La exposición que presentamos está dedicada a la primera etapa de El viejo topo, la señera revista que nació hace cuarenta años, de la que hemos enmarcado unos cuantos ejemplares. También hemos incluido algún número de Ozono y de Ajoblanco.
Texto de presentación:
“Hay quien no ha dudado en definir El Viejo Topo como la revista intelectual más leída de su época, la de más prestigio. Es posible que así fuera, pero aquí se quiere atender a otro aspecto que podemos considerar de mayor importancia para entender lo que fue la revista y nuestra historia. La revista fue, por encima de otras cosas, la expresión de planteamientos de ruptura con lo que era el franquismo en España y con lo que representaban las sociedades capitalistas occidentales. Y esta expresión es el reflejo de aquello a lo que aspiraban determinados sectores de la sociedad española” (Mir, Jordi, El Viejo Topo. 30 años después, El Viejo Topo, 1976).
“Él
se siente presionado y dividido entre dos tendencias: por un lado, el deseo de
vivir esos momentos históricos y contribuir con sus amigos al cambio de la
sociedad represiva en la que viven, y por otro la repugnancia a las
muchedumbres y a las torpes consignas coreadas, la repugnancia a la violencia
desatada en la que siempre degeneran ese tipo de manifestaciones, unido al
temor casi obsesivo a ser denunciado...“ (Cortés Gabaudán, Helena, Biografía poética de Friedrich Hölderlin,
Hiperión, 2014, p. 241-242).
Al cumplirse los cuarenta años del nacimiento de la revista El Viejo Topo, cuyo primer número
apareció en noviembre de 1976, Jordi Mir publicó una
antología facsimil de textos publicados en la primera época de la revista
(1976-1981), que llegó a tirar 50.000
ejemplares en sus mejores momentos, le dedicamos esta pequeña exposición,
que celebra también los sesenta años o casi de quienes descubrimos tantas cosas a través de sus
páginas. Entre los colaboradores aparecen el malogrado A. Cardín, Paco Fernández Buey, que mantuvo su prestigio
marxista, casi un oxímoron en la actualidad, hasta su muerte; Luis Racionero,
que perdió parte de él, aunque lo tuvo, menos materialista, eso sí, en aquellos
años, Fernando Savater, que tan
elegantemente ha sabido defender su trayectoria desde el anarquismo hasta la
socialdemocracia antinacionalista, sin salir nunca del todo de la infancia, o X.
Rubert de Ventós, sobre el que es mejor que dejemos hablar al viento (de
tramontana, of course). En otros números colaboraron también intelectuales de
distintas generaciones. No es extraño encontrar entrevistas a o artículos de G.
Bueno, Jorge Semprún, J. Goytisolo o M. Vázquez Montalbán, incluso
colaboraciones de antiguos falangistas como T. Ballester. El mundo del
periodismo también está presente. Baste recordar a T. Delclós, M. Morey, Diego A.
Manrique, curioso impenitente de la cultura contemporánea. En ámbito
internacional, las firmas presentes han acabado por confirmar que allí
se cocía algo: E. Galeano, E. Parra, S. Sarduy, U. Eco, R. Rossanda, A. Glucksmann, G. Dorfles, por ejemplo, aunque salga un
cóctel desigual y hasta indigesto. A. G. Calvo, zamorano planetario, réprobo
del fisco, también, por cierto, participó
en la aventura.
Se diría, pues, que la revista fue una especie de atestado
punto de encuentro en el que se acumuló, con variable anhelo y conciencia revolucionaria
, una buena parte de la variopinta cultura de oposición al franquismo que tenía serias ganas de expresar lo que
hasta entonces sólo se podía decir a media voz. El tono predominante es el de
un marxismo que incorporaba plenamente la herencia de mayo del 68, juguetón,
desenfadado, interesado por los márgenes. No es de extrañar por ello que la
antipsiquiatría, el feminismo, el psicoanálisis
postfreudiano, la ecología, el antimilitarismo -¡cuánto prefijo!-, la
sexualidad, la crítica a la vida cotidiana bajo el capitalismo, la atención a
los países insurgentes del tercer mundo, estén muy presentes en sus páginas.
Pero no son pocas las colaboraciones de carácter más anarcoide, que acercan la
revista a la señera Ajoblanco, que
llegó a tirar 100.000 ejemplares, o de sesgo abiertamente contracultural, que
la emparentan, por ejemplo, con Ozono.
Dicho sea de paso, de esas dos publicaciones incluimos un ejemplar en la
exposición.
Lo dicho distingue a El
Viejo Topo de otras revistas de oposición al franquismo más convencionales,
como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo, seguramente también más moderadas, más
cercanas en su conjunto a los planteamientos de quienes defendían una
transición sin ruptura traumática frente a una ruptura radical con el pasado
franquista. O quizá, la acumulación en El
Viejo Topo de tanto material que nos acercaba al pensamiento más avanzado y
marginal de los países en los que la democracia estaba ya asentada no suponía
sino una especie de normalización acelerada, una asimilación a trompicones de lo que en otros ámbitos se
había digerido no siempre diferenciando el grano de la paja. No todos, por
supuesto, pero muchos de los participantes en aquella aventura perderían el
variable anhelo y conciencia revolucionaria a favor de una acomodada vida
convencional, dicho sea sin el menos ánimo de reproche. De hecho, en ámbitos
domésticos más influyentes que el de la izquierda radical, por ejemplo, en el
de las organizaciones políticas revisionistas,
por usar un término entonces tan preñado de significado, en el ámbito de los grandes sindicatos y partidos de oposición, en el del mundo empresarial, en el
de la banca, la suerte ya estaba echada y lo que más se temía era la reacción
del denominado bunker, la extrema
derecha golpista, un nuevo derramamiento
de sangre entre españoles, como se solía decir, aunque algunos reservaran a escondidas algo de dinero para jugar a dos bandas, no fuera a ser que los bestias la cagaran irremediablemente. Dos
ejemplos dispares de esa evolución a la que me refería: la versión actual de
Savater considera la Transición española un indudable logro (“Pese
a los falsificadores del pasado…, la Transición trajo más bendiciones
políticas y en menos tiempo de lo previsto”); pero R. Chirbes, colaborador y
reseñista literario de Ozono, la
considera(ba), en el lado opuesto, “esa larga traición”: “la transición, que no
fue un pacto sino la aplicación de una nueva estrategia en esa guerra de
dominio de los menos sobre los más, y donde si hubo poca crueldad fue porque,
por entonces, los menos eran fuertes y débiles los más"(1).
A mí me da por pensar que se hubiera hecho lo que se hubiera
hecho por parte de la izquierda institucionalizada, como ocurre en las grandes
decisiones, habría habido motivos suficientes para el arrepentimiento. Si la
Transición pactada fue fruto de la virtud de la prudencia o si implicó hacer,
no la del topo, sino, mutatis mutandis,
la del castor, tal y como explicaba Gramsci (2), es algo que resulta imposible
de juzgar. Desde luego, no fue una graciosa concesión de la derecha, sino un
tira y afloja en distintos tableros de juego del que nació algo admirablemente lleno de magulladuras. De lo
que estoy convencido es de que el parto hubiera podido acabar en tragedia.
En los procesos de cambio de un régimen dictatorial a otro democrático siempre
quedan anhelos incumplidos de los que pueden brotar iracundos vórtices o melancólicas
desazones. La democracia parlamentaria capitalista tiende a ser un asco, un
lodazal, pero el resto es todavía peor, si es que hay otra democracia medianamente
digna de ese nombre. Estoy con Savater, no pidamos la luna, sino buena
iluminación en las calles, que el concesionario no se lo lleve crudo, un buen
servicio de mantenimiento, garantías legales en caso de incumplimiento, etc.,
pero dejemos en paz el asalto al cielo, cosa de iluminados.
Vuelta atrás y adelante, tomada la cosa personalmente:
Vuelta atrás y adelante, tomada la cosa personalmente:
Hace poco, Ana
Puértolas, en El grupo (Anagrama,
2016), reconstrucción nostálgicamente crítica de la vida de una célula de
un partido de extrema izquierda prochino entre 1964 y 1974, explicaba que, ante
ciertos acontecimientos imprevistos como la Revolución de los claveles (1974),
que había venido y nadie por estos pagos sabía cómo había sido, antes de
extenderse en un análisis improvisado de los acontecimientos, algunos camaradas
decidieron esperar a leer lo que expusieran al respecto instancias superiores
del partido, más duchas en la interpretación maoista de los hechos, para saber
qué pensar y qué decir a continuación sobre lo acontecido: “… Carmenchu se
lanzó al ruedo con ánimo conciliador, pues nada, camaradas, tampoco pasa nada,
podemos dejarlo para cuando llegue el documento de la dirección, así tendremos
los elementos necesarios para centrar el debate…” (p. 320). Algo así me ocurría
a mí con El Viejo Topo. Sus artículos
tenían sabor a verdad, a palabra culturalmente fresca, lejos del ligero tasto
de otras publicaciones. Esperaba a menudo a leer mi Viejo topo para hacerme con
un bagaje que me permitiera decir algo interesante en las discusiones. Palabrita de El Viejo Topo, hubiera podido decirse.
Pero es impensable no evolucionar y poco queda del cegato
animal revolucionario, “metáfora de subversión y experiencia. Paulatina
excavación de galerías subterráneas, lenta y minuciosa destrucción de los cimientos
de una sociedad absurda”, según rezaba uno de los ejemplares (p.
22). El tigre de papel capitalista, con ayuda del castor socialdemócrata que
se autoemasculó, se zampó al topo. Desde
entonces, la izquierda no ha hecho más que discutir. Como para que venga ahora
un joven timonel a deslegitimar una Transición hecha a ratos con los ojos vendados, no
en aras de la Justicia, desde luego, sino de la justicia que se pudo hacer. Algún
reproche se merece, pero de matiz, no una enmienda a la totalidad, a menos que
se quisiera otra cosa distinta que una democracia parlamentaria capitalista. Capitalista, desde luego no se quería, pero esta por verse si democracia es un término que, en el mejor de los casos, puede combinarse con otro adjetivo que no sea capitalista ¿O
es que todavía no se han enterado los nuevos comisarios políticos de que le mieux est l'ennemi du bien, dicho sea
en francés, en recuerdo de Don Hermógenes, que lo hubiera dicho en griego? Me da por pensar que alguno tiene ataques
de nostalgia ficticia de las carreras ante los grises que no vivió. Ya le pasó
algo parecido a la izquierda extraparlamentaria alemana o italiana a finales de
los 70, cuando asimilaba la democracia burguesa al fascivsmo y tanta fue su
añoranza de los ideales perdidos en los albores de la globalización que acabó perdiendo el norte, el sur y los otros dos puntos cardinales.
La primera etapa de El Viejo Topo
duró hasta 1981 y no sería hasta 1993 cuando empezara la segunda, que dura
hasta hoy en día. Pero con ese Topo renacido apenas he tenido relaciones.
Supongo que seguirá adelante con voluntad optimista e inteligencia pesimista.
Cómo me gustaba aquella cita, qué buenista la encuentro hoy. Quizá lo mío sea no un intento se salvación individual, sino de absolución colectiva, que mira más al pasado que al futuro perdido.
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(1)
Rafael Chirbes, El novelista perplejo, Barcelona, Anagrama, 2002, p. 119 y 108.
(2)
(Un castoro, inseguito dai cacciatori, che vogliono strappargli i testicoli da
cui si estraggono dei medicinali, per salvarsi la vita, si strappa da se stesso
i testicoli).
In memoriam:
He aquí tres de las reseñas de las que por
entonces R. Chirbes, crítico de cine y libros de Ozono, publicaba en la revista . La
primera, es sobre Recuento, de L. Goytisolo, uno de los cuatro libros de Antagonía, obra que, según pasaban los años desde su publicación, fue ganando capitalidad en la narrativa española contemporánea (Ozono, Año 2, N. 9, Mayo, 1976, 50 pts.)
La segunda, por aquello de acercarme a Aragón, es poco más que una nota sobre un libro de Mainer (Ozono, Año 1, N. 2, Junio, 1975, 50 pts.):
R. Ch.
La tercera reseña es sobre Tiempo de silencio, del tan malogrado escritor como político Martín- Santos. Como Camus, acabó estampado en la carretera (Ozono, Año 1, N. 2, Junio, 1975, 50 pts.). La semblanza que de él hizo Benet en Otoño en Madrid hacia 1950 resulta difícil de olvidar: