"En la figura que se llama oximoron, se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla; así los gnósticos hablaron de una luz oscura; los alquimistas, de un sol negro." (El Zahir, en El Aleph, J. L. Borges, Obras completas, RBA-I. Cervantes, 2005, p. 591)
La Escuela de Arte de Huesca, el nombre del centro del que parten las obras expuestas, una institución presente en muchas otras ciudades, no deja de ser un conmovedor oxímoron, esa figura retórica en la que se combinan en una frase dos ideas contrapuestas, pero de las que a menudo nace un hermoso retoño. Pasa en otros ámbitos también, en muchos matrimonios, porque el amor hecho pareja es un oxímoron del surgen a veces buenos frutos.
Si algo caracteriza al arte actual es el reinado de la idea sobre la técnica, hasta el punto de que no pocos creadores se limitan a concebir la obra en su cabeza para delegar después su realización en hábiles artesanos, y eso porque el colmo, que sería exponer solo ideas, debe ser complicadísimo. El mejor artista hace mucho que dejó de ser, entre otras cosas, el más hábil, para pasar a ser solo el más listo, el más original, el más libre, el más esencial o el más honesto. Y ya se sabe que esas cosas no se pueden enseñar y tienen muy poco que ver con el aprendizaje de un oficio. Quedan pocos restos de lo que ocurría hasta que el romanticismo reforzó la concepción del Arte, con mayúscula, nueva religión sustitutoria que igualaba toda una serie de manifestaciones dispares. Antes de eso, había otros dioses, pero sus vicarios no eran los artistas, artesanos por entonces, meros depositarios de saberes seculares. Con ellos, el aprendiz, además de hacer de criado del maestro, se convertía en el depositario de sus técnicas. Después, llegó el artista hecho a sí mismo, por lo menos en su fase definitiva, cuando se alza por encima de los demás. Lo resume con gracia F. de Azúa: “En consecuencia, aunque un artista moderno permitiera la entrada de aprendices en su estudio, no serviría para maldita la cosa. El aprendiz no podrá aprender nada. Ni un truco. Sólo grandes ideas” (F. de Azúa,
Diccionario de las Artes, Anagrama, 2002, p. 60).
Menos mal que quedan sitios como esta Escuela de Arte de Huesca en los que, dejando de lado el nombre, se aprende a hacer las cosas con esmero, dedicación y perspectiva histórica, bajo la tutela, en el caso que nos ocupa, de Luisa Monerri, responsable del apartado teórico, y Macu Vicente, la profesora de Segundo curso de Gráfica Publicitaria, bajo cuya supervisión los alumnos han realizado los carteles expuestos, inspirados en algunas de las muchas vanguardias históricas. Cada uno de los carteles se presenta con un folleto en el que se explica su proceso de producción, a partir de un par de
mapas mentales,
Detalle de uno de los mapas mentales citados
diagramas
, sobre el tema del plurilingüismo que realizaron todos los participantes en común. Además, en el folleto se ilustran los antecedentes históricos del movimiento de vanguardia al que está ligado estilísticamente el cartel, a menudo con notable rigor filológico.
Hace poco se quejaba P. Auster en su correspondencia con Coetzee de que “ya nadie cree que la poesía (o el arte) sea capaz de cambiar el mundo. Nadie tiene que cumplir una misión sagrada. Ahora hay poetas por todas partes, pero solo hablan entre ellos”; Coetzee, por su parte, insistía en el carácter ligero del arte o la poesía de hoy en día y añadía: “Me da la impresión de que a finales de los setenta o principios de los ochenta pasó algo que provocó que las artes perdieran su papel protagonista en nuestra vida interior" (
Aquí y ahora, Anagrama y Mondadori, 2012, p. 100 y 106). Dejando a un lado el hecho de que quejas como estas son seguramente un intermitente lugar común, cabe señalar que las vanguardias históricas de la primera parte del siglo pasado, a las que rinden homenaje los carteles expuestos, fueron quizá el punto culminante de la concepción de la actividad artística entendida como parte de la vida misma, como aquello que debía articularla, darle sentido, orientarla, cambiarla, dinamitarla, mantenerla en vela. Nunca como entonces el arte se mostró tan expansivo, si no totalitario: cocina futurista, trajes suprematistas, muebles constructivistas, naipes surrealistas, y prescripciones, mandamientos, proclamas, reglas, programas, expulsiones, anatemas, suicidios, toda una amplia gama de comportamientos típicos de los creyentes en una fe. Battiato, hace unos años evocaba con ironía los excesos futuristas en una de sus canciones:
D' Annunzio montò a cavallo con fanatismo futurista
Quanta passione per gli aeroplani e per le bande legionarie!
Che scherzi gioca all'uomo la Natura!
Acabó todo, hubo, sí, un rebrote en los años 70, pero ya solo se hablaba de vanguardia, en singular. Tanta lucha pasada y nada ha cambiado radicalmente, salvo quizá para peor. Ni espacio queda para colectivos de artistas unidos por un afán estético o ideológico común. Hoy en día, las vanguardias históricas son objeto de estudio, proporcionan centenares de revistas, panfletos, manifiestos
para las exposiciones, pero de su crispación no queda rastro y dan ganas quizá de añorar lo perdido, aunque ideológicamente a veces resultara insoportable. En el horizonte ondea el Arte, hermano mayor de la Cultura, menos subvencionado en tiempos de crisis, pero igualmente portador de un discurso burdamente unificado y a menudo exasperantemente manso.
Javier Brox
Las obras expuestas:
Andrea Espejo
Samanta Sánchez Abadía
Cristina Moya Aspiroz
María García
Judit Bascaran
Eduardo Giménez Moreno
Jonathan Galán
Carla Gibanel Arroyo
Alejandro Cambra
Oscar Vázquez Gómez
Cristina Fantova García
Clara Ramírez
Jorge Benedicto
David Escar
Maje Cardona Usán
Imágenes de la exposición: