Leo que se han celebrado en Alemania los campeonatos de guitarra imaginaria (air guitar), ese difícil arte que consiste en tocar la guitarra eléctrica sin tener el instrumento entre las manos, como si de un miembro fantasma se tratara, el fenómeno que consiste en la reaparición en forma de reminiscencia, a veces insistente y a menudo dolorosa, de un miembro que ha sido extirpado. Pero seguramente no se trata siempre de antiguos guitarristas que, por una razón u otra, se dejaron a su Lucille olvidada en un incendio o en el asiento de al lado de un avión, que era como la llevaba no sé si N. Yepes o R. Sáinz de la Maza, y se les reaparece como irresistible estantigua, sino que se trata de personas que nunca han tocado una guitarra de verdad, por lo menos con la misma pericia con la que tocan la guitarra de aire. Seguramente no aspiran a hacer carrera como intérpretes, sino que se contentan con ser simples guitarristas imaginarios, como también hay directores de orquesta que en lugar de una batuta utilizan un cigarrillo en la absoluta soledad de su dormitorio. En ese sentido los guitarristas imaginarios serían el equivalente de los escritores sin obra, los más puros entre ellos, según un personaje de Millás. Aún así, entre los escritores sin obra, que suelen hacer una especie de esgrima vital que recuerda la de los personajes literarios de otros autores, amén de hablar como si su talento ya hubiera dado frutos o fuese de tal magnitud que ni siquiera merece la pena que los dé, y los individuos que tocan sin sonido un instrumento ausente hay notables diferencias, porque éstos no son guitarristas sin guitarra, sino mimos que si tuvieran el instrumento entre sus manos probablemente no sabrían qué hacer con él, mientras que los escritores sin obra son una tribu de pleno derecho, aunque a la larga pesada, perfectamente concebible por el entendimiento humano, que suele ser capaz de tolerarlos hasta que cumplen los cuarenta. Sin embargo, si a escritor sin obra le añadimos el adjetivo profesional el resultado deja de ser aceptable y empieza a convertirse en algo patético, porque evoca la figura del caradura. La cosa no queda tan mal si hacemos lo mismo con la otra actividad. Guitarrista imaginario profesional, parece una profesión a medio camino entre el Circo del Sol y los Estados Unidos. Y es que el término profesional, que tanto se usa para cargar de seriedad una actividad, tiene por lo menos dos filos.
He pasado parte de la mañana buscando infructuosamente una cita, quizá fantasma, de Gil de Biedma. Si no recuerdo mal , en algún momento, quizá al cumplir años, se quejaba de que a pesar de su formación, gusto, inclinación, todavía no había escrito una obra consistente, limitándose a ser un poeta sin poesías. Aunque prefería ser poema que poeta, al cabo de su vida tuvo su obra, algo que estos pobres excelentes guitarristas no parecen aspirar a tener.