(…)Siempre
de prestado, sin rumbo,
como cualquiera, aquí anda,
se lava aquí, tozudo,
entre nuestros zapatos.(…)
Claudio Rodríguez, "Gorrión"
En la foto Messi aparece con sus compañeros Xavi e Iniesta. Las piernas son de jugadores sin identificar.
De nuevo, gorrioncito Messi está de actualidad, esta vez porque hoy por la noche juega la final de la Copa de Europa, que ahora tiene nombre en inglés. Estimado lector comprometido, quizá indignado, consciente en todo caso de que las cosas van a mucho peor, si consigues por un rato olvidar que el fútbol es un concentrado de lo peor del capitalismo, que, además, sirve, qué duda cabe, para atontarnos, en uno u otro sentido –véase, si no, lo que pasó el otro día con las pitadas al dichoso himno-, pero atontarnos, alienarnos al fin y al cabo, si consigues por un rato adocenarte a gusto y disfrutar del espectáculo, convendrás conmigo que el petolón de primera categoría es de lo poco que uno puede aguantar en la caja tonta. Convendrás entonces que el gorrión casi mudo, que malgasta su energía cuando dice las pocas palabras que dice, tiene o tenía hasta ayer algo del joven David que luchó contra el central Goliat, un individuo fortachón y aguerrido como ningún otro defensa, nada torpón de movimientos para el volumen equivalente de agua que desalojaba cuando se bañaba en el Mar muerto ni tampoco nada lerdo, por más que se asocien fácilmente los jayanes a la escasa inteligencia. Pero es que para más inri el gorrioncito Messi lucha a menudo contra tres o cuatro gigantones venidos de las tierras más salvajes del planeta. Al fondo, después de haberse deshecho de ellos, por último, aparece siempre un extraño ser contemplativo, pero que si hace falta, saca los puños, se tira al tus pies o utiliza las manos para coger la piedra disparada con la honda pedestre del balonpedista. Como el David de Miguelángel para la república florentina, Messi representa la destreza, la fineza, la capacidad para ingeniárselas con poca cosa frente al poderío, a la embestida, cuando no frente a la cornada que sueltan algunos zagueros.
Además, como el David florentino, tiene o tenía hasta ayer un cuerpo algo desmañado, de adolescente que todavía no había cogido el volumen necesario, como los cachorros antes de ahombrarse, que tienen ya su altura máxima, pero les faltan los andares apesadumbrados de jefe de la manada, oficinista, que no puede permitirse perder el balón. Casi se le ha quitado ya, pero ojalá no pierda nunca del todo ese aire de pasar silbando solitario por allí, con las manos en los bolsillos, para de repente convertirse en una bala que bracea como un molinillo, entre uno, dos, tres, cuatro, del equipo contrario que saben que él es un problema irresoluble, una ecuación inalcanzable para sus conocimientos.