sábado, 18 de julio de 2015

Devaneos de verano reeditados: Carta a San Valentín del estío, una fecha que no existe.

 
Querido San Valentín del estío:

Es complicado decir algo sobre el amor  intentando separa la experiencia  propia de la reflexión. Todo se mezcla, S. Valen, y no sabes si piensas una cosas a resultas de lo que te ha pasado en tu vida, o si lo que te pasa es el reflejo de lo que piensas.

El caso es que, dejando a un lado mi caso personal (¡cómo se adueña de uno la cursilada en cuanto se pone a teclear. Mira que para decir “lo que me pasa a mí”  o “yo es que” escribir “mi caso pesonal”!), a veces pienso que el amor es cosa de los más jóvenes, esos que aparecen por ejemplo en la adaptación al cine que hizo Pasolini del Decamerón de Boccaccio o aquellos otros de El lago azul.

Solo los cuerpos jóvenes pueden aguantar posturas, giros, crescendos, que en otros revelan flaccideces vergonzantes, pliegues que es mejor no poner ante los ojos de quien queremos, ridículos contentos o enfados que se llevan mal con la edad. Y no digamos de los ruidos del amor, el chof  chof,  que únicamente pueden soportar los oídos que se mantienen casi vírgenes, porque a los talludos les parece la columna sonora de una ópera bufa ambientada en una granja de ciertos animales que prefiero no nombrar.

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Pero, otras veces, San Valetín de las playas, me da por pensar que el amor es cosa de viejos. Me acuerdo de la canción de Brel, de eso que dice de que a ti se te había pasado el celo y a mí la fiebre de conquista, de que vivíamos en una habitación sin cuna, después de amenazas de naufragio cada fin de semana… y, sin embargo, mon doux, mon tendre, mon merveilleux amour / De l'aube claire jusqu'à la fin du jour / Je t'aime encore, tu sais, je t'aime. Y quitando de la letra lo de mi maravilloso amor y lo que que te quiero desde el amanecer hasta que se va el sol, pues en casi todo el resto me siento un poco retratado.

Valentín, ya que estás aquí de veraneo, aprovechando la ocasión, me gustaría, por último, preguntarte si esa idea de que con los años disminuye el deseo tiene algo que ver contigo. Porque semejante falsedad no me parecería bien que la hubieses propagado tú (otra vez me ataca la cursilada, está vez en tono periodístico, propagado, vaya palabra). Lo mío, desde luego, no se puede comparar con las cosas que cuenta Ph. Roth sobre viejos cachondos en sus novelas melodramáticas, esa tan mala  El animal humano, por ejemplo, entre lo peorcito de su producción, pero,  no he notado cambios sustanciales en mis sufrimientos. Es verdad que con los años, contrariamente a lo que hacía notar S. Agustín, uno va siendo dueño de sus erecciones, pero por lo demás… Pero, qué te voy a contar a ti, que casi viviste un siglo entero.

Nada más San Valentín del estío, dentro de otros veinte o veinticinco años, quizá te vuelva a escribir. Me conformo con que, salvo momentos catastróficos, sean como los vividos hasta ahora.

viernes, 17 de julio de 2015

Verano de devaneos (reeditados, esta vez) III: Aquí reposan los restos de Dafne. Cementerio de la Almudena

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Advierte que sus cabellos le caen por el cuello sin aliño y se dice: “¿Y si se los peinara?” Ve sus ojos que resplandecen como ascuas y semejantes a estrellas, ve su boca, que no basta con ver, se extasía con sus dedos y manos, con sus brazos y con sus antebrazos desnudos en más de la mitad; y las partes ocultas las supone mejores aún. Pero ella huye más veloz que la brisa ligera, y no se detiene a estas palabras con que él la llama: "Ninfa, por favor, Peneide, detente; no soy un enemigo que te persigo; detente, ninfa". Así huye la cordera del lobo, así la cierva del león, así las palomas, con las alas revoloteando, del águila; cada una de sus enemigos; el amor es el motivo que tengo para seguirte. ¡Desgraciado de mí! No vayas a caerte de bruces, no vayan las zarzas a señalar tus piernas que no merecen ser heridas, y no vaya yo a ser causante de tu dolor. Son fragosos los pasajes por donde te precipitas; no corras tanto, yo te lo pido, y modera tu huida; también yo te seguiré más despacio. Pero entérate de a quién gustas; no es un habitante del monte, no soy un pastor, no un ser repelente que guarde aquí  vacas o rebaños de ovejas. No sabes temeraria de quién huyes,  y por eso huyes. A mí me obedecen como esclavas la tierra de Delfos y  Claros y Ténedos y la residencia real de Pátara…Infalible es mi flecha, pero  hay una que lo es aún más  que la mía, y que ha causado una herida en mi corazón antes intacto…
Aún iba a seguir hablando cuando la Penea huyó a la carrera, despavorida, y al abandonarlo dejándolo con la palabra en la boca, aun entonces le pareció agraciada; el viento le descubría las formas, las brisas que se le enfrentaban agitaban sus ropas al choque, y un aura suave le empujaba hacia atrás los cabellos; con la huida aumentaba su belleza.  Pero el joven dios no puede soportar por más tiempo dirigirle en vano palabras acariciantes, y, obedeciendo a los consejos de su mismo amor, sigue sus huellas en carrera desenfrenada.(...).  Sin embargo el perseguidor, ayudado por las alas del amor, es más rápido, se niega el descanso, acosa la espalda de la fugitiva y echa su aliento sobre los cabellos de ella que le ondean sobre el cuello.  Agotadas sus fuerzas, palideció; vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira a las aguas del Peneo y dice: "Socórreme, padre; si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la que he gustado en demasía". Apenas acabó su plegaria cuando un pesado entorpecimiento se apodera de sus miembros; sus suaves formas van siendo envueltas por una delgada corteza, sus cabellos crecen transformándose en hojas, en ramas sus brazos; sus pies un momento antes tan veloces quedan inmovilizados en raíces fijas; una arbórea copa posee el lugar de su cabeza; su esplendente belleza es lo único que de ella queda.  Aun así sigue Febo amándola, y apoyando su mano en el tronco percibe cómo tiembla aún su pecho por debajo de la corteza reciente; y estrechando en sus brazos las ramas, como si aun fueran miembros, besa la madera; pero la madera huye de sus besos. Y el dios le habla así: "Está bien, puesto que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol…".
Ovidio, Metamorfosis, Biblioteca Gredos, 2008, p. 23-25. Trad. Antonio Ruiz Elvira, decano de la facultad en la que estudié y a quien, seguramente con algo de injusticia, intentamos dar tanto la lata.

jueves, 16 de julio de 2015

Verano de devaneos (II): Segundas rebajas en una pareja. Me lo merezco y lo sabo. La escena de una película.



Es un espectáculo que me produce vergüenza ajena. Una mujer negra baila lenta pero acrobáticamente para los clientes de un pub con show nocturno (tabarin, es el término de origen francés, que usan en el original italiano). Su asistente, también negro y de cuerpo escultural, va recogiendo las prendas de las que se desprende ella lentamente.  Los contempla una pareja en crisis, él, ensimismado con la bailarina, hasta donde puede ensimismarse quien se tiene a sí mismo por óptimo objeto de estudio, y ella, a punto de formular lo que ya siente, que ha dejado de quererle. El baile tiene algo de impúdico en sí mismo, con esas contorsiones que prometen delicias, esa confusión entre la pelvis y el omnipresente vaso, receptáculo femenino. Pero es que, además, la elegante y sofisticada impudicia queda reforzada por el atuendo formal de los espectadores, sentados cómodamente a una mesa mientras toman un drink,  y sobre todo porque una pareja mira mientras la otra, a la que tiendo espontáneamente a atribuir un lazo amoroso, trabaja. Los blancos miran y los negros les entretienen, aunque da la impresión de que se divierten más los segundos que los primeros. segundos  que los primeros.
En el fondo, la cosa no tiene nada de particular, bailes muchos más brutales y salaces se ofrecen por doquier en la ciudades. Por lo demás, se pueden esgrimir todo tipo de razonamientos, desde que lo hacen por dinero hasta que se trata simplemente de una actuación, pero hay una inefable energía en sus contoneos. Aunque quizá la desazón que produce la escena se debe al uso de la cámara, que tan hábilmente crea el crescendo de erotismo a través del baile, pero en paralelo subraya el diminuendo de tensión amorosa en la pareja de espectadores. El receptáculo femenino para el prota ha dejado de ser su mujer. Ya no la mira, o mejor, no la ve, como pone en evidencia la escena del baño, en otro momento de la película.
Antonioni, el director de esta película (La notte, 1961), como los grandes directores, no hace nada sin intención, lo haga  bien o fracase. Este baile no es un mero paréntesis en el desarrollo de la historia, es un resumen de la película, un trasunto de la relación que tienen los protagonistas entre sí. La notte, por otro lado, no es solo una radiografía del desamor, lo es también del amor, que siempre convive con el desamor. Hasta el dry martini lleva unas gotas o por lo menos un rayo de luz de martini. Hay quien sin ser una persona basta no soporta a Antonioni. Yo al ver de nuevo esta película he vuelto a reconocer en él a un artista fino e inteligente, quizá un poco por debajo de sus enormes pretensiones, pero solo un poco.

miércoles, 15 de julio de 2015

Verano de devaneos (I): hace 36 años ardía el hotel Corona de Aragón en Zaragoza. I. Martínez de Pisón cuenta el incendio.

10995684_10153507825423086_7432181726230758671_n(Fuente de las foto)

Hace tres días que se cumplieron 36 años del terrible incendio del hotel Corona, situado en la Zaragozana Avenida Cesar Augusto. Las circunstancias de la tragedia que provocó 83 víctimas mortales no estarán nunca claras del todo. Si se trató de un atentado o no, es algo que se ha llegado a saber. Lo cierto es que el Tribunal Supremo sostuvo en 1989  la intencionalidad del incendio, “señalando que no guarda relación la escasa entidad del incendio producido en la freiduría del hotel ( ... ) con las catastróficas consecuencias que se originaron”. El acontecimiento ha entrado a formar parte del acervo de las generaciones que lo vivieron, derecta o indirectamente. En la vida de las personas, de repente se producen acontecimientos en los que el individuo se siente particularmente ligado a la colectividad, parte de un conjunto cuyo latido por un instante se acompasa al suyo. Ocurre en la desgracia como en la dicha. Si es en la segunda, se trata de idilios en los que uno se siente protagonista de la  gran historia y busca reliquias semipaganas, como, pongamos por caso, un ladrillo del muro de Berlín. Cuando, por el contrario, te ves envuelto en el huracán de la desgracia no queda otra que ser espectador desalmado o lanzarse a socorrer. Quizá sea en esas ocasiones donde de verdad, si la gente está a la altura de las circunstancias, se pueda decir que es una bendición vivir en común, pertenecer a una comunidad solidaria.

Esta es la evocación de los hechos que I. Martínez de Pisón, cronista literario oficioso de la capital aragonesa, ofrece en su última novela, La buena reputación (Seix Barral, 2014, p., 427-428):

- ¿Qué es eso?

- ¿No te has enterado? Un incendio. En el Corona.

