sábado, 5 de diciembre de 2015

El comensal irresistible, de Gabriela Ybarra

“Todo había terminado. De repente sintió que todo aquello era como un mal presagio. Estaba desprotegida. El camino hacia su propio fin quedaba despejado” (Salter, J., Años luz)

EL_COMENSAL

El comensal, Gabriela Ybarra, Caballo de Troya, 2015, 176 págs. 15.90 €

La relación de los niños con la muerte en sociedades como la nuestra suele estar compuesta de escenas fragmentarias, explicaciones incompletas, eufemismos de eufemismos, opacas figuras retóricas. Mi primer recuerdo, por ejemplo, son los gritos nocturnos de una vecina que había despertado junto a su marido muerto. Me enteré de los gritos, pero apenas supe lo que había pasado de verdad. Una masa informe de piezas, sensaciones y palabras, queda  flotando en los niños, piezas de un discurso que acabará por tener lógica mucho después. Antes, las esquirlas tienden a componer figuras provisionales, la del miedo, la de la angustia,la solemnidad o el juego desafiante. La adolescencia y después la edad adulta consiguen más tarde elaborar un discurso racionalizador que dura a veces muchos años, como si el caleidoscopio de repente hubiese encontrado una disposición satisfactoria. No callan los silencios, las escenas entrevistas por la ranura de una puerta, las lágrimas que vimos versar, pero tenemos otra perspectiva y sobre todo una energía para vivir que permite distanciarse del murmullo de la muerte. Sin embargo, pasa el tiempo y de repente su ala negra nos restriega polvo de cristal por las entrañas. Entonces, el caleidoscopio gira y alcanza a reunir pasado y presente con tanta intensidad que no podemos evitar convalecer hasta reinsertarnos en la vida en una nueva posición, generalmente, la de quien ha pasado a estar en primera fila de los que esperan su turno. Si antropológicamente la muerte ajena es un principio de satisfacción, porque nos hace presente el hecho de que nosotros seguimos vivos, individualmente, por el contrario, la desaparición de nuestros allegados supone un choque de que no se sale incólume.

Valga lo dicho como resumen abstracto de lo contado por Gabriela Ybarra en su relato autobiográfico, análisis de lo vivido por ella y al tiempo homenaje a la figura de su madre, ser de luz, en palabras de su hija. El fallecimiento, a resultas de un agresivo cáncer, despierta en la joven mujer la necesidad de reconstruir el expediente de muertes incomprendidas, en particular la de su abuelo, Javier Ybarra (secuestrado y asesinado por ETA en 1977), empresario, presidente de la Diputación de Vizcaya (1947-50)  y alcalde franquista de Bilbao (1963-69). Presidente y alcalde franquista, ça va de soi, dadas las fechas del ejercicio de los cargos. Al hilo de los recuerdos y sensaciones revividos y en parte reconstruidos a mitad de camino entre el reportaje y la ficción autobiográfica, la narradora acabará por asumir la desaparición de su madre, por quien se sintió escogida, señalada entre sus hermanas para que la acompañara en la enfermedad.

Y es quizá esa excusa, fruto del denso vínculo con la madre, lo que dota de intensidad, priva de sentimentalismo casi siempre, al texto, lo que hace creíble la narración, además de la  buena selección de anécdotas. La obra carece del amplio registro de tonos de Patrimonio, de Philip Roth, por ejemplo, o de los conflictos internos de Tiempo de vida, de M. Giralt Torrente, pero explota con habilidad cierta afectuosa ingenuidad mezclada a un tono suficientemente descarnado, quizá más  en la línea de Todo esto pasará, de Milena Busquets, aunque en El comensal el trato con la muerte es menos timorato y la prosa más densamente tersa. La reconstrucción de los hechos resulta fruto de una honda pulsión que hace bucear a la narradora en una niñez en la que lo acontecido, los primeros contactos con la muerte en el seno de la familia, le había sido escamoteado por su padres, en medio de un ambiente en que ser señalado por ETA significaba tener colgado un baldón macabro,  por más que el abuelo fuera un  hombre del régimen de cierta importancia. La muerte de un tío suicida aparece también como un fogonazo, particularmente intenso por su crudeza.

El diagnóstico de cáncer de  su madre es el detonante que lleva  a Ybarra a acercarse a la historia del  secuestro y posterior asesinato de su abuelo, de cuyos detalles  supo bien poco hasta catorce años después. Si en un primer momento, alentada por un pronóstico optimista sobre la enfermedad de su madre, no alcanza a intuir la gravedad de la situación, más tarde sentirá que ella es la elegida para asistirla en sus últimos meses. La narradora reconstruye así lo ocurrido a su abuelo como si se tratara de otro capítulo de un único proceso de reposicionamiento con respecto al tema, pues, al cabo, el libro es una especie de autorretrato de escritor enfrentado a la muerte.

Ningún empacho, por cierto,  por la progenie de la autora, ni por poder llevar a la madre a curarse a Nueva York, por comprar un apartamento en la capital del mundo, por estudiar en universidades americanas, por una vida de rico trabajador, por contarla. Se agradece esa falta de rubor, pero uno se plantea hasta qué punto la recepción de la obra, incluida la edición, no ha estado condicionada por ser vos quien sois. Me pregunto qué habría sido del libro sin los apellidos que lleva y si no hace un poco parte de un entramado de morbo cultural que todo lo tiñe, aunque en el caso que nos ocupa se trate de un producto de alta gama. Algo de ello hay, seguramente, pero la obra es digna, prima esa dignidad. 
Javier Brox

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Saber bailar. Ser un poco off, rarito, descentrado, no del todo pirao, pero... En ello estamos. Aprovechamiento de entradas.


Fuente del GIF, a través de Radio 3

Veo bailar a Woody Allen y no puedo evitar visiones repetitivas de mí mismo en calidad de bailarín. Un sentimiento muy contradictorio me embarga al respecto. Por un lado, no quiero saber bailar, como de hecho no sé ni nunca he sabido.  Me reconozco en quien baila por obligación, en quien baila mal, pero con cierta gracia. Así ha sido desde que tuve un atisbo de conciencia sobre mi yo ideal, hacia los 13 años, edad, por cierto, desafortunada como pocas. Por otro lado, sin embargo, querría saber bailar, llevar en la sangre el ritmo, la facilidad para dar los pasos justos. Me ocurre en las bodas, cuando me encantaría poder echar un pasodoble para que los que piensan que no sé bailar, o, mejor dicho,  los que yo pienso que piensan que no sé bailar, se quedaran boquiabiertos y dijeran, ¡jo, qué tío, yo no sabía que sabía bailar! También querría saber bailar cuando, fruto de mi alma escindida, algo o muy esquizoide, me imagino elegante, vestido de barquillero filipino con traje de lino de color abarquillado o rosa cuarzo y un lirio que empieza a languidecer en el ojal. Con otro cuerpo, otras hechuras distintas de las actuales, pero las misma gafas, eso sí. Entonces, cuando me sueño distinto, saber bailar se convierte en la metáfora suprema de otros orígenes, otra biografía, otra existencia distinta a esta, cada vez más cargada de trimestres. Ah, si hubiera sido... 

Pero no, la humanidad se divide en muchas parejas de opuestos, pero ninguna tan cruel como la que separa irremediablemente a los que saben bailar, pero a menudo no quieren, de los que no sabemos y querríamos… querríamos hacerlo, por ejemplo, como Rocky Roberts.



Entre los que bailan y aquellos que miran a los que bailan o miran al suelo hay  un valle lleno de espinas que, salvo en sueños, nunca he podido cruzar. Por lo menos, me consuelo, no estoy aquejado de muchos otros de los síntomas frecuentes en los bailarines frustrados, como la tendencia al estrabismo, la onicofagia, la forma oblonga del torso. 
Un ilustre miembro del club de los que nunca sabrán bailar es Nanni Moretti.
La siguiente secuencia da prueba de ello:



Me gusta mucho esa sensación de espejismo urbano que produce la isla de bailarines entregados al merengue. Un estudioso francés, el historiador Legoff, dedicó páginas memorables a la oposición yermo/selva y esta visión a mitad de camino entre el sueño realizado y el espejismo que sufre Moretti tiene algo en común con las alucinaciones/tentaciones que sufrían los caballeros del ciclo artúrico durante su quête, metáfora existencialista avant la lettre de la vida. Al final de su periplo, Moretti, motorizado, encuentra a su dama de forma inesperada. Es la heroína de Flash dance, la película que dice recordar con placer. Pero la dama es de armas tomar, sans merci, para decirlo en términos medievales
En fin, una frustración tras otra, que seguramente es lo que acaba por traer consigo el invierno. Seguro que si de repente Moretti aprendiera a bailar, se rompería la pierna a las primeras de cambio. Sería un consuelo, desde luego, pero aún así, año tras año, cuando llegan los primeros serios fríos, pienso en cuánto me gustaría saber mover el esqueleto como Rocky Roberts. 
Los intentos de definición de la caracterología de Moretti que hace Jennifer Beals en el video clip son, por cierto, memorables, apetitosos como una pista de baile agarrao.Y es que no solo me gustaría saber bailar, sino también ser o estar a little bit off, speciale, quasi scemo, not really crazy but…, particolare, off centered, not really troubled but…, verso pazzo ma non ancora, may be whimsical. En ello estoy. El yo ideal es insaciable.


domingo, 29 de noviembre de 2015

La F de Fortuna o entrar campesino y salir papa. Internet, (sub)cultura de alta cuna, de baja cama.

 

12274299_1005333412864925_226523329503334736_nChansonnier of Zeghere van Male, Bruges 1542 (Cambrai, Bibliothèque municipale, ms. 125B fol. 25v) (Fuente de la imagen)

"Tras la muerte del Papa Antero, martirizado por el emperador Maximino Tracio que había reactivado la persecución de cristianos, la comunidad cristiana se reunía para la elección de su sucesor. Como casi siempre, las posturas estaban enfrentadas y no había un claro candidato. Fabián, un campesino que regresaba de sus labores en el campo, al ver aquel gentío se acercó a oler. En aquel momento, una paloma surgió de la nada y se cagó encima de Fabián. Todos contemplaron aquel fenómeno -pues es un fenómeno que con la de gente que había enfrascada en la elección, fuese a caerle a uno que nada tenía que ver- y lo interpretaron como una señal del Espíritu Santo. La intervención divida había elegido al nuevo Papa. Como Fabián era laico, allí mismo lo ordenaron sacerdote, obispo y Papa. Por tanto, la elección de Pedro y la de Fabián fueron las dos únicas con intervención “divina”. Así que, puede que este sea el origen de asociar la cagada de paloma con la buena suerte" (http://historiasdelahistoria.com/2014/01/22/por-que-trae-suerte-que-te-cague-una-paloma-encima)

Y un par de testimonios:

BUENO COMO SEA HOY ME CAYO CACA DE PAJARO...NO SE QUE TAN FIDEDIGNO SEA POR QUE DE HECHO YO SABIA QUE HABIA UN PALOMON EN EL ARBOL BAJO EL QUE YO ESTABA... ME SENTI MONGOLASA ASI QUE DE HECHO LE DI PENA A PITI, CON QUIEN ESTABA ALMORZANDO, Y ME DIJO QUE ME TRAERIA SUERTE, DE HECHON ME SENTI CAGADISIMA, Y PARA SER SINCERA CERO SUERTUDA PERO ME COMPRE LA TINKA... SI ME LA GANO ME COMPRO MIL PALOMONES, LES HAGO MIL FREJOLADAS Y LOS INVITO A TODOS !!

“…a mí una vez me cayó caca en la mano, fue un toque después de comprarme un churro.. pero no pude meter mi mano al bolsillo para pagar, por razones obvias.. así q me lo regalaron.. suerte, eh?(http://nlalunadepalta.blogspot.com.es/2009/08/bondades-de-la-caca-de-pajaro.html)