viernes, 3 de marzo de 2017

Collages de Marta Ester Tabuenca. La exposición de El paredón del gato (del 3 de marzo al 7 de abril).

Hoy, a falta de ultimísimos detalles, ha quedado inaugurada la exposición de diez collages de Marta Ester Tabuenca en la E.O.I.1, de Zaragoza. A continuación, se reproducen dos textos de presentación:


Marta es aragonesa pero, si no lo fuera, debería serlo, porque sus genes son herencia de la raza de Gracián: expresar lo máximo con los mínimos medios y además, hacerlo bien.
A Marta Ester le cuadra perfectamente la letra de aquella canción lejana de Serrat:
“Es menuda como un soplo [… ]
y un aire entre tierno y triste,
como un gorrión”
Pero también engaña. Parece que la fragilidad y esa levedad, dulce y femenina, van a contener ángulos muertos o puntos débiles, sin embargo, nada más lejos de la realidad: su fuerza la lleva a retar a las técnicas, a jugar con las posibilidades, a experimentar: siempre experimentar.
Nos conocimos en un taller de grabado donde la serigrafía a pantalla perdida era el tema principal y mientras los demás llevábamos modelos o imágenes en nuestros cuadernos, ella llevaba propuestas, indagaciones, desafíos en su cabecita. Recuerdo nuestro empeño en que aquello que habíamos dibujado diera, dentro de lo posible, un resultado esperanzador y un recuerdo que mostrar –como los cadáveres tras la cacería- de que éramos mejores de lo que se nos suponía. Marta  partió de la sencillez de unas manchas para ir posteriormente replanteándose qué quería y qué posibilidades tenían las distintas opciones. Nunca pretendió un resultado, sino una búsqueda de posibilidades expresivas que la sedujesen o, al menos, que le abriesen nuevos medios de comunicación con el exterior.
Conversar con ella es entretenido, divertido, acogedor. Siempre vibra “ un corredor de fondo” en sus palabras. Una mente que bulle en ideas, imágenes, relaciones, silencios, propuestas. Es como un carrusel de imágenes que ella va superponiendo hasta encontrar la relación, ambigua o real, superficial o profunda, banal o de raigambre. Y es esa relación lo que nos admira y nos hace preguntarnos: ¿Qué es lo que ella ve que nosotros no hemos ni siquiera atisbado?
La he oído decir muchas veces de su hilazón con el collage, especialmente porque ella –dice- no dibuja, y el recorte, los pespuntes, el pegamento y otros medios que ella maneja a la perfección con sus delicadas manos, convierten ese arte cisoria en puro arte, en medio de expresión, en comunicación con el mundo.
Como se puede ver en la exposición de Marta que hoy presentamos, hay variedad de propuestas, de técnicas –desde lo digital a la tijera de costura- y de vivencias. Dice mi profesora de dibujo –Francisca Zamorano- que cada trazo que ponemos sobre el papel o el lienzo es parte de nuestra vida, de nuestra experiencia vital o emocional. Los collages de Marta son fotogramas de su vida, aunque a veces uno percibe entre las imágenes jirones de su corazón, que palpita y se agita “como un gorrión”.

Andrés Guerrero

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En mi trabajo las citas son salteadores de caminos que irrumpen armados para arrebatar la convicción que alberga el ocioso paseante (W. Benjamin, Calle de dirección única, Trad. Jorge Navarro Pérez,  Obras, IV, 1, p. 78, Madrid, Abada, 2010).

Lord Polonius: 
This above all: to thine own self be true,
And it must follow, as the night the day,
Thou canst not then be false to any man.
Farewell, my blessing season this in thee!
 (Shakespeare, Hamlet,  acto I,  escena III).


La gracia del collage se basa en la tensión entre dos fuerzas contrapuestas, una centrífuga y la otra centrípeta. La combinación de imágenes de la que parten los collages de matriz surrealista hace que cuanto más alejados estén en la vida ordinaria los elementos que los componen mayor sea la belleza que se desprende de ellos, la del “encuentro fortuito de una máquina de coser con un paraguas en una mesa de disección”, como decía Isidore Ducasse en sus Chants de Maldoror. La fuerza centrípeta mantiene unidas las partes, pero la fuerza centrífuga, ligada a la apariencia ordinaria de los objetos, tiende a reintegrarlos en la mente del espectador a su contexto habitual. Sin esa tensión, el collage no es nada,  y, viceversa, cuanto más extrañamente potente, aunque arbitraria en apariencia, es  la asociación, más intensamente compacta/delicadamente precaria resulta la obra.

