¡Nos estamos equivocando en todo! Ya voy, recitaba Mastroianni en La dolce vita, quizá la película más lograda de Fellini, antes de meterse en las aguas con la Venus venida del norte, A. Ekberg, muerta también por estas fechas, hace un año:
En términos benjaminianos, la escena es una fantasmagoria neopagana, un salto atrás a la inocencia, a la llamada del deseo, un bautismo purificador, trasunto del renacimiento.Volver a nacer: Je est un autre (Rimbaud). Lo decía Jung, el hombre ha dejado de hablar con las plantas, con los ríos, hasta con la Fuente de Trevi, ejemplo de matrimonio feliz entre cultura y natura, monumento bien cocido por las manos de un masterchef, sí, chef. De hecho, lo que el personaje que interpreta Mastroianni hace es dejar a un lado por un instante todas sus dudas, su radical escepticismo y también, claro, el miedo a que aparezca la autoridad, un mensajero divino del padre Zeus para recordarle que no se puede cruzar el muro separa la mediocre vita cotidiana de un periodista romano del reino de las sirenas, aunque te llamen por tu nombre, como a Ulises, Marcello, Marcello, vieni. Vaya calentón erótico espiritual que se llevó el pobre. Chi me lo fa fare, quién me manda? debió salir pensando de allí, porque no nos engañemos, su conversión al amor dura lo que dura el temporizador del agua, que al poco manda silencio.
En 1966, seis años más tarde, las carnes tolendas de Fraga, nuevo Poseidón, salían de la Playa presuntamente radioactiva de Palomares, escoltado por sus tritones, uno de los cuales, en que aparece al fondo, más parece estar ensayando un baile regional que tomándose en serio el espectáculo. El acto protagonizado por el ministro franquista era un gesto de ficción secundaria, porque ya la sociedad del espectáculo se había adueñado de muy buena parte de la política. Nada nuevo en el Olimpo del Pardo, por lo demás. Se trataba simplemente de invitar a los españolitos de bien a compartir aguas del cocido achampanado en el que se había hundido el pepino radiactivo caído del cielo, del santo cielo, cruzado por los bombarderos americanos en pruebas.
A seis años de la reaparición de Venus en la Fontana, la distancia estética con la Europa democrática era notable, aunque no hay que desdeñar el fin común presente en las dos escenas, convencer, disipar dudas, volver al origen, agua clara. Por otro lado, en Italia, todo hay que decirlo, también cocían habas, pero lo nuestro eran calderadas con guarnición de porras sacudidas por los grises, en el mejor de los casos.
Pero basta de aprovecharse de la conexión rápida a internet, que la mañana es corta y los deberes muchos. Recuerdo solo que Cohen, en el 67, una año después de Palomares, también habló del agua:
And Jesus was a sailor when he walked upon the water,
And he spent a long time watching from his lonely wooden tower,
And when he knew for certain only drowning men could see him,
He said "all men will be sailors then until the sea shall free them,"
But he himself was broken, long before the sky would open
Forsaken, almost human, he sank beneath your wisdom like a stone. (L. Cohen, Suzanne)
And he spent a long time watching from his lonely wooden tower,
And when he knew for certain only drowning men could see him,
He said "all men will be sailors then until the sea shall free them,"
But he himself was broken, long before the sky would open
Forsaken, almost human, he sank beneath your wisdom like a stone. (L. Cohen, Suzanne)
¿Será esa la tercera vía? Desde luego, el agua bendita sigue siendo la protagonista de la canción, el filtro que todo pone en evidencia. El piadoso Scola lo sabía: