viernes, 26 de noviembre de 2010

Histeria colectiva. Para morirse de risa, de agotamiento, de miedo, de susto, de admiración, o pasarse el día bailando.

Miles de personas que se tiran al mar para beber un agua que de repente ha dejado de saber salada; estudiantes que provocan a carcajadas una epidemia de risa que dura varias semanas y paraliza la vida académica –además de provocar dolores de estómago a los afectados; miles de personas que acuden para dar de beber a una efigies religiosas sedientas de leche; una industria textil en la que los empleados sufren, como en una novela, un gran cansancio, inexplicable para los médicos; 300 adolescentes que se ven afectados por los mismos síntomas que le provoca la enfermedad a su héroe televisivo; 400 personas que se contagian del ímpetu bailarín de una conciudadana y no pueden dejar de bailar durante días, hasta el punto de que las autoridades les ponen a su servicio a unos músicos, porque temen que una brusca interrupción de la danza pueda causarles daños irreparables.

Todo esto y más en un artículo de Repubblica, que, a su vez, remite a una página web dedicada a las más curiosas listas que imaginar se pueda, en este caso a los diez mayores casos de histeria colectiva: listverse.com

10 Mumbai Sweet Water

9 Tanganyika laughter epidemic

8 Hindu Milk Miracle

7 June Bug Epidemic

6 Soap Opera Hysteria

5 The Toxic Lady

4 The War of the Worlds

3 The Monkey Man of Delhi

2 Penis Panic

1 The Dancing Plague

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hitler en Berlín: el horror cotidiano. A raíz de la exposición “Hitler y los alemanes. Nación y crimen” (Berlín, 15v de octubre-6 de febrero de 2011).

Parece ser que la exposición Hitler y los alemanes. Nación y crimen que se está celebrando en Berlín, la primera dedicada al dictador que se organiza en Alemania desde el final de la Segunda guerra mundial, está teniendo gran éxito.

Alemania destapa con esta exposición un tabú a medias: Adolf Hitler

Las fotos que publica la prensa tienen que ver más con la vida cotidiana en las ciudades, con la apariencia de normalidad bajo el nazismo que con los progromos o los horrores de los campos de concentración y exterminio. Y es que la exposición se centra en la atracción que Hitler ejerció sobre muchos alemanes que no tuvieron una participación directa en los crímenes nazis:

Galería de imágenes del Daily Telegraph.

En las obras autobiográficas y las obras de ficción que he leído sobre el nazismo se da cuenta de todo tipo de barbaridades. Baste recordar que la expresión de origen kantiano que mejor define el fenómeno del nazismo, “el mal radical”, puede aplicársele con todo rigor, sea, por lo que se refiere a los artífices del horror, en el sentido de un mal absoluto, demoníaco sea en el sentido de un mal infligido burocráticamente, sin espesor (i)racional alguno. Si pienso en esos horrores a mí me vienen a la cabeza las obras de Primo Levi, en el terreno autobiográfico, o, en el terreno de la ficción

novelesca, Vida y destino (V. Grossman, Galaxia Gutemberg) o, más recientemente, una novela de menos calidad literaria como Las benévolas (Jonathan Littell, RBA). Por otro lado, todavía hoy colean procesos a antiguos nazis, cuestionamientos sobre la propiedad de obras artísticas, o aparecen documentos relacionados con personajes de mediana o pequeña importancia. Las cartas del doctor muerte a su familia que El País publicaba el domingo pasado son un ejemplo de ello.

Sin embargo, siempre me ha ocurrido que lo que mejor recuerdo sobre el nacionalsocialismo son pequeños detalles que, como rendijas minúsculas, me hacen entrever de forma para mí más convincente el inmenso sufrimiento que debió suponer vivir bajo el régimen. Cuando veo Shoah, de Lanzmann, no puedo evitar sentir una mezcla de estupor y desconcierto. Pero es tal la magnitud del horror que se filtra a través de, por ejemplo,

las anécdotas que cuenta Levi, o la intensidad de la desolada ternura que produce la muerte de una mujer que se siente por primera vez madre de una niña desconocida en una cámara de gas (Grossman) que esos hechos se me escapan de la memoria o quizá la memoria huye de ellos. Me resulta imposible metabolizar su recuerdo, mantenerlo vivo como objeto de pensamiento, hasta el punto de se hace presente en mí como si fuera una imagen repentina que tan pronto se enciende como se apaga. Tal vez me ocurra algo parecido a lo que me pasa con los simulacros de incendio, que es tal la distancia entre la ficción del simulacro y la vivencia directa de un incendio que no puedo tomarme del todo en serio la simulación. No se piense nadie que estoy sugiriendo que en el recuento de las víctimas del nazismo están falseados los datos o la magnitud del horror. Lo que quiero decir es que barbaridades semejantes a las cometidas por el nazismo es difícil que puedan ser concebidas, al menos por personas nacidas a partir de los años cincuenta en occidente, porque esas personas no han conocido nada semejante. Por más que uno oiga testimonios directos, tiende, puede ser que como un mecanismo de defensa,a alejarse de ellos, a enfriarlos, asimilándolos a otros tantos datos históricos. Solo así, quizá, sea posible para muchos ver la exposición de Berlín.

En mi caso, son los pequeños detalles los que no puedo evitar recordar, detalles menos sangrientos. Por ejemplo, que Kemplerer (Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios, 1933-41, Galaxia Gutemberg) pudo tener un animal doméstico, un gato creo recordar, porque su mujer no era judía, pero que hasta ese pequeño privilegio de matrimonio mixto le fue arrebatado. O también, por ejemplo, recordaré siempre que Jorge Semprún salvó la vida seguramente porque se dejó aconsejar por otro preso a la hora de inscribir su profesión en el campo de concentración, optando por un trabajo artesanal, útil a ojos de los encargados de decidir quién debía vivir y quién no; o que, siendo preso, una vez que se salió del camino que debía seguir para ejecutar un encargo que no recuerdo y se encontró casualmente con un oficial nazi que decidió no matarle allí mismo como a un perro de la misma manera que hubiese podido decidir lo contrario antes de ir a comer con sus conmilitones.

Leo que en la exposición de Berlín no incluye objetos de primera mano del Hitler para evitar peregrinaciones filonazis en pos de lo que consideran reliquias y entonces recuerdo que quizá tanto horror se derivó en parte de la concepción divinizada que llegó a tener una parte de la población de su dirigente. Quizá hubo banalidad en el horror, como señaló en algún momento H. Arendt, pero también hubo creencias que lo hicieron posible. Cuenta Rosa Sala Rose (Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, El Acantilado, 2003, 207-208) que:

“Todo el mundo debía poseer un retrato del Führer, cuya profanación resultaba duramente castigada…la dimensión icónica del Hitler…terminó por calar hondo en el subsconsciente popular, hasta el punto de convertirse en un factor de auténtica religiosidad sólo comparable a ciertos aspectos de la imaginería católica. Una clara muestra de ello es la creencia, registrada por Kemplerer,

de que en las ciudades alemanas bombardeadas se mantenía en pie únicamente la pared en la que se colgaba el retrato de Hitler” Y está consideración sobrehumana no se limitó al territorio alemán: “…la condesa Von Bredow recuerda que durante las olimpiadas de 1936…una ciudadana recogió del suelo un guijarro que el dictador acababa de pisar, lo besó y se lo guardó en el bolsillo como una reliquia.”

martes, 23 de noviembre de 2010

En recuerdo de F. Pessoa, a los 75 años de su muerte.

El próximo día 30 de los corrientes se cumplen 75 años de la muerte del gran poeta Pessoa y el profesor Hernando Liaño ha organizado, en colaboración con distintos organismos, una pequeña exposición dedicada a su figura. Tendrá lugar en la E.O.I.1, de Zaragoza, entre los próximos días 29 de noviembre y 3 de diciembre. Además, se ofrecerá una velada poética en la librería Cálamo, sita en la Plaza de San Francisco, el mismo día 30.

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Oda marítima, Álvaro Campos (F. Pessoa). Trad. de José Antonio Llardent.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Cuando veas las barbas de tu vecino (irlandés) pelar pon las cajas de ahorro a remojar.

Sean O'Grady en Independendent : If Portugal is small enough to rescue, Spain may be "too big to save"

Spain's small regional banks, the cajas, are virtually bust as a result of reckless lending into the now-collapsed property market…

domingo, 21 de noviembre de 2010

Transparencias

Ser o no ser carne de burro

“La carne de burro no es transparente” es una expresión que se utiliza para hacer ver a alguien que te está impidiendo la visión de lo que está situado detrás de él. 

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Facultad de Filosofía y letras de la Universidad Complutense de Madrid