viernes, 28 de septiembre de 2012

Obra en los ojos. Fotografías de José Luis Ortiz. La exposición de octubre en el Padedondehelarte.

 

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Entre la pulcritud ortogonal de un plano desplegado por vez primera y la solidez tridimensional de una obra arquitectónica recién terminada, se extiende un proceso constructivo a cuyos principales materiales se suma, inevitablemente, la aleación del tiempo. La cámara de José Luis Ortiz merodea ese punto intermedio entre la zona cero y la línea omega. Traspasa el área pública acotada por la señal triangular de peligro y se planta en mitad de la polvareda, ese volátil síntoma del progreso.

Obra en los ojos cobra sentido en ese intervalo creativo, allí donde los sueños de un constructor de sueños adquieren forma y color poco a poco, en el largo periodo que puede mediar de un cerrar a un abrir de ojos. Igualmente, entre el clic de un disparo fotográfico y su enmarcado final hay momentos de maduración en los que las imágenes cambian de piel y mudan sus tonos. Tras fijar el instante de máxima alteración en una eterna fracción de segundo, las fotos mutan y pasan a ser otra cosa. Lo que tienes ante tus ojos es justamente el milagro de esa doble metamorfosis: obras cambiantes que son fotos definitivas, fotos cambiantes que son obras definitivas.

A la manera clásica, se llamó opus in fieri a ese estado en vías de desarrollo. El renacido tema del work in progress es su término actualizado. José Luis participa del signo de estos tiempos, días en los que la trama importa más que el desenlace y en donde nos complace descubrir que el espectáculo final es fruto del arte de los preparativos. Acostumbrados a seguir, con idéntica perplejidad, la preparación de un plato, el cómo se hizo una película o la lenta elaboración del cuadro de un tornasolado membrillo. Embobados en la gestación para atisbar mejor el milagro del alumbramiento.

En las artes espaciales basta un simple parpadeo para abarcar una fachada, un templo, el boceto de una ciudad entera. Pero estamos ante otro tipo de placer, mucho más melódico, como una página arrancada del álbum de esa sucesión de fotos hechas diariamente a la misma esquina por el estanquero de la película Smoke. En donde el paso de una nube o el peso de una sombra son determinantes. Un asunto más arriesgado y más físico. Para digerir correctamente estas fotografías hay que dejarse deslizar por el interior de las tuberías, ser capaz de sentir el temblor de un mecanismo o soportar el fragor de la maquinaria. Y saber mirar a ras de suelo o a la altura de un voladizo para poder atrapar ese espacio temporal, ese provisional lugar de los hechos habitualmente llamado “zona de obras”, donde se sondea y se proyecta, donde se socava y se asciende. Tras el edificio inaugurado o tras la foto positivada, tampoco nada habrá terminado. Ortiz seguirá ahí, puertas adentro, con el sismógrafo en la mano y el calibre en la otra. Proclama desde hace tiempo que, en arquitectura, como en fotografía, lo que se nos muestra es un todo orgánico, un completo incompleto. Variable y vivo, y que no otra cosa es el arte.

José Luis Ortiz empezó a ejercer como arquitecto con una cámara fotográfica en las manos; y, en los últimos años, cuando ha salido a hacer fotos, le he podido ver acodado en la inestabilidad de cualquier valla, asomado a todas las zanjas, como un reportero en época de guerrilla. Y, como si dispusiera de un íntimo doble juego de espejos, consigue sentar a Fotografía y a Arquitectura cara a cara, conversando a pecho descubierto, obra sobre obra. José Luis conoce lo que una y otra podrían enseñarse y hasta callarse en ese vis-à-vis. Así lo muestra.

Obra en los ojos obra –abre– los ojos. Opera en ellos y actúa sobre la retina y más allá. Hasta el punto de que, al finalizar la visión de las obras, seguros del paso del tiempo, sabremos con certeza que esos efímeros momentos congelados por la cámara serán siempre los mismos y siempre diferentes. Las fotografías aquí expuestas volverán a recrearse a cada nueva mirada, y, lo que es mejor, nuestros ojos conservarán (quizás) el color de su iris, pero resultarán irremediablemente otros, mucho más dilatados. Y atentos ya a cada paso, cautivados por el mínimo detalle, al doblar la siguiente esquina nos dejaremos asaltar, a punta de escuadra y de objetivo, por una vieja sensación, acribillados por una vieja, esquiva y caprichosa dama con ojos de diosa. La belleza.

R.D.R.



José Luis Ortiz Ramos (Villanueva de Gállego, Zaragoza, 1962). Se trasladó con 18 años desde su pueblo natal a la ciudad de Sevilla. Allí estudió Bellas Artes y terminó la carrera de Arquitectura, que viene ejerciéndo, desde 1995, en su estudio de la sierra de Cádiz.

Desde la adolescencia se interesó por la pintura y la fotografía. En su caso han ido siempre de la mano, sin saber muy bien qué va por delante. En su primera exposición fotográfica, en el Ateneo de Mahón (Menorca, 1989), presentó fotografías surgidas de sus pinceles, pintando directamente sobre el negativo. A partir de ahí, en las siguientes colecciones siguió experimentando con coloraciones fotográficas (Coloracción, 1998).

Su penúltimo proyecto fotográfico estuvo vinculado a la danza contemporánea. En la presente colección, Obra en los ojos, suma la temática arquitectónica a su personal sello artístico, entre poético y pictórico.

 

Las otras fotos de la exposición:

 

danza IIDanza II

 

danza IIIDanza III

 

zaragoza IZaragoza I

 

zaragoza IIZaragoza II

 

zaragoza IIIZaragoza III

 

zaragoza IVZaragoza IV

 

londres ILondres I

 

roterdam IIRoterdam II

 

Vistas de las obras de la refundación de Zaragoza, con motivo de la Exposición Universal de 2008.

La obra terminada, en particular la arquitectónica, oculta el esfuerzo que costó construirla. Los últimos retoques tienden a borrar los olores, las huellas de las manos que la ejecutaron. El acto de inauguración supone, en ese sentido, un brindis al futuro y una cancelación del proceso previo. Pero la fotografía, algo herida siempre de melancolía, no puede evitar mirar, aunque solo sea de reojo, detrás de las fachadas, los detalles, los vestigios. En su afán por capturar el instante, se siente atraída por lo caduco, por lo variable, por lo que es  pleno en el instante previo a su desaparición. El idilio del fotógrafo con lo que ve dura lo que el clic del disparo. Se lleva a casa la imagen en la tarjeta de memoria, pero solo es ya una reliquia de la mirada feliz que le llevó a hacer la foto, memoria digital más que recuerdo palpitante. Quizá,  ese viajero que mira el horizonte de las obras de la Expo Universal 2008 de Zaragoza (Zaragoza IV) encarne la suerte del fotógrafo, la confluencia entre la voluntad de fijar lo visto y, al tiempo, la inevitabilidad de que el tiempo lo arrastre. En ese territorio se gesta el arte. Otro tanto podría decirse del esplendor carnal de esa mujer a punto de escapar de la cárcel de las obras del tranvía (Zaragoza III), aunque esta vez sea el fotógrafo mismo quien vivió el idilio fugaz con la passante.

En 2008, Zaragoza fue refundada parcialmente y como el tiempo de los héroes legendarios de las urbes míticas ya había pasado, ningún Rómulo maño tuvo que matar con sus manos a Remo, gemelo suyo, porque este había osado traspasar el surco que el buey y la vaca  uncidos por su hermano habían trazado como límite sagrado de la ciudad. Desde entonces, la división del trabajo ha cambiado mucho y en Zaragoza la partida se jugó, por lo menos, a cinco bandas: el público en general, que miraba y sufría las obras; los voluntarios, que, disfrazados y con enorme empeño, hacían lo que podían; los políticos, que habían decidido qué había que hacer, azud y navegación del río incluidos; los arquitectos/-as, que, según dicen, a veces, controlaban el progreso de sus obras desde un helicóptero; y, por último, los currantes de las obras, a quienes está dedicada en su mayor parte esta exposición. Me olvidaba de Flubi, pero casi mejor.

Las fotos de José Luis tienen la fuerza de lo que hubo detrás de la Expo, su sala de máquinas puesta al desnudo, a través de imágenes que a mí, que soy ignorante del hábil uso artístico de Photoshop, me parecen pruebas de autor de un fino grabador que hubiera usado un tórculo digital para conseguir que la tinta fuera la luz cambiante que crea las formas. El legado de la Expo se puede ver siguiendo el curso del río, lo que se ve en estas fotos ya no se puede ver en otro sitio.

Javier Brox

Otras fotos no expuestas de José Luis Ortiz:

 

barcelona IBarcelona I

 

barcelona IIBarcelona II

 

danza IDanza I

 

la habana ILa Habana I

 

la habana IILa Habana II

 

lisboa ILisboa I

 

lisboa IIILisboa II

 

londres IILondres II

 

objetosObjetos

 

rondaRonda

 

roterdam IRoterdam I

 

san sebastianSan Sebastián

 

villamartinVillamartín

 

villanuevaVillanueva

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Circos, pero no del sol.

 

Como otros años por estas fechas, llega a Zaragoza el Gran circo mundial. No sé cómo será el espectáculo, si habrá tres pistas o una sola, si bajo la carpa olerá a caballo con notas de tigre y reminiscencias de cabra, o habrán tirado de potentes ambientadores,  pero el nombre de este circo lo enlaza con aquellos de mi infancia que asentaban sus carromatos junto a la plaza de toros de la Ventas o en algún gran descampado madrileño. Ver el circo era entonces una experiencia menos interesante que pensar en él. Como le pasa al narrador en A la busca del tiempo perdido con una actriz, imaginar durante semanas lo que podría llegar a ser una espectáculo era mucho mejor que asistir a él, porque uno caía necesariamente en la desilusión. Todo era por fuerza más cutre, menos brillante, más incómodo que en las ensoñaciones que precedían a la función.

Después, de mayor, la cosa cambió completamente y prefería el detalle real al imaginado, admiraba casi más el esfuerzo, la tensión o la indiferencia ante el posible fallo de los artistas que la soltura en su ejecución, me gustaban más los animales perezosos y algo delgados que las raudas fieras, prefería a los desganados lanzadores de puñales antes que a los personajes solícitos y bien vestidos de los circos de lujo. Me gustaba más, en fin, merodear por las tiendas del campamento ambulante para echar un vistazo a los personajes en sus faenas cotidianas, ver y oler a los animales en sus jaulas, que verlos actuar.

Por esas razones, quizá, me ha disgustado siempre tanto la idea que me hago del mundialmente famoso Circo del Sol, con ese nombre algo pretencioso. Lo asocio a los grandes equipos de fútbol que a fuerza de talonario contratan a los mejores mercenarios de la galaxia. Quizá, la celebraciones de los goles, tan exageradas, tan ridículas, a menudo, como de patio de colegio, tangan que ver con el  desarraigo de quienes las ejecutan. Sobreactuar suele ser una manera de cubrir inseguridades. Bueno, pues tengo al Circo del Sol por un circo inodoro, insípido y demasiado colorido, más atento a remedar los

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(Foto: Stanley Kubrick,Personalities of the circus, marzo 1948)  sueños, siempre inigualables y como tales pertenecientes al reino de lo irreal, que a profundizar en la realidad. Lo imagino como una multinacional del espectáculo con ojeadores dispuestos a la caza, en gira permanente por los puntos claves del planeta en materia de habilidades circenses. Quizá, incluso, como los clubes de fútbol, dispone de canteras en las que los futuros artistas viven medio recluidos del mundo. No creo que, como en mis sueños, lleguen desde la India, pasito a pasito, hasta las sedes del Circo del Sol, los elefantes  o que los caballos de las estepas se presenten en las oficinas con sus jinetes, de pie sobre la grupa o abrazados a la tripa del animal. Habrá intermediarios, comisionistas, negociaciones para contratar a los increíbles artistas que llevan en sus giras, que de tan buenos, a veces parecen más deportistas que personas que se ganan la vida con un punto de disgusto por tener que hacerlo, como la mayoría.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Vuelven los ensayos del coro de la E.O.I., 1, de Zaragoza.


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Durante el curso escolar 2012-2013, el coro de nuestra Escuela, dirigido por Pilar Marqués,  celebrará sus ensayos los martes, entre las 19:30 y las 21:00 h. El primer ensayo tendrá lugar el próximo día 16 de octubre en la salita de la moqueta verde, situada frente al Salón de actos.
Todos los alumnos interesados en las actividades del coro, que suelen incluir un estupendo recital navideño y otro a final de curso, podrán apuntarse para formar parte de él a partir del día 1 de octubre en la Biblioteca.

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Sobre la directora del coro:
María Pilar Marqués Fernández, directora del coro, es natural de Zaragoza, donde inició sus estudios musicales a los 8 años. Obtiene el grado medio de canto en el conservatorio de dicha localidad. Continúa sus estudios en el Conservatorio Superior de Música de Valencia Joaquín Rodrigo, donde finaliza la carrera de canto con Charo Vallés. Al mismo tiempo, asiste a clases magistrales con Carlos Chausson, Miguel Zanetti, Robert Expert y Wolfram Rieger.
Asimismo, se ha formado como directora con profesores como Enrique Azurza, Nuria Fernández, Javier Busto, Marcos Castán, Maite Oca, Carl Hogset, Oystein Fevang, Vaclovas Augustinas, Naomi Faran, Digna Guerra, Lone Larson, Tone Bianca Fritz ter Wey, Electo Silva y Gary Graden, entre otros.
Ha trabajado como directora, cantante solista y cantante de coros en diversas asociaciones musicales españolas e italianas con obras como, Kronungmesse (Mozart), Beatus Vír (Vivaldi), Messe Solennelle de St. Cecilia (Charles Gounod), Weihnacht-Oratorium (Saint-Saëns), Mathaus Passion Johannes- Passion (Bach), ha formado parte también durante la temporada de ópera del coro del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia bajo la dirección de Lorin Maazel.
Actualmente, dirige también el coro del Colegio Alemán San Alberto Magno de Zaragoza.