación, tanto regusto en las obras de Barton, que uno resuelve fácilmente el dilema: quedarse absurdamente impasible como ante la pulida superficie de un espejo que te devuelve una cara vagamente conocida, o dar el salto, dejarse conducir por un conejo disfrazado de jirafa o de caballo sin cabeza, disfrutar el vértigo de la caída libre y permanecer perdido o cautivo. Un salto así merece la pena, porque al final del recorrido, como dijo un psicólogo francés, siempre eres más de lo que eras.
RDR
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Enlace a la página web de Eva Barton
DESERT, JUNGLE, SEA
Constructed Landscapes transforms colour negatives of landscapes initially taken as mere keepsakes through the act of slicing and splicing. The resulting photographs allude to an imaginary place, that opens up behind the surface.