lunes, 4 de julio de 2016

Lectura de verano de lecturas de otoño: Gil de Biedma lee las Escrituras y se mantiene firme a lomos del corcel

I classici sono quei libri di cui si sente dire di solito: «Sto rileggendo...» e mai «Sto leggendo...» (I. Calvino)

El año que yo nací, el lluvioso martes 1 de septiembre, Gil de Biedma, por primera vez en su vida, dedicó un rato a leer las Escrituras: "El efecto ha sido deplorable, tan deplorable que habré de leer más, pues difícilmente podría apoyar una opinión tan negativa, un disgusto tan radical como el experimentado en sólo sesenta minutos de lectura. La verdad es que no concibo cómo hay quien puede sentir apego y gusto hacia esos libros, sino es por motivos confesionales. Una vez apeados de su categoría de textos inspirados por la divinidad y relegados a la categoría de tesoro literario de un pueblo remoto, no siente uno e menor escrúpulo en darlos de lado en favor de la Odisea, de Heródoto o de los Siete contra Tebas -incluso se siente uno inclinado a postar por la posible inspiración divina en el caso de estos últimos." (G. de Biedma, Diarios 1956-1985, Edición Andreu Jaume, Lumen, 2015, p. 355). 
Confieso que si yo me acercara a la Escrituras, lo haría en términos de Sto leggendo y no de sto rileggendo, pero mi fe en Biedma es grande y entre 1959 y 2016 ha pasado demasiado poco tiempo como para que las cosas hayan cambiado en cuestión de gustos. Lo cierto es que Calvino, que todo lo sabía, también había previsto que la llama pudiera no prender en la lectura de un clásico: "Se la scintilla non scocca, niente da fare: non si leggono i classici per dovere o per rispetto, ma solo per amore. Tranne che a scuola: la scuola deve farti conoscere bene o male un certo numero di classici tra i quali (o in riferimento ai quali) tu potrai in seguito riconoscere i «tuoi» classici. La scuola è tenuta a darti degli strumenti per esercitare una scelta; ma le scelte che contano sono quelle che avvengono fuori e dopo ogni scuola". Aunque también pudiera ser que Biedma quisiera epatar o simplemente dar una opinión radical., en la línea de lo que expresaba Benet:  
“Yo creo bastante en la eficacia de la impertinencia, sobre todo en la de determinadas opiniones impertinentes… En cierto modo esas opiniones son, por impertinentes, las más útiles, las más atractivas. Si las opiniones se matizan, pues se vulgarizan, y entonces caen en el lugar común. En cierto modo, la opinión radical puede hacer daño, pero no deja de ser un extremo del campo de la opinión, lo linda… Una opinión tajante es más atractiva que una opinión mesurada. Me gusta ir por el mundo con ideas radicales. Ya que uno no puede radicalizarse en la vida pública, sí al menos en la vida privada.”  (Benet, Juan, Ensayos de incertidumbre, edición de Ignacio Echevarría,  Barcelona, Debolsillo, p. 477).