viernes, 6 de mayo de 2016

El comentario de las dalias a Freud: «Si amas, sufres, si no amas, enfermas.» (S. Freud)








José Luis Pardo (fuente):

"Naturalmente, Freud se anticipa a las objeciones que un crítico no avisado podría dirigirle, acusándolo de «delirar» en lugar de «razonar»: él reconoce que sus hipótesis... son «fantásticas». Pero el hecho de que sean fantásticas, como lo son los sueños, así como el de que los supuestos «datos» en los que se basan carezcan del estatuto que se exige en otras disciplinas científicas para considerarlos tales, no elimina lo que alguien llamaría su «eficacia simbólica». Es decir, no elimina el hecho de que sin la ayuda de semejantes «fantasías» resultaría imposible atribuir sentido a un gran número de las «dolencias del alma» tenidas por patológicas, y aun a muchos comportamientos ordinarios de los seres humanos que serían sencillamente incomprensibles e intratables, del mismo modo que el humor o la inclinación a la comicidad no podrían entenderse, según Freud, de no verse en ellos la aspiración «a alcanzar por estos caminos el talante de nuestra infancia, en la que no teníamos noticia de lo cómico, no éramos capaces de hacer chistes y no nos hacía falta el humor para sentirnos felices en la vida» (El chiste y su relación con lo inconsciente)".

jueves, 5 de mayo de 2016

Me acuerdo. Dahlia: My Love ~ Cactus



Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris.
Nescio, sed fieri sentio et excrucior.

Odio y amo. Quizás te preguntes por qué hago esto.
No lo sé, pero siento que así ocurre y me torturo.

Catulo

Me acuerdo de G. Calvo dando un taconazo sobre la tarima cuando un alumno no sabía leer con el ritmo justo el dístico de Catulo. Me acuerdo del miedo que tenía a que me preguntara. Qué distancia tan enorme entre lo que somos para nosotros y lo que somos para los demás

martes, 3 de mayo de 2016

Todo sigue creciendo, como una selva va cubriendo los cráteres.


“Así es, anotaba Max Frisch en la primavera de 1946, la hierba que crece en las casas, el diente de león en las iglesias, y de repente uno se puede imaginar cómo todo sigue creciendo, cómo una selva va cubriendo nuestras ciudades, lenta, inexorablemente, un avance desprovisto de seres humanos, un silencio de cardos y musgo, una Tierra sin historia, y entre medias el gorjeo de los pájaros, la primavera, el verano y el otoño, el aliento de los años que ya nadie lleva en cuenta…” (Enzensberger, H. M., Europa en ruinas. Relatos de testigos oculares de los años 1944 a 1948, Madrid, Capitán Swing, trad. Begoña Llovet Barquero, p., 15)

                                                              (Fuente de la imagen)

Al final de la guerra la Segunda Guerra Mundial,una gran parte de Europa  estaba en ruinas. El centro histórico de algunas hermosas ciudades –Roma, Venecia, Praga, París, Oxford-, se había salvado de convertirse en añicos por acuerdos más o menos tácitos o por suerte (Judt, Tony, Postguerra, Taurus, 2006, p., 39). Pero el resto había quedado reducido a escombros, ventanas sin cristales, edificios en los huesos, marcos maltrechos de puertas inexistentes, tuberías estalladas, cuando no montañas de añicos, amasijos malolientes a cadáver sepultado, entre los que, sin embargo, o precisamente por ello,  empezó pronto a crecer la hierba.

W. G. Sebald en su breve Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003) señalaba  la escasez de materiales gráficos sobre lo ocurrido en Alemania. Sebald se refería a los terribles bombardeos de saturación aliados sobre las ciudades alemanas –Dresde, Hamburgo, Berlín, Pforzheim, Colonia, Düsseldorf-, a las pocas obras literarias que han recreado los hechos. El motivo, según el escritor fallecido prematuramente,  podría ser un mal asumido sentimiento de culpa, que llevaría a avergonzarse de contar lo ocurrido, pues quienes habían apoyado, consentido o callado la barbarie nazi no se sentirían legitimados para protestar. Como escribe S. Luzzatto sobre la Guerra Civil en Italia, pero aplicado a la Guerra Mundial, “resultaría tranquilizador pensar que en una guerra (más aún en una guerra civil) el enemigo se encuentra siempre y en cualquier caso fuera de nosotros…Vista desde cerca, la guerra civil italiana  –en relación a la cual a nadie le debería costar por lo  menos restrospectivamente escoger su propio campo, habiendo sido uno de los dos campos el de la humanidad y el del derecho y el otro en de la falta de humanidad y el del abuso– cuenta una historia distinta. Junto con la historia de un bien, el de la impagable lucha contra el nazifascismo, cuenta la historia de un mal insondable, el mal del que ningún hombre… puede sentirse libre. Entre el blanco y el negro aparecen las numerosas tonalidades del gris. A veces, la historia de los partisanos tiene el encanto simple de los contrastes. Más a menudo, tiene la compleja verdad de los matices” (Luzzatto, Sergio, Partigia, Bestsellers Mondadori, 2014, p. 19). El ángel de Paul Klee que alegorizó Benjamin diciendo que todo acto de civilización arrastra otro de barbarie tiene este capítulo de la historia reciente entre sus preferidos.
Si los animales del zoo bombardeado de Berlín vagaban extrañados como niños perdidos (53.000 en Berlín al final de 1945. Judt, ibid., p., 45), atraídos por los fétidos olores que salían de las ruinas, hoy solo quedan vagos recuerdos  de aquello y los hijos de las familias del país que dicta los destinos del continente juegan en paisajes diferentes al de Edmund, el joven suicida, protagonista de Germania anno zero (Rossellini, 1947).


Desde 2008,  el fotógrafo Henning Rogge se ha dedicado a retratar cráteres de bombas de la Segunda Guerra Mundial en medio del campo, entre bosques. El paisaje los ha absorbido metabolizándolos, hasta el punto de que sin ser advertidos no habríamos caído en la cuenta de que esos agujeros llenos de agua son un testigo de lo que pasó, sometido a una impecable trabajo de reciclaje por parte de madre naturaleza. La foto, como si se tratara de un sabueso condenado a seguir el rastro del pasado, revela el drama de lo ocurrido y al tiempo la capacidad de regeneración. Fijarse solo en una de las dos cosas supone equivocarse. El recuerdo machacón nos aleja de la vida, la falta de memoria nos convierte en bolsas al viento sin nada dentro.






lunes, 2 de mayo de 2016

¡Viva la luna, en la que nunca he dejado de estar! Y es que Los sacerdotes egipcios no comían cebolla, porque es el único vegetal que germina con la luna menguante y se retrae con la luna creciente.


El 2 de mayo de 1902 empezó a rodarse el Viaje a la luna, de Méliès, aquí en una versión restaurada.


Me lo dijo Brox, que está en la luna /Y vive encantado de todas las cosas que
ve por allí. /Me lo dijo Brox, que está en la luna/Que allí la alegría, /de noche y de día /nunca tiene fin (Pseudo Tres Sudamericanos)

Los sacerdotes egipcios no comían cebolla, porque es el único vegetal que germina con la luna menguante y se retrae con la luna creciente. Fruto cabezón, cebollo, que desmiente los ritmos naturales y desobedece a la simpatía universal dictada por la batuta suprema de Selene, es de las pocas cosas en la tierra que no se deja seducir por sus efluvios. La luna es Venus celeste que todo humedece y hace fructificar, Ártemis protectora de los partos y
según Tulio Cicerón emite el sonido más grave de la música de las esferas.
Durante los días de primavera, con el cielo descubierto, sorprende a los paseantes, que intuyen en ella una invitada inesperada, portadora de una misteriosa alegría que recuerda al fresco vino blanco justo antes de que entontezca la cabeza. Entonces, la luna, mezclando lo mejor de los invisibles ríos que la recorren y los restos de la tibieza vespertina, envía a los seres vivos de la tierra un rocío dorado. El calorcillo interno que nos hace sentir, si hemos cogido antes de salir de casa una rebeca ligera, es enemigo de la sequedad que produce el sol. Lo que este nos quita, aquella nos lo da al anochecer. Uno concentra y la otra distiende. El hermano es pesado, insistente, lleva a crímenes absurdos, porque hacía calor, es terco; la hermana desata, relaja, ablanda, disuelve. Entre los dos, seguramente consiguen un perfecto equilibrio, pero yo la prefiero a ella, aunque cuando se va encogiendo se empequeñezca la pupila de los gatos, descansen las hormigas y me sienta más calvo. Los niños de pecho abandonados al plenilunio están condenados. Su cuerpo acumula demasiados humores, se deforma y no vuelve nunca más a su ser. Quizá fue eso  lo que me pasó, quizá por eso, cuando aparece en el firmamento, a veces la desdeño, me voy a casa a leer, y otras veces, me quedo inmóvil y temeroso ante su fulgor, pieza perdida de un mundo imaginado, último vestigio de un rompecabezas extinguido.
(Algunos de los contenidos del texto provienen de Citati, P, Leopardi, Mondadori, 2011)

domingo, 1 de mayo de 2016

Comerse las uñas es un arte que nunca se acaba de aprender.


Comerse las uñas es un arte que nunca se acaba de aprender. De la niñez a la senectud se mejora la técnica, se depuran los propósitos, se pierde afán, se valora más la calidad que la cantidad, pero sustancialmente la cosa significa lo mismo, un cierto descontento con la manera en que tienes que ceder ante el empuje de la realidad para incrustarte en ella, buscarte un cubículo acogedor. Las uñas comidas son la protesta que nos pasa el cuerpo ante tanta constricción a la somos sometidos. En otras lenguas el verbo que se usa para referirse a la actividad tiene que ver con lo que hacen los roedores (se ronger les ongles, risicchiarsi le unghie), de manera que se evoca mejor ese carácter de empeño y habilidad que requiere la empresa. Muestro morderse las uñas, con su referencia puntual al acto, como si se tratara de un bocado y basta, da idea de en qué medida la lengua se ha quedado corta a la hora de conceptualizar algo en lo que la mesura, el tiento, el saber pararse antes del panadizo es fundamental. Pero no sólo eso, saber por dónde empezar, si con excusa o a las bravas, con qué objetivo, si el puro mordisqueo o el recorte artesano, si estamos dispuesto a llegar a la carne, son cosas que resulta difícil saber antes de entrar en faena, pero de las que conviene ser consciente. La sensibilidad que se desarrolla con los años para saber hasta que punto se puede tirar, cuán largo se ha de dejar un pellejo para después poder clavártelo ligeramente en el labio o encima de la boca, allí donde evoca el dolor pero no lo produce, salvo que seas un privilegiado, requiere haber pasado muchos malos tragos, pomadas antibióticas, agua caliente con sal. Ya de muy mayor, con suerte, puedes decir que sabes comerte las uñas y te das cuenta de que así es, pero como en casi todos los campos de la vida, entonces echas de menos los atracones, el aquí te pillo y aquí te como... o quizá no, quizá echas de menos las ganas, ese deseo de ascensor, aquel impulso que se apoderaba de ti cuando te mirabas el dorso de la mano y querías ponerte a escu(l)pir uñas.

https://www.youtube.com/watch?v=8b4wLTmrMK4