1. Me pasa un poco como a Trueba, que los ratos en los que me he sentido español son pocos. En mi caso, además, si mi españolidad me asalta, desconfío de ella, me pregunto qué me estará pasando, qué otras emociones se estarán mezclando en el sentimiento. Por poner un ejemplo, qué desilusiones trato de compensar con mi apoyo a la selección española de turno. Quizá por el trauma de haber vivido la escuela franquista, desconozco formas más refinadas de amor patrio. Desgraciadamente, la transición no me basto para fundar un nuevo patriotismo. En el fondo, estoy bastante de acuerdo con la frase de S. Johnson: "El patriotismo es el último refugio de los canallas". Hay, sin embargo, patriotas españoles a los que admiro, Azaña, pongamos por caso. Son seguramente aquellos cuyo amor patrio es casual, circunstancial, algo así como un epifenómeno de la defensa de otros valores de mayor calado, generalizables. Si esos valores entran en conflicto con, se acabó el patriotismo (o mi simpatía).
2. Aun así, hay algo en el numerito de Trueba que me desagrada. Me chirría el hecho de ir a recibir un Premio Nacional a casa de alguien que sabes que se va a sentir mal por lo que dices a la hora de los discursos. Para eso hay otros canales, otras situaciones, y sobre todo, en el caso de un director de cine, su propia obra.
3. A los independentistas catalanes habría que recordarles aquella pregunta que se hacía Vázquez Montalbán: ¿Contra Franco vivíamos mejor? El polígrafo catalán quería poner de manifiesto la importancia que tuvo el proyecto de acabar con el franquismo entendido como emulsionante de voluntades, unificador de objetivos. Después, vino la resaca, el desencanto, porque acabar con el franquismo era para muchos solo un ingrediente de un anhelado futuro suficientemente justo, suficientemente democrático. Y eso enseguida empezó a quedar claro que no iba a pasar. Si los catalanes independentistas de izquierdas se quedan sin España se van a dar de bruces contra contra el vacío. Será como quien huyendo de Málaga se va a Malagón. Superado el entusiasmo de la compra de los primeros muebles no tardará en aparecer lo contrario del seny, el ennui patrio.
5. Lo de Mas, a tenor de sus artículos en El País, más que un independentismo fundamentalista, es un independentismo de despecho. Ha llamado a las puertas del gobierno, tan afín a él, por otro lado, en cuestiones de política social y económica, y no ha sido escuchado. El despecho debe ser monumental, debe tener los nudillos machacados. La sonrisa de suficiencia ante las manifestaciones colectivas de voluntad independentista, ya sea en un estadio de fútbol o en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona, hacen pensar en que perdió ogni speranza… de seguir haciendo carrera política con éxito. Quizá pretendía presentarse como quien había conseguido concesiones del gobierno central nunca antes soñadas. Tras los golpes de nudillo no atendidos y con la rémora de Puyol a sus espaldas, no le quedaba otra vía para perpetuarse que reinventarse camuflado en una candidatura conjunta por la independencia. Un patriota así merece gran admiración.
6. De Junqueras, prefiero no decir nada.Bastante tuve viéndole llorar en un programa de J. Evole, emocionado al pensar en que los catalanes si se independizaban iban a poder decidir sobre sus cosas de forma más cercana. Esa ha sido siempre ha sido la coartada nacionalista. Claro, que se parece demasiado a lo que dicen las empresas sobre su política interna. Que nos dejen decidir a nosotros, que sabemos lo que hacemos. Nada de auditorias verdaderamente externas. Como para llorar de emoción.
J. Brox