sábado, 28 de abril de 2012
Florencia, una frustrante encerrona artística: Inacción, síndrome de Stendhal y remordimiento por lo no visto. Las vidrieras de Ghiberti (Santa Maria del Fiore) se añaden a lo que no te puedes perder.
Una vez aceptado el exceso, aclimatado a un hábitat tan hostil para quien estaba acostumbrado a vivir en un barrio gris de una gran capital, pasé los siguientes cuatro días pensando qué iba a visitar primero. Todo fue, sin embargo, inútil, no había manera de decidir por dónde empezar, hasta que una mañana me puse a caminar resignado a ver solo lo que el destino quisiera regalarme, y a dejar de ver, seguramente, cosas sobre las que después, de vuelta a España, iba a leer maravillas maravillosamente escritas por viajeros que habían pasado en Florencia una quinta parte del tiempo del que había disfrutado yo. Bueno, en realidad no me puse a caminar resignado, sino desolado. No vi el corredor de Vasari, el cenáculo de Santa Apolonia, El Orador etrusco, la antigua farmacia de Santa María Novella, la crucifixión de Perugino… menos mal que por lo menos visité la escalera Laurenciana y las pinturas murales del museo Davizzi Davanzati, porque la mala leche todavía me invade cuando leo referencias a obras que me perdí.
Supongo que mi experiencia es una más de las salidas neuróticas que el organismo encuentra ante la encerrona artística o artesana florentina. El patatús que le dio a Stendhal en Florencia, descrito en su diario (1), le sirvió en 1989 a la psiquiatra Graziella Magherini, interna del hospital Santa María Nuova, para bautizar como síndrome de Stendhal el fenómeno de desplome repentino que había sido observado en distintos turistas, abrumados por tanta piedra llena de relumbre: extranjeros que tras mirar, por ejemplo, los frescos de una sacristía caían redondos al suelo balbuciendo un no sé qué y moviendo a continuación los labios como si estuviesen succionando un biberón. ¡Qué menos, si es que en Florencia, una vez que sales a la calle, no hay dónde refugiarse!
Últimamente vuelven a asaltarme imágenes de obras florentinas que una vez restauradas, recobran su vigor y con él su capacidad de hacer enfermar al visitante. Ahora le toca el turno a una de las vidrieras de Ghiberti, parte del conjunto de 44 piezas que fue realizado entre 1394 y 1444 por artistas de la talla de Donatello, Paolo Uccello, Andrea del Castagno, Agnolo Gaddi y el mismo Lorenzo Ghiberti. he aquí una descripción de la obra:
Nella vetrata (dimensioni: 1,75 x 6,75 metri, divisa in 16 pannelli), eseguita tra il 1435 e il 1443 con le altre che ornano le Tribune del Duomo, dal maestro vetraio Francesco di Giovanni su cartone di Lorenzo Ghiberti, sono rappresentati quattro uomini in ricchi abiti orientali, con manti damascati e copricapo a turbante. Si tratta di antichi personaggi ebraici, come le oltre 150 figure raffigurate nelle vetrate del Duomo di Firenze che rappresentano il mondo giudaico da cui nacque Cristo. Il problema principale della vetrata era il fenomeno di polverizzazione del vetro, comune, in varie forme, a tutte le vetrate della cattedrale, dovuto a cause di origine chimica e biologica, prima fra tutte l’umidità della condensa. Questo fenomeno produce le cosiddette «croste di disfacimento» nel vetro che continua ad assottigliarsi, con il rischio di scomparire, oltre a creare un forte effetto oscurante.
Y una serie de imágenes de la misma, antes y después de la restauración:
(1) «Là, assis sur le marchepied d’un prie-Dieu, la tête renversée et appuyée sur le pupitre, pour pouvoir regarder au plafond, les Sibylles du Volterrano m’ont donné peut-être le plus vif plaisir que la peinture m’ait jamais fait. J’étais déjà dans une sorte d’extase, par l’idée d’être à Florence, et le voisinage des grands hommes dont je venais de voir les tombeaux. Absorbé dans la contemplation de la beauté sublime, je la voyais de près, je la touchais pour ainsi dire. J’étais arrivé à ce point d’émotion où se rencontrent les sensations célestes données par les beaux-arts et les sentiments passionnés. En sortant de Santa Croce, j’avais un battement de cœur, ce qu’on appelle des nerfs à Berlin ; la vie était épuisée chez moi, je marchais avec la crainte de tomber. Je me suis assis sur l’un des bancs de la place de Santa Croce ; j’ai relu avec délices ces vers de Foscolo, que j’avais dans mon portefeuille ; je n’en voyais pas les défauts : j’avais besoin de la voix d’un ami partageant mon émotion». Cit. en, Leavitt, David, Florencia, Altair viajes, 2002, p. 32.
viernes, 27 de abril de 2012
Marilyn Monroe es sólo una idea más, aunque una vez también tuvo un cuerpo serrano. Una exposición, Inside Marilyn, la recuerda en Milán
Después de muerta, la idea no quiso abandonar su recuerdo y siguió viviendo en decenas de recreaciones, reliquias, encarnaciones, fotos en blanco y negro, fotos en color, leyendas hagiográficas…
Hoy, una exposición, Inside Marilyn (26 de abril al 13 junio), en la Combynes XL Gallery de Milán, la recuerda por enésima vez. Cincuenta artistas, como si Marilyn fuera un polígono de cincuenta lados y una sola verdad, tratan de acercarse al sueño que le tocó la mala suerte de encarnar. Mala suerte porque, como los héroes, aunque se rebelara y cerrara los ojos para huir de su destino y ser solo una actriz, cada vez que los abría la luz cegadora de la idea volvía a brillar.
Imágenes de algunas obras expuestas (Fuente):
Mariano Franzetti
Pietro Di Lecce
Duty Gorn
A. Warhol
Thomas Bee
Marco Minotti
Giampiero Gasparini
Mimmo Rotella
jueves, 26 de abril de 2012
De últimas cenas están las tumbas repletas. Macabro repaso a los menús de los condenados a muerte.
- He oído que les van a dejar jugarse a la pajita más corta quién sube primero. IO echar una moneda al aire. Pero Smith dice que por qué no lo hacen por orden alfabético. Supongo que porque la S va detrás de la H. ¡Ja!
- ¿Ha leído en el periódico de la tarde lo que han pedido como última cena? El mismo menú, gambas, patatas fritas, pan de ajo. helado y fresas con nata. Creo que Smith apenas la ha probado.
(Truman Capote, A sangre fría, Anagrama, Biblioteca Anagrama, 2009, 427)
Tienen algo de perversamente macabro las reconstrucciones que el fotógrafo Henry Hargreaves ha hecho de las últimas comidas de condenados a muerte, pero al tiempo despiertan una inevitable curiosidad por uno de los actos, el comer, que más pistas dan sobre cómo afronta una persona las situaciones extremas. Ante la angustia, hay a quien se le cierra el estómago y por la noche le rechinan los dientes (bruxismo), pero también hay a quien se le abre el apetito desmedidamente. Los angustiados pueden estar muy flacos o muy gordos, según vivan la estrechez de sus preocupaciones. Un divorcio, por poner un ejemplo frecuente, te puede aficionar a las chuches y helados o dejarte en los huesos. Es frecuente que en las pelis , antes o después de un crimen, los gánsteres se hinchen a pasta, si son italianos. Lo he vuelto a ver hace poco en Uno de los nuestros. Hasta se llevan con ellos el cuchillo del pan que ha empleado poco antes para acabar de trocear a la víctima que tienen escondida en el maletero. Eso por no hablar de parentescos estrechos entre darle al diente y suicidarse, como ocurre en La grande bouffe, donde Piccoli, diábetico, se suicida a base de tartas bestiales.
Al parecer, en los Estados Unidos, los condenados pueden elegir a la carta su último menú, una prerrogativa de la que no todos hacen uso. Una cita ineludible con la de la guadaña, y más si es estando bien de salud, pero con las horas contadas antes de ir al patíbulo, debe dar mucha hambre o muy pocas ganas de comer.
(Fuente de las fotos)
(FOTO CATERS/IBERPRESS)
Ronnie Lee Gardner, 49 años, Utah, secuestro, robo y homicidio de dos personas. Murió fusilado el 18 junio de 2010. Para su última comida, pidió langosta, filete, tarta de manzana y helado de vainilla. Se lo comió todo mientras veía la trilogía del Señor de los anillos.
Victor Feguer, 28 años, Florida, acusado de secuestro y homicidio. Murió a causa de una inyección letal el 15 de marzo de 1963. Antes de su ejecución pidió una aceituna con hueso.
Allen Lee ''tiny'' Davis, 54 años, Florida, acusado del homicidio de tres personas. Muerto el 8 de junio de 1999 en la silla eléctrica. Su última comida fueron colas de langosta, patatas fritas, gambas fritas, almeja fritas y pan de ajo.
Ted Bundy, 43 años, Florida, acusado de agresión sexual, necrofilia, intento de fuga de la cárcel y homicidio de 35 personas. Murió en la silla eléctrica el 24 de enero de1989. Se negó a elegir su última comida a la carta y comió huevos, filete, pan con mantequilla, leche e zumo de fruta.
Ángel Nieves Díaz, 55 años, Florida, homicidio, secuestro e robo a mano armada. Murió el 13 de diciembre de 2006 por una inyección letal. Rechazó la prerrogativa de elegir su última comida y también el rancho que le ofrecieron.
John Wayne Gacy, 52 años, Illinois, agresión sexual y homicidio de 33 personas. Muerto por inyección letal el 10 mayo de 1994. Comió por última vez pollo frito, patatas fritas e fresas. Antes de ser juzgado había dirigido tres restaurantes Kentucky Fried Chicken.
Stephen Anderson, 49 años, California, robo, agresión, huida de la cárcel y homicidio de siete personas. Su última comida consistió en dos tostadas de queso, un plato di queso cottage, rábanos y maíz, tarta de melocotón y helado de chocolate.
Ricky Ray Ractor, 42 años, Arkansas, dos homicidios. Muerto por inyección letal el 24 de enero de 1992. Antes de morir comió un filete con patatas fritas, tarta de nueces y zumo de cereza. Se dejó la tarta diciendo che se la iba a comer después.
Timothy McVeigh, 33 años, Indiana, acusado de diversos homicidios, Oklahoma City. Muerto el 11 junio 2001 por inyección letal. Su última comida fue un cuenco de helado de menta con trocitos de chocolate.
miércoles, 25 de abril de 2012
Las consecuencias de una canción, Portugal, 25 de abril de 1974: Rebrote del Deseo de ser punk (B. Gopegui).
Me llega un enlace con un video que contiene una versión colectiva de la canción que dio inicio a la Revolución de los claveles en Portugal. He aquí el video y el texto que lo explica :
El sábado de la semana pasada tuvimos la fortuna de conocer a Joao Afonso, el sobrino de José Alfonso. Fue en la biblioteca de Saramago en Tías -Lanzarote-. Allí coincidió el grupo de artistas que visitaba la isla con motivo del concierto de Luis Pastor y su nuevo disco Duos. Fue una reunión íntima que terminó acariciada por poemas y canciones. Y no pude evitar coger la cámara y ponerme a grabar para socializar el pasaje.
Más información en http://www.radiocable.com
Aprovecho la ocasión para reeditar una vueja entrada que conmemoraba la fecha del 25 de abril del 74:
Aprovecho la fecha de hoy, 25 de abril, para recordar la que fue llamada Revolución de los claveles, a través de un capítulo de Deseo de ser punk, la novela de B. Gopegui, recientemente reeditada por Anagrama (6’40 euros) en la colección de bolsillo “Compactos”. Hay siempre en Gopegui una voluntad de llegar a la verdad de las cosas, de los sentimientos, de las acciones, una búsqueda permanente y denodada por narrar las razones que llevan a cada uno de sus personajes a vivir de un modo, a tener tales o cuales gustos y reacciones. Y su manera de hacerlo es encontrando determinaciones sociales, políticas, económicas, en último término. Y no sigo, porque bien sabido es de qué pie cojea. Pero lo que da vida a sus mejores creaciones no es su capacidad para establecer una relación dialéctica más o menos profunda y matizada entre lo individual y lo colectivo, sin caer en un absurdo mecanicismo ni tampoco olvidar el poder de la infraestructura, término marxista por excelencia. Lo que insufla vida a sus personajes, a Martina, la protagonista de esta novela, que se presenta como un cuaderno, un poco diario un poco epístola, es el amor por sus personajes, esa especie de ganas por llegar hasta el fondo de ellos, pero respetando su alteridad. Martina da sus primeros pasos rebeldes al son de la música con la que se identifica, una música que expresa insatisfacción, sufrimiento, esas cosas que, remedando el título de una obra de Fischer explican la necesidad del arte.
En este capítulo, el padre de Martina, un antiguo progre semiintegrado con el paso de los años, habla con su hija sobre el trabajo del que ha sido despedido. El padre, quien, pese a haber renunciado a muchos de sus ideales contestatarios, es de repente víctima de la política empresarial, y la hija, en la que bulle el descontento por las condiciones de vida de los adolescentes, son al cabo carne del mismo cañón, víctimas del sistema. A él le ha quedado solo una “moral de emergencia”, para los casos más flagrantes de injusticia, a su hija, sin embargo, le urge protestar mediante un acto público. La novela cuenta la génesis sentimental y social de su gesto.
DESEO DE SER PUNK, Gopegui, Belén
COLECCIÓN Compactos (CM 550)
ISBN978-84-339-7652-9 NUM. PÁG.192
“Creo que las canciones son una especie de bombas que explotan ordenadamente. Bombas a pequeña escala, como romper cosas, pero no por frustración; no romper cualquier cosa y de cualquier manera, sino romper puertas que deberían estar abiertas, recuerdos que no merecen existir, días sin actitud”. (ibid., p., 154)
“Vale, poner una canción intempestiva y a todo volumen en la radio no era lo mismo que disparar esos dardos con los que se anestesia a los elefantes, a todas las personas que la oyesen. pero ¿y si lo trasformaba? Estaba segura de que oír la canción tendría consecuencias. Para algunas personas. (ibid., p., 155)
Grândola, Vila Morena, Xosé Alfonso
Grândola, vila morena
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade
Dentro de ti, ó cidade
O povo é quem mais ordena
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada esquina um amigo
Em cada rosto igualdade
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada rosto igualdade
O povo é quem mais ordena
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Jurei ter por companheira
Grândola a tua vontade
Grândola a tua vontade
Jurei ter por companheira
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Traducción:
Grândola villa morenaTierra de fraternidad
El pueblo es el que más ordena
En ti, oh ciudad En ti, oh ciudad
El pueblo es el que más ordena
Tierra de fraternidad
Grândola villa morena
En cada esquina, un amigo
En cada rostro, igualdad
Grândola villa morena
Tierra de fraternidad
Tierra de fraternidad
Grândola villa morena
En cada rostro, igualdad
El pueblo es el que más ordena
A la sombra de una encina
de la que no sabía su edad
Juré tener por compañera
Grândola, tu voluntad
Grândola, tu voluntad
Juré tener por compañera
A la sombra de una encina
de la que no sabía su edad
Y no me resisto a terminar esta entrada con otra cita sobre lo que la música suponía para otro autor militante, Tólstoi:
“¿Qué le reprocha Tólstoi a Beethoven? Su fuerza. Lo mismo le ocurrió a Goethe, quien, al escuchar la Sinfonía en do menor, se sintió completamente desbordado por ella y reaccionó con rabia contra el amo imperioso que lo somete a su voluntad:
La música –dice Tólstoi- me transporta de inmediato al estado de ánimo en el que se encontraba aquel que la compuso. En China, la música es un asunto de Estado. Y así debe ser. ¿Acaso se puede permitir que cualquiera que así lo desee hipnotice a una o a muchas personas? estas cosas (el primer Presto de la Sonata a Kreutzer) solo pueden ser interpretadas en ciertas circunstancias importantes, significativas…
…¿Qué hay de perverso en todo esto? Que la mente es esclava y que la fuerza desconocida de los sonidos puede hacer con ella lo que quiera, destruirla, si le place.
Todo esto es cierto, pero Tólstoi olvida una cosa: la mediocridad, o la ausencia de vida, de la mayoría de los que escuchan o hacen música. La música no puede ser peligrosa para aquellos que no sienten…”
Romain Rollland, Vida de Tólstoi (p., 144-145).
Colección:
El Acantilado, 216
Temática
Biografías, Memorias y Diarios
Traducción: Selma Ancira y David Stacey
Páginas: 240 Precio: 19.50 €
Añado a la entrada unas fotos que me pasa A. Guerrero, tras su viaje de este verano a un Portugal consumido por la crisis:
martes, 24 de abril de 2012
870.000 fotos de Nueva York a disposición de los curiosos. El archivo del Ayuntamiento de Nueva York abre sus puertas.
No quiero ir a Nueva York porque sé lo que me espera, quiero ir porque sé que es inimaginable; no quiero, porque me siento a gusto pensando en lo que me ahorro, en lo caro que debe ser todo, porque pienso que a l grande se vive peor, porque me complace verme aislado, como un exquisito paleto, muy refinado en sus lecturas -y en casi nada más- que vive en una ciudad, la quinta o sexta del país, que debe ser más pequeña que un solo barrio de Nueva York. Quiero, porque allí, todo lo moderno, sin duda, es lo que es, mientras que lo nuestro, nuestras plazas, nuestros edificios, nuestra manera de vivir, a partir de 1850 o 1900, son sucedáneos, achicoria europea, menudencias urbanas, ocurrencias diminutas que no hacen ni sombra a la capital del mundo: Los verdaderos ascensores de los años treinta están allí, los rastros de ensueño, las mejores pizzerías, la peor gente, los perros que pasean de diez en diez y cuyos paseadores ganan más que yo al mes con quizá tres o cuatro horas de trabajo al día, cien mil tiendas con un solo dependiente, una tras otras, durante kilómetros, vagabundos arquetípicos, edificios art déco enteros, con cuarenta plantas, por decir un número alto cualquiera, calles para estar una vida vagabundeando, una eternidad despierto. No, no quiero ir, pero quiero ir, para saber cómo es la cuidad mayor del país al que obedecemos desde hace mucho ya, cómo es el metro en el que el expresidente F. González prefería morir de un navajazo antes que en las calles del seguro Moscú del socialismo real, cómo se las gastan esos policías que parecen sacados de Hesiodo, esos judíos ortodoxos que son la versión sumisa de A. Portnoy, esas mujeres cuyas piernas me llegan al cuello.
Leo que los Archivos municipales de NYC están poniendo a disposición de los curiosos un total de 870.000 fotos que van de mediados del S. XIX hasta los años 80 del siglo pasado, con escenas varias, desde imágenes del hampa o de la vida cotidiana hasta instantáneas de puentes, edificios o calles. Buscando en internet, consigo llegar hasta el enlace que da acceso al inmenso archivo, pero cuando clico, el ingreso me es negado por sobrecarga. Un poco de paciencia, me digo, y me contento con las imágenes que pillo en la red. He aquí alguna de ellas:
Pintores colgados del puente de Brooklyn durante su construcción (7 de octubre de 1914) (ap)
Delancey Street (29 de julio de 1908) (ap)
El puente de Manhattan en construcción (5 de junio de 1908) (ap)
24 de noviembre de1915, el cadáver del obrero Robert Green y del ingeniero Jacob Jagendorf en el hueco de un ascensor (ap)
lunes, 23 de abril de 2012
Nicanor Parra, autorretrato del premio Cervantes
Nicanor Parra, Antipoemas, Seix barral, 1972, p., 78-79, 150 pesetas.
Recuerdo que este libro me lo prestó Joaquín Puch. Nunca se lo devolví, nunca le volví a ver. Sólo sé de él porque he cotilleado su perfil de Facebook. Recuerdos desde la distancia, cualquier ocasión es buena para lamentar que cualquier tiempo pasado no volverá.Joaquín era un boy scout, como yo.
Teníamos, gracias a Kiki, uno de los primeros grupos mixtos y rojos de Madrid. Un terreno abonado para los besos con lengua. También los recuerdo, cualquier beso pasado no volverá ni tiene perfil de FB para cotillear.
domingo, 22 de abril de 2012
¡Sarri, sarri!, combates de sumo entre dos luchadores de peso, una niña chica y un cuarentón al volver del clase.
En Japón, una antigua tradición se renueva cada año a través del rito de los niños que lloran asustados por luchadores de sumo. Se celebra en el templo de Sensoji, en
Tokio, y el llanto se considera un buen augurio. Supongo que lo ideal es que los bebés, cogidos en brazos por los gigantescos luchadores, bordeen lo que se denomina encanarse (Pasmarse o quedarse envarado por la fuerza del llanto o de la risa, rae), pero sin llegar al paroxismo. Si el llanto se pone difícil, porque el niño se pone a hacer sonrisas al luchador, pueden echar una mano otros personajes ataviados con máscaras demoniacas. (Fuente de las fotos)
De rodillas encima de la cama, frente a frente, con los puños de las manos apoyados en la colcha, al grito de tres, nos lanzábamos uno sobre el otro, ladeando la cabeza para no chocar. En vilo unos instantes, con las orejas pegadas, ella hacia la fuerza que podía y yo la suficiente para crear la ficción de que había combate. Después, nos dejábamos caer y obligábamos al otro a apoyar la espalda en el colchón. Ahí acababa el asalto. Antes de empezar uno nuevo decíamos, ¡sarri, sarri!, e imitábamos al árbitro del sumo que echa sal sobre la pista, quien sabe si para purificar el círculo, para que las moles de los luchadores no resbalen o para que se hagan daño, si es sal gorda. Una vez tras otra, la dicha de manejar un cuerpecillo que disfruta cuando lo lanzas por los aires o lo zarandeas; y para ella, quizá, el placer de que quien posee la fuerza la ejerza para jugar, con cuidado de no hacerte mucho daño, pero empleándose en la ficción, sudando con el ejercicio, entre gritos y brincos. Yo, ojalá ella también, me sentía como con un perro en el que confías, del que no esperas que te vuelva el morro, que te juegue una mala pasada, un pellizco inoportuno. Así, una vez tras otra, hasta acabar discutiendo, sin atender a las voces que decían, dejadlo ya, que os vais a hacer daño, hasta que un día se terminó. No sé cómo, sé que terminó, que al final yo no aguantaba mucho rato, que estaba algo depre, que recuerdo con gusto aquel rito, aquellos vajidos que decían ¡sarri, sarri!