… Elías fue al salón y se asomó a la ventana. Como una libélula gigante, un helicóptero sobrevolaba la Gran Vía a la altura del cruce con Goya. Encendió la radio y sintonizó una emisora local. Lo del Hotel Corona de Aragón, el único cinco estrellas de la ciudad, no era un simple incendio. Era una catástrofe. El locutor, con la voz entrecortada por la emoción, hablaba de decenas de muertos, tal vez un centenar, muchos de ellos huéspedes que, acorralados por el humo y las llamas, habían optado por arrojarse al vacío. Los relatos de los testigos eran estremecedores. Una mujer, entre sollozos, decía haber visto más de treinta cadáveres alineados en la acera. Un vecino describía la desesperación de una madre intentando descolgar a su pequeña hija atada a unas sábanas. de vez en cuando, el locutor tomaba la palabra para recordar que las autoridades habían descartado que se tratara de un atentado terrorista, hipótesis que había cobrado fuerza al hacerse público que en el hotel estaban alojados muchos familiares de militares (incluidos Carmen Polo y cuatro miembros de la familia Franco), que esa mañana iban a asistir en la Academia General a la entrega de despachos a los cadetes. Elías, alterado, corrió al dormitorio.

¿Te has enterado? ¡Casi muere la viuda de Franco!

(…) Ahora decían que el fuego se había declarado en la cocina de la primera planta y los materiales inflamables con los que estaba decorado el edificio habían facilitado su rápida propagación. Tanta insistencia por parte de las autoridades resultaba sospechosa, y a Elías le parecía que eso no restaba dramatismo a los hechos. El ruido atronador de los helicópteros le recordaba que todo eso era verdad y que estaba ocurriendo muy cerca, muy cerca de allí, en una calle por la que había pasado cientos de veces. le sobrecogía pensar que en ese momento pudiera haber alguien como él colgado de una ventana y dudando entre arrojarse contra el asfalto o dejar que las llamas le devoraran. ¡Morir y además de esa manera! Nuevos testimonios aportaban más detalles de sufrimiento, y sólo algunos rasgos de solidaridad espontánea y valentía procuraban algún consuelo en medio de aquel horror: los transeúntes que habían amortiguado con mantas el impacto de un salto desesperado, el bombero que había cargado a hombros con una anciana, las numerosas llamadas de gente anónima que se ofrecía para donar sangre y colaborar…Elías permanecía atento a la radio como los niños a los cuentos de miedo, con la misma sensación de angustia y escalofrío.

Después, la novela cuenta cómo una de las supervivientes del incendio vivió los hechos desde dentro del hotel. Pero no quiero abusar de la cita. Lo copiado da cuenta de los hechos principales. Lea el libro aquel que se haya interesado en la narración.

(Fuente de las fotos)

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lunes, 13 de julio de 2015

Devaneos de verano (VIII): ¡Vivan las cadenas!, las cadenas lexicalizadas

Ni cadenas ni de dónde tirar. Pero está bien claro que se trata de que los miembros de la casa, en especial los masculinos, que tanto apego muestran a veces por sus pises y cacas, quizá  como rémora de un estadio infantil no superado, asuman su despedida inmediata.

En otro orden de cosas, el infinitivo tirar es un ejemplo más de hasta qué punto sería redicho haber escrito tirad, aunque quizá hubiese estado más cerca del objetivo último, que no es otro que el de decir tira de la cadena.

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domingo, 12 de julio de 2015

Lifting cerebral. Hacerse la cara/La vulnerabilidad es, sin embargo, el mayor atractivo de la cara

La cirugía y las actrices suelen ir de la mano. ¿Qué opinión le merece?
Que cada uno debe hacer lo que quiera, pero es muy duro verse arrugas como surcos en una pantalla gigante. O que el público te diga un día por la calle que estás muy mayor. Y todo porque acaba de visionar una película que rodaste hace 10 o 20 años… Todos envejecemos. A las personas no les gusta ver el paso del tiempo en los demás ni en ellos mismos. (Declaraciones de Marisa Paredes)

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Extractos del documental Il corpo delle donne

“Estamos tan acostumbradas a vernos a través de los ojos de los hombres que ya no sabemos lo que queremos y lo que nos hace felices. Lo que quiero decir es que nos miramos unas a otras con ojos de hombre, nos miramos los pechos, la boca, las arrugas como creemos que nos miraría un hombre. El modelo común de belleza no nos representa. Como poco, es curioso que la publicidad use imágenes que contienen reclamos sexuales para los hombres, pero para atraer a un público femenino. Estoy convencida de que sin esta continua presión que consiste en tener que estar siempre guapas, de acuerdo a cánones que no hemos elegido nosotras, aceptaríamos mucho mejor lo que somos. Y si es cierto que el cuerpo expresa siempre algo más de lo que lo hacen las palabras de su dueño, que querría dominarlo, ¿qué es lo que nos están diciendo estos cuerpos?… De los 45 músculos de la cara, dejando a un lado los  que sirven para masticar, besar, oler, soplar, el resto sirve para expresar emoción. Cuantos más matices y más  complejo sea el carácter, entendiendo por tal nuestra más profunda esencia, más personal será la expresión del rostro. ¿Qué esconden estas caras? ¿Por qué las mujeres no pueden dejar verse con sus verdaderos rostros en la televisión? ¿Por qué ninguna mujer adulta puede mostrar su cara? ¿A qué se debe esta humillación? ¿Es que tenemos que avergonzarnos de enseñar nuestras caras? Obligadas a esconder las arrugas, ¿el paso del tiempo que deja sus marcas en nuestro rostro es acaso una vergüenza? Un abuso más al que no se obliga a ningún hombre. Antes del rodaje,  cuando le iba a maquillar las arrugas,  Anna Magnani decía a su maquillador, “déjalas todas, no me quites ni una, he tardado una vida entera en ganármelas”. Al esconder la cara estamos renunciando a nuestra integridad y por tanto a nuestra esencia. La cara  refleja nuestra autenticidad. Su exposición directa, sin defensas, está por encima de lo demás, a través de ella aparece su honorable desnudez. Es la cara lo que hace posible cualquier discurso y establece las bases de cualquier relación humana. ¿Caras como estas hacen posible una relación? El rostro del otro me involucra, me cuestiona, me hace asumir responsabilidad inmediatamente. La cara de las personas lleva escrito un mensaje: vulnerabilidad absoluta. Esa es la razón de que se camufle, se esconda, se decore, se someta a operaciones de cirugía estética. Así se explica lo difícil que es aceptar la propia cara, es como mirar frente a frente la vulnerabilidad absoluta. Pero, cómo podemos mantenernos vulnerables, cómo seguir siendo nosotras mismas en un mundo en el que se triunfa solo si se es ferozmente invulnerable. ¡Qué dilema para las mujeres! ¿Invulnerables entre los triunfadores o vulnerables o dejadas de lado? La vulnerabilidad es sin embargo el mayor atractivo de la cara. Pier Paolo Pasolini había comprendido antes de tiempo que la televisión estaba a punto de destruir la poética que puede expresar la cara de una persona. Pasolini era muy sensible a las caras, según él lugar de encuentro de energías inefables que estallan en la expresión, vista como algo falto de simetría, individual, impuro, heterogéneo, justo lo contrario de lo típico. ¿Qué le ha pasado a la cara de las mujeres y al carácter femenino expresado a través de su integridad? Al envejecer revelo mi carácter, entendiendo por carácter todo lo que he vivido y que se ha plasmado en mi cara, que se llama faccia (español cara), porque la faccio (español hago) yo con mis costumbres adquiridas, las amistades que he tenido, mis peculiaridades electivas, las metas que he perseguido, los amores encontrados y los que he soñado, los hijos que he procreado. Honra la cara de los viejos, aparece escrito en el Levítico. Y de hecho es una obligación del ciudadano dejar que su cara sea pública, no esconderla, como ocurre hoy gracias a las operaciones de cirugía estética. No es un daño menor el que se produce cuando las caras que envejecen apenas se pueden ver, cuando lo único que se expone al público son caras depiladas, maquilladas para ser telegénicas, para garantizar un producto, ya sea mercantil o político…

(Fuente de las fotos)

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Eccessi da star: i ritocchini horrorMickey Rourke

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Eccessi da star: i ritocchini horrorEmmanuelle Béart

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