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Empieza el festival de Cannes y me acuerdo de una de las cosas que más me desazonan del cine, los títulos de crédito, en particular cuando una buena parte se encuentra al principio de la película y estás obligado a tragártelos. Menos mal que, a menudo, alguna mano piadosa se ha ocupado de mezclarlos con el principio de la acción y, aunque molestan, la retahíla de nombres y oficios se puede sobrellevar. Leo que Caballero Bonald se quedó hasta el mismito final de El cielo protector (Bertolucci) para saber si aparecía su nombre entre los títulos, porque había rescatado una “tonada de raíz arabigoandaluza” que se utilizaba en la peli. Así se entiende la cosa, como también se entiende que uno agote el metraje de la cinta cuando le inquieta algún detalle, que en mi caso suele ser el autor de una canción. Pero, a pesar del interés, me desespero esperando el nombre y, con las luces encendidas siempre me vuelvo a mirar con estupefacción a esos espectadores que mantienen la mirada fija en la pantalla casi con más atención que antes del final de la acción, mientras leen nombres y más nombres que se han ocupado de las cosas más insospechadas de la película.
Ya sé que el cine es un producto fruto de un trabajo colectivo en una medida infinitamente mayor que, por ejemplo, la literatura. Pero es que si aplicáramos a los libros la minuciosidad de los títulos de crédito, podríamos conocer hasta quién compró el papel en el que está impresa la historia, pasando por el nombre del agente literario que gestionó la venta de la obra, el del dueño de la editorial o el de los correctores de pruebas. Quizá, como mero espectador, se me escapan motivos que expliquen una exhaustividad de los títulos que no alcanzo a entender. Me permito, en este caso, no ponerme en el lugar de nadie y señalar lo tedioso que me resulta el trance.
F Scott Fitzgerald. Photograph: American Stock/Getty Images
Coda. Si a mí me sirven los títulos de crédito para algo útil es para recordar de quién no debo ir a ver la próxima película que estrene. Mucho me temo que es lo que me va a ocurrir con El gran Gatsby, de Baz Luhrmann. Con lo sencillo que sería que apareciera el nombre del gran Scott Fitzgerald junto al del atrevido director y al del guionista, eso sí separado el primero de los otros dos por un espacio suficientemente grande como para dejar claras las cosas.
Mia Farrow y Robert Redford en la versión de El gran Gatsby dirigida por Jack Clayton en 1974 versión of The Great. Photograph: c.Everett Collection/Rex Features (Fuente)
Enlace a cuarenta y cinco tapas del la novela de Scott Fitzgerald