Tengo la impresión de que todo lo que va más allá del razonable uso de Grecian 2000 pasa ocultar las canas, en lugar de buscar el disimulo de la edad, lo que pretende en realidad es poner en evidencia el paso del tiempo. Esa evidenciación de los efectos del calendario sobre la carne que un tiempo fue tersa es, sin embargo, oblicua, por así decirlo. Si la falta de atención a la proliferación de la arruga implica, en la mayoría de los casos, una señal de aceptación del devenir de la vida, cuando no un síntoma de cierto abandono pasivo a su decurso, el mensaje que manda el estirado/a es también metafórico. Los estirados/as, en efecto, no pretenden que se les tome por jóvenes, sino por adultos planchados, por personas que hacen la guerra a la arruga doquiera que se encuentre, como si esa tendencia natural al pliegue que conlleva el paso de los días encarnara el mal. Los estirados y trasplantados no nos engañan, ni siquiera pretenden hacerlo, les reconocemos fácilmente por sus miradas soñadoras de veinteañero bobalicón, por su encantadora duda miope en la manera de escudriñarnos, por la soberbia con que lucen su pequeño retoque o la modestia con la que lo pasean, hasta, en algún caso, la petición de disculpas con la que nos miran a los ojos. Entre ellos mismos, tengo entendido que se reconocen a través de señales que nos pasan inadvertidas a los demás, muecas involuntarias, tiranteces inevitables, algún prurito, inalterabilidad del pelo ante las perturbaciones del clima, etc. Por suerte, los arreglos no son ajenos al cumplimiento de trienios, que van normalizando los estragos del cirujano, atenuando el brillo de los ojos, añadiendo ironía, duda, sorna, en los privilegiados. El tiempo, en los estirados, parece correr más deprisa tras la intervención que en el resto de los mortales que non conformamos con leer a los clásicos.
Estirarse, ponerse los pelos de otro o los propios reciclados, depurados, limpios de la espuma de los días pretéritos, es un forma de distinguirse como cualquier otra, noble, quizá, en la medida en que cuesta una pasta y exige una vocación firme en la que se debe persistir, pues, que yo sepa, no tiene vuelta atrás en la poca vida que nos queda. Trasplantarse, estirarse supone una elección definitiva, un’idea come un’altra, la asunción de un estigma que nos significa. Pero que yo sepa, dicho sea en su favor, los estirados no han buscado formas espurias de autoprotección, discotecas solo para ellos, clubs de vacaciones para cueros capilares rehechos, bonificaciones fiscales.
Con todo lo que acabo de escribir, intento, amigo mío, reconciliarme con personas queridas que han caído en la tentación del bisturí. Como en la canción de Lucio Dalla, esa es la novedad de este año nuevo. No lo consigo del todo, aunque empiezo a aceptar que, quizá, como decía Lorca de algunos supuestos defectos, el retoque sea mancha que limpia. Por cierto, me ha parecido intuir que V. Llosa, algo se ha hecho.
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Si la figura de Frankenstein es una alegoría que intenta conjurar el miedo al desarrollo capitalista de los medios de producción, tal vez el abandono a los tratamientos de belleza sofisticados que incluyen todo tipo de ingenio mecánico suponga una rendición a la técnica.
Cuidados estéticos en los años 20, antes torturado que envejecido.(Fuente de las imágenes)
jueves, 16 de enero de 2014
lunes, 13 de enero de 2014
Se cumplen dos años del naufragio del crucero Costa Concordia
Creo que el naufragio del crucero Concordia, del que se cumplen hoy dos años, y el falso intérprete que tradujo a lenguaje de signos el discurso de Obama durante los funerales de Mandela son las dos noticias que más me han impresionado en los últimos tiempos. La segunda, porque no dudo que el intérprete era un oráculo de la verdad y que en sus gestos escondía oscuros augurios sobre el destino de los hombre. Parecía una especie de contracoro, a mitad de camino entre la tragedia griega y los postulados de B. Brecht, no sé si enfriando o calentando las palabras del emperador, pero desde luego, una vez sabido quién era, resulta difícil no pensaren bromas del destino o en que casi siempre hay que leer los discursos de los políticos con un margen muy amplio entre la líneas un margen en el que cabe justo lo contrario de lo que están diciendo, un margen que se abre sobre la realidad de lo que han hecho en relación con lo que dieron a entender que harían.
El naufragio del Concordia, por su parte, también tenía un hondo trasfondo trágico. Como el albatros sobre la cubierta, el barco encallado pasaba de ser un emblema de la elegancia y de la ligereza, de lo mejor del ocio moderno semimasificado, a convertirse en una burla del disfrute banal de los ahorros, de la diversión para jubilados con nietos como impedimenta. Si no fuera por los heridos y los 32 muertos que provocó, el accidente parecería una fábula con enseñanza moral sobre los efectos de la inconsciencia y la estúpida banalidad del capitán, que, al parecer, quiso hacer una especie de ceñida a la costa, como ya había hecho otras tantas veces, quizá ante la ignorancia de sus superiores. Se llevo una buena cornada.
Sin embargo, al tiempo que producían un efecto desolados, en las imágenes de la nave varada había algo seductor, de una belleza a mitad de camino entre lo terrible y lo vulgar. Quizá por eso, se me ocurrió comparar las fotos con unos cuadros de Turner. He aquí el resultado:
(Fuente de la imágenes del crucero)
Trías, Eugenio, Lo bello y lo siniestro, Seix Barral, 1982. Reedición en bolsillo actualizada por V. Verdú, Debolsillo, 2011.
“De pronto sucedió lo que se presentía y temía, un aguacero, un chaparrón, truenos, relámpagos, al tiempo que la luz se oscurecía y la diligencia zarandeaba a sus huéspedes, que se cuidaron de ajustar las ventanillas y las cortinas para no sufrir las intemperancias del viento huracanado y de la lluvia. Y he aquí que el viejo huésped que compartía con la dama distinguida, frente a frente, el mismo camarote, pidiendo disculpas por adelantado, levantose, abrió su ventanilla, sacó la cabeza, el cuello y medio tronco a la intemperie, permaneciendo estático y rígido en esa difícil posición, medio cuerpo fuera, desafiando el balanceo del vehículo y las inclemencias del temporal. Con estupor apenas disimulado, la vieja no alcanzaba a comprender qué hiciera el buen viejo medio loco tanto tiempo en esa extraña posición. Una hora aproximadamente estuvo el viejo en ésas hasta que salió de su pasmada contemplación y, chorreando por todas partes, volvió a tomar asiento, excusándose de nuevo por tan inaudito proceder. Al fin la tímida mujer se decidió a preguntarle qué era lo que tan afanosamente buscaba o simplemente miraba. y el viejo le contestó que “había visto cosas maravillosas y nunca vistas”. Picada de la curiosidad la dama entreabrió la ventanilla, asomó la cabeza, hasta que, perdiendo toda resistencia, se asomó con generosidad. El viejo le había sugerido: “debe, eso sí, mantener muy abiertos los ojos”. Repitió la hazaña del viejo estrafalario y a fe que fueron paisajes imposibles lo que se cruzaron por sus ojos bien abiertos”.
Las conversaciones del comandante Schettino con la autoridad militar del puerto de Livorno, que se hizo cargo del salvamento de los pasajeros de la nave naufragada, recuerdan a ese chiste del que se levanta por la mañana y no quiere ir al colegio. Acuciado por una voz femenina, que bien podría ser la de su madre, se muestra reticente a ponerse en marcha, hasta que al final le tienen que recordar que él no puede hacer pirola, porque es el director del cole. Si no fuera por lo trágico de la situación uno podría reírse a mandíbula batiente, pero aquí ocurre justo lo contrario que en las películas cómicas, en las que aceptado el pacto de ficción puedes partirte de risa con los accidentes y desgracias.
Todo en el accidente parece apuntar una pretensión de vida ficticia, o mejor dicho, impostada, por parte de este comandante, que para hacer la gracieta
Felliniana de acercar el crucero al pueblo del que era el jefe de cocinas de su tripulación, puso en suspenso su sentido común. Lo cierto es que a través de la conversación telefónica con la autoridad militar a la que debía obedecer se intuye la figura de quien quiere escurrir el bulto aparentando no poder echárselo a las espaldas por causas ajenas a su voluntad.
He aquí una transcripción casi completa de lo dicho:
Fuente
De Falco: «Sono De Falco da Livorno, parlo con il comandante?
Schettino: «Sì, buonasera comandante De Falco»
De Falco: «Mi dica il suo nome per favore»
Schettino: «Sono il comandante Schettino, comandante»
De Falco: «Schettino? Ascolti Schettino. Ci sono persone intrappolate a bordo. Adesso lei va con la sua scialuppa sotto la prua della nave lato dritto. C'è una biscaggina. Lei sale su quella biscaggina e va a bordo della nave. Va a bordo e mi riporta quante persone ci sono. Le è chiaro? Io sto registrando questa comunicazione comandante Schettino...».
Schettino: «Comandante le dico una cosa...»
De Falco: «Parli a voce alta. Metta la mano davanti al microfono e parli a voce più alta, chiaro?».
Schettino: «In questo momento la nave è inclinata...».
De Falco: «Ho capito. Ascolti: c'è gente che sta scendendo dalla biscaggina di prua. Lei quella biscaggina la percorre in senso inverso, sale sulla nave e mi dice quante persone e che cosa hanno a bordo. Chiaro? Mi dice se ci sono bambini, donne o persone bisognose di assistenza. E mi dice il numero di ciascuna di queste categorie. E' chiaro?
Guardi Schettino che lei si è salvato forse dal mare ma io la porto... veramente molto male... le faccio passare un'anima di guai. Vada a bordo, cazzo!»
Schettino: «Comandante, per cortesia...»
De Falco: «No, per cortesia... lei adesso prende e va a bordo. Mi assicuri che sta andando a bordo...».
Schettino: «Io sto andando qua con la lancia dei soccorsi, sono qua, non sto andando da nessuna parte, sono qua...»
De Falco: «Che sta facendo comandante?»
Schettino: «Sto qua per coordinare i soccorsi...»
De Falco: «Che sta coordinando lì? Vada a bordo. Coordini i soccorsi da bordo. Lei si rifiuta?
Schettino: «No no non mi sto rifiutando».
De Falco: «Lei si sta rifiutando di andare a bordo comandante?? Mi dica il motivo per cui non ci va?»
Schettino: «Non ci sto andando perché ci sta l'altra lancia che si è fermata...».
De Falco: «Lei vada a bordo, è un ordine. Lei non deve fare altre valutazioni. Lei ha dichiarato l'abbandono nave, adesso comando io. Lei vada a bordo! E' chiaro? Non mi sente? Vada, mi chiami direttamente da bordo. Ci sta il mio aerosoccorritore lì».
Schettino: «Dove sta il suo soccorritore?»
De Falco: «Il mio soccorritore sta a prua. Avanti. Ci sono già dei cadaveri Schettino».
Schettino: «Quanti cadaveri ci sono?»
De Falco: «Non lo so.. Uno lo so. Uno l'ho sentito. Me lo deve dire lei quanti ce ne sono, Cristo».
Schettino: «Ma si rende conto che è buio e qui non vediamo nulla ...».
De Falco: «E che vuole tornare a casa Schettino? E' buio e vuole tornare a casa? Salga sulla prua della nave tramite la biscaggina e mi dica cosa si può fare, quante persone ci sono e che bisogno hanno. Ora!».
Schettino: «(...) Sono assieme al comandante in seconda».
De Falco: «Salite tutti e due allora. (...) Lei e il suo secondo salite a bordo, ora. E' chiaro?».
Schettino: «Comandà, io voglio salire a bordo, semplicemente che l'altra scialuppa qua... ci sono gli altri soccorritori, si è fermata e si è istallata lì, adesso ho chiamato altri soccorritori...».
De Falco: «Lei è un'ora che mi sta dicendo questo. Adesso va a bordo, va a B-O-R-D-O!. E mi viene subito a dire quante persone ci sono».
Schettino: «Va bene comandante»
De Falco: «Vada, subito!»
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