Para Breton, el poder de una imagen de ese tipo depende de su grado de arbitrariedad. Pero resulta que la arbitrariedad de los mejores collages descubre  que sus elementos llevaban años llamándose, esperándose, penando por su metamorfosis liberadora, resulta que de su unión se desprende vida, rezuma una verdad desconocida, latente sólo hasta entonces. Y es que benjaminianamente, diríamos que los collages pintan ”un tótem de los objetos” y “lo buscan en la espesura de la prehistoria, y la última caricatura de ese tótem es sin duda el kitsch, esa última máscara de lo banal con que nos revestimos en el sueño y en el seno de la conversación, para acoger con ello la fuerza del mundo de las cosas desaparecidas” (Kitsch onírico, Obras II, 2, trad. Jorge Navarro, Ed. Abada, Madrid, 2007, p. 231). De eso se trata, de cosas desaparecidas, de existencias perdidas, precarias, los collages rastrean mitos sin tiempo pero con historia,  los reactivan y los hacen visibles en el presente. Así, en términos benjaminianos otra vez, los collages nos despiertan para enseñarnos arquetipos escondidos en la realidad cotidiana, que es sólo apariencia, escenario de nuestro sopor, contexto ideal para nuestro vivir dormidos. La verdad está en esos abortos imposibles, encuentros paradójicos, ilógicos matrimonios monstruosamente felices que conllevan actos de prepotencia del artista sobre la apariencia. “Esos momentos de iluminación no los producen las guerras, las revoluciones, los inventos o las luchas sociales, lo producen las obras de arte”, escribe F. de Azúa parafraseando al berlinés, que a su vez precisa el momento del día mejor para la iluminación: “¿Deberá ser el despertar la síntesis entre la tesis de la conciencia onírica y la antítesis de la conciencia en la vigilia? Así, el momento del despertar sería idéntico con el ‘ahora del reconocer’, aquel en que las cosas nos ofrecen su rostro verdadero –surrealista–” (1).

Todo lo anterior se refiere a la obra. ¿Pero, quién la hace?  Sin duda un artista bastardo, lejano de la idea del creador absoluto. El colajista es alguien bajo el signo de Diógenes, un recolector de desechos, un buscador en contenedores propios y ajenos, cuando no un insomne vocacional que acecha la pantalla del ordenador a ver qué puede sustraer a la apariencia para devolverlo a la realidad que hemos descrito. Ay, pero a diferencia del collage digital, el manual además desmiente la solución, incorpora rasgos de enfriamiento brechtiano que lo delata como fruto de trabajos manuales, entretenimiento escolar, no de la inspiración suma. Si como decía Ferlosio, el mudéjar supone un desquite del albañil sobre el arquitecto (2), el collage le restriega su verdad en la cara a la impostada pintura realista, pues en su modestia artística se basa su profundidad. Suena a oxímoron, pero es un humilde kitsch. El relieve del recorte, los puntos que marcan las curvas de la tijera, los restos de pegamento, las cosas encontradas en su superficie como si las hubiera dejado la espuma de los días al retirarse, son un recordatorio de que vemos emblemas, ingenios fruto del artificio, del deseo, del afloramiento de la historia, más verdaderos por ello que si nos engañaran y reduplicaran lo real. Los artistas que usan materiales y técnicas más nobles reflejan tímidamente lo que ven o lo que creen soñar, los colajistas, manos tijeras, son los verdaderos creadores a partir de materiales previos, como hizo por otra parte Roma con Grecia, el gótico (en cuya pintura ya había collages, como señaló Apollinaire) con el románico, y así sucesivamente.


Reaparecen las fuerzas centrípetas y centrífugas de las que hablábamos antes, la de la verdad contra el ensimismamiento del realismo vulgar. Tengo a Schwitters por el gran maestro que las domina. Honni soit qui mal y pense, los collages tienen alma de papel encolado a través del que vemos algo más que sombras en la pared de la caverna platónica. Benjamin quería un libro sólo de citas, que no otra cosa son los collages, material de arrastre,  islotes cotidianos a la deriva, expuestos a corrientes contrapuestas, un libro sin pasajes intermedios, una exposición de collages, en el que  sobra argamasa añadida por el exégeta. Ese libro, esa exposición debía despertar la conciencia amodorrada del lector, una conciencia revolucionaria o, por lo menos, crítica.


Para completar este rompecabezas de citas en el que sobra la argamasa de mis palabras, ahí va otra, una condena de lo digital, aunque quizá los collages  puedan salvarnos incluso de la infectas miasmas de datos que nos arrastra: “El diagnóstico del filósofo francés Bernard Stiegler es aún más desalentador: durante las últimas décadas, el uso generalizado de la web ha producido una sincronización en masa de la conciencia y la memoria a través de ‘objetos temporales’ que llevan al consumo gregario estandarizado y la miseria simbólica, y llaman a la creación de ‘contraproductos’ que reintroduzcan la singularidad de la experiencia cultural y desconecten el deseo de los imperativos del consumo”. Pongamos pues pequeños contraproductos en nuestra vidas, son manchas que limpian.

 Javier Brox
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(1) W. Benjamin, Obra de los pasajes, N 3 a, 3, , trad. Jorge Navarro, Ed. Abada, Madrid, 2007.
(2) “Conviene recordar que las incomprendidas torres de ladrillo de Aragón se erigieron a raíz de un levantamiento de la albañilería contra la arquitectura, y el gusto de mirarlas se acrecienta –aunque, a decir verdad, a costa de hacerse algo bastardo– imaginando la rabia  y el horror que le producirían al pétreo y aplastante Buonarroti” (Sánchez Ferlosio, Rafael, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Ed. Destino, 2001, p. 17)

Sobre Marta Ester Tabuenca:

La obra expuesta: