“Cuando vi los caballos, sentí que me moría, y pensé en hacerlo dentro de la senda metálica para no estropear el arte [risas]. Solo puedes agradecer a la providencia este regalo” (Fragmento de una entrevista a W. Herzog).
(Fuente de la imagen)
Esta vez no quise buscar en internet. Pasé por delante del colegio mayor Pedro Cerbuna, vi que ayer y hoy iban a poner en su cineclub La cueva de los sueños olvidados (W. Herzog, 2010) y sentí una llamada que llevaba mucho tiempo sin sentir. la vertiente documentakista del directos alemán la conocía porque a Grizzly Man, su anterior trabajo, ya le dediqué una entrada.
Me presenté ayer allí a las siete y me impresionó el ritual al que someten los encargados del Cineclub a los espectadores. Una mesa para sacarse el carnet. Otra para pagar la entrada, previa respuesta a preguntas del tipo: “¿de jubilado?”. Después, otro colegial, de pie, te corta el tíquet y te da acceso a un verdadero cine, sin portentosos invisibles helicópteros que te muestren el realismo del equipo sonoro, una sala que sabe a afición y disfrute de las historias contadas en imágenes.
Me senté en la tercera fila y cuál no sería mi sorpresa cuando al volverme para mirar al público me encontré con que, salvo algún niño chico, allí nadie bajaba de los 40 o 45 años. Jubilados, muchos, en efecto. Pero también parejas mayores que querían echar la tarde, viejos intelectuales que, como el señor que estaba a mi altura, al otro lado del pasillo, leyó ininterrumpidamente antes de la proyección y después leyó hasta el último título de crédito. Pero colegiales, público joven, como el del cineclub del Sanjuán o el Chaminade o el que hace treinta años probablemente acudía a esa sala, no vi.
Después, la maravilla bien contada. Una voz en off que va siguiendo al equipo de grabación enfría lo que podría haber sido una empalagosa orgía poética, aunque en texto hubiese de, por poner un ejemplo J. Berger. De vez en cuando, alguna entrevista, interesante, como interesantes son en sí mismos esos científicos llenos de misterio visual, entre lo cotidiano y lo excepcional.
Y de vez en cuando, los escalofríos que producen los caballos, los leones, el macho oliendo a una hembra que no se deja, los rinocerontes en movimiento entrechocando los cuernos. Y en el instante en que crees que ya no cabe más, que has entendido que la historia del arte se puede contar de principio a fin o de fin a principio sin que haya ninguna progresión, que en esa cueva nació el cine mudo y sonoro, la escultura, el cómic, las instalaciones, en action painting, el arte povera, la utilización extrema de las superficies, los trampantojos, que la mano que allí pintaba es prima inter pares de Durero, de Goya, de Modigliani, de Picasso, que nadie será capaz de hacer un único trazo de dos metros más elegante y refinado que el del león sin melena…en ese instante en que oyes en la distancia el aburrimiento como los indios espiaban la llegada del tren con la oreja en los raíles, cuando ya estás dispuesto a irte a casa más contento y agotado que unas pascuas,
aparece un cuerpo de mujer con cabeza de minotauro. Está pintado en una de las salas de este palacio de las maravillas, sobre una especie de gran mojón colgante con forma de obús, pero la cámara no puede acercarse a él, ni rodearlo para mostrar la parte de atrás. Ni el equipo
de filmación, ni ninguna otra persona puede salirse de un plataforma metálica de 60 cm de anchura que permite, como una alfombra del tiempo, recorrer la cueva sin dañarla. Resulta un metáfora, al cabo, de que hay algo inaccesible, por más que las impresionantes imágenes nos hermanen con quien allí estuvo hace unos 30.000 años, en aquellos parajes. Como ese aire proveniente de las obras del metro que en Roma (Fellini) destruye los frescos romanos, salir de plataforma supondría querer más de lo posible, una falta de respeto hacia el misterio, que no es sino una parte en penumbra de lo mucho que nos une a aquellos pintores. Unos días después de haber grabado la cara visible del minotauro, el equipo de grabación, según explica la voz en off, volvió a la cueva con un arnés para acercar la imagen a ese ombligo del mundo, pero quizá Herzog no quiso mostrar o grabar su cara oculta. Todo un detalle de respeto que carga aun más de sentido al documental.
Ya en casa una sensación de melancolía hace hasta dudar de lo que has visto. Solo el gusto, el recuerdo de los escalofríos que recorren la espalda, de las lágrimas que se escapan de vez en cuando hacen pensar que ha pasado algo, una hora y media excepcional perdida en 30.000 años de existencia.
Javier Brox
Alguna otra foto de la cueva de Chauvet:
Bradshaw Foundation. The Panel of Large Red Dots, Chauvet Cave
Bradshaw Foundation. Fighting Rhino & Four Horses, thought to be the work of a single hand.
Bradshaw Foundation. The Panel of the Lions, Chauvet Cave
Enlace a la página de la Bradshaw Foundation