La oposición al régimen, durante los años finales de la dictadura franquista, se apoyaba sobre varias patas: los sindicatos y los partidos políticos ilegales, las asociaciones profesionales, las asociaciones culturales, y también, con notable peso, lo que se llamaba entonces el movimiento vecinal. Tras la muerte de Franco, el desencanto y la progresiva desideologización cívica (¡qué poco me gusta la expresión sociedad civil!) fueron diluyendo el peso que las asociaciones de vecinos habían jugado, un peso quizá excesivo en la medida en que a veces se convertían en correas de transmisión de los partidos políticos, en particular del P.C.E., y se instrumentalizaban las reivindicaciones específicas en aras de deseado fin de la dictadura.
La idea del barrio, entendido como una especie de península dentro de la gran urbe, y, en términos vitales, entendido como el escenario de una parte importante de nuestra vida social cotidiana, es algo que, por toro lado, todos tenemos presente en el imaginario de la ciudad, salvo quizá los que viven en el centro, el cual a fuerza de ser rey de los barrios deja, en buena medida de serlo, como el monarca, primus inter, al final, dispares. Se puede vivir enteramente en el barrio, es como la unidad mínima necesaria para el desarrollo social del individuo. Hasta en la configuración urbana se tiende a dotarlo de los servicios básicos (parque, ambulatorio, escuelas, biblioteca, piscina, etc.) que hacen de él una especie de mini ciudad. Solo hay que bajar (o subir) al centro o desplazarse de barrio cuando se trata de actos de dimensión excepcional, como los ligados a la justicia, la muerte, las visitas a exposiciones o las compras especiales. Tal vez por ello, quien se compromete con su barrio suele ser persona preocupada por el aspecto más noble de la política, aquel que encamina nuestra actividad hacia la mejora de las condiciones de vida colectivas, y al tiempo persona que desdeña el politiqueo, la pérdida de tiempo, el mercadeo de intereses espurios.
Mi relación con los movimientos vecinales se ha visto reducida en los últimos años al mero hojeo de un periódico de distribución gratuita sobre la actualidad vecinal de la zona del actur, aquí en Zaragoza, y a una curiosa iniciativa con la que me topé el otro día en Madrid, andando por Recoletos. El la parte más cercana a Cibeles se pueden contemplar, aunque también puede uno intentar no contemplar, las dos series de figuras de hierro de Xavier Mascaró:
Y en la parte alta, frente a la Biblioteca Nacional, junto al monumento conmemorativo dedicado a J. Valera, ante el que te despepitas por el ingenio del que lo ideó, habían convertido el suelo en una escultura parlante reivindicativa de los deseos que los habitantes del barrio de La latina querría ver cumplidos:
La iniciativa parece hacer parte del programa Madrid abierto y partió de la idea de una artista alemana, Susanne Bosch, quien colocó en la Plaza de la Puerta de Moros una “hucha de los deseos”, en la que los vecinos de la La Latina podían dejar pesetas, aquel hermoso objeto de deseo en el que se cifraba mi paga semanal –recuerdo aquí que el banco de España las sigue cambiando por euros. También se podía dejar grabado un mensaje con propuestas de mejora para el barrio:
Leo en la edición madrileña de El País algunos de los deseos, que imagino coinciden con los escritos con tiza en Recoletos: "Que construyan pisos para jóvenes a buen precio", "comida para los pobres". Una educadora que participó en la iniciativa habla de los que expresaron unos ancianos, quizá los más hermosos y los más difíciles de cumplir: "Querían que volviesen cosas del pasado, como un muchacho que andaba con una vara guiando pavos por la calle, para venderlos, o un hombre que bajaba de la sierra con hielo para granizados".
En Zaragoza, junto al Ebro, tenemos el más difícil todavía en cuestión de estatuas parlantes. A la altura de Macanaz se encuentra la oreja parlante, resto de los proyectos de mejora de las riberas ligados a la Expo. Sin embargo, hace poco he leído que alguien quería instalar una verdadera estatua parlante, del tipo de las seis romanas, un lugar donde quejarse de los poderes públicos, donde reivindicar mejoras.
Fotos: Dos de las esculturas parlantes romanas.
La hucha de los deseos de Madrid es una iniciativa de aquellas de las que al final de la dictadura se decía que venían de arriba, que no surgían del sentir del pueblo, desde abajo, que era lo que de verdad valía, lo auténtico. Hoy, venga de donde venga, hasta si viene por la derecha, cualquier iniciativa es buena si es buena. No es que lo importante sea que el gato, parafraseando el proverbio chino que tanto gustó a F. González, cace, independientemente del color de su piel, sino que seamos capaces de reabrir el capitulo de lo colectivo con imaginación, gracia, ingenio, donaire, todo lo que tiene mi barrio, vamos.