viernes, 29 de octubre de 2010

¿Cómo es el perro que llevamos dentro?

...recuerdo cómo, juntándonos ocho o diez chavales y chavalas por el camino solíamos ir a la escuela bordeando la llamada bahía de Chingudi (o sea: la ría de Bidasoa) y cómo cuando había marea alta, veíamos flotando cerca de la orilla perros muertos que luego, al volver a casa ya con la marea baja, se habían quedado incrustados en el barro, inflados y apestando el aire. Pero, dos o tres veces lo que vimos no fueron perros muertos, sino cadáveres de hombres. Y es que, cunado coincidiendo con altas horas de la noche, la marea baja reducía la falsa bahía al estrecho canal del que ya he hablado páginas atrás, gentes que se habían quedado sin poder salir a Francia se echaban al agua para intentar cruzar los quince o veinte metros del canal, y en aquella casa nos despertábamos todos cuando oíamos el traquetreo de la ametralladora que les disparaba desde la motora franquista que patrullaba las aguas. La madre de Marichu, sobresaltada, gritaba en euskera: "¡Ay, ay, ay! Pobrecillo, pobrecillo (guisajoa, guisajoa) , que no lo maten, que no lo maten". Y por la mañana si le habían matado intentando pasar a Francia, lo veíamos nosotros flotando en el agua de ida a la escuela y, con la siguiente marea baja, como los perros muertos, incrustado en el barro, casi casi frente al consulado (Carlos Blanco Aguinaga, Por el mundo, Alberdania, 2007, p., 64-65)
Leo la descripción que Kepler hizo de sí mismo a los veintiséis años, medio en serio y en tercera persona (Banville, J., Imágenes de Praga, Herce 2008, p. 165), señalando su semejanza con un perro, una especie de miniretrato del investigador as a young dog:

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Y pienso en cómo sería mi versión perruna. Pospongo la cuestión, ahorro a los visitantes un retrato sarnoso, porque tengo demasiado cerca un hermoso ejemplar de can y la comparación con algunas de las virtudes que me gustaría que me adornaran se decanta claramente a su favor. Sin embargo, me acuerdo de una serie fotográfica muy reciente, incluida en el libro Dogs, de Tim Flach, algunas de cuyas instantáneas publica hoy Repubblica:


Tim Flach, foto d'autore per cani



Tim Flach, foto d'autore per cani



Tim Flach, foto d'autore per cani


Tim Flach, foto d'autore per cani



Tim Flach, foto d'autore per cani


Tim Flach, foto d'autore per cani



Tim Flach, foto d'autore per cani

…Y se me vienen a la cabeza citas sobre estas personas no humanas, muchas contenidas en el hermoso libro de Roger Grenier, La dificultad de ser perro (Alba editorial, 2001), cuyo original se titula Les larmes de Ulysse (Gallimard, 1998), aunque hubiera debido llamarse no las lágrimas, sino la lágrima de Ulises. Como es sabido, el rey guerrero, al volver a casa y encontrar a su perro Argos, el único que le reconoce de inmediato, en un estado lamentable, derrama una sola lágrima, pero una sola, igual que los héroes románticos (1).
Rilke zanja la cuestión, diluyendo una barbaridad la entidad perruna: “Ni incluido ni excluido”. Ni bárbaros ni ciudadanos, en términos griegos. Martin du Gard insiste en “esa lastimosa necesidad de creer que se distingue en la mirada de los perros”, pero yo no diría tanto viendo estas fotos. Tal vez la anécdota que cuenta E. Levinas aclare las razones del agradecimiento a los perros, el afecto que puede llegar a sentirse por ellos, nos semblables, nos frères, con los que compartimos casi toda nuestra condición, como intuyó Goya en su pintura negra titulada El perro (3). Como parte de un grupo de prisioneros de guerra judíos pertenecientes a un destacamento forestal, Levinas “vio que a los ojos de sus guardianes y hasta de los transeúntes ya no pertenecía la especie humana. Luego un perro vagabundo se unió a ellos. “Para él –era innegable- fuimos hombres.” (Citado por Grenier, p. 16). Y es que quizá la endeble condición humana necesita de los ojos de otro para constituirse. Y ese otro, a veces, es mejor que no sea humano.
El epitafio de Tycho, el jefe de Kepler durante tanto tiempo puede leerse como un anhelo de autosuficiencia frente a la mirada del otro:
Ser antes que ser percibido.
El epitafio de Kepler, tiene una coña cínica, palabra que hace mucho leí que etimológicamente tiene que ver con la raíz de perro en griego, kynos:
Medí los cielos, ahora las sombras de la tierra mido/En el cielo mi mente, en la tierra mi cuerpo descansa (2).
(1) Vid. “Una sola lágrima, pero una sola”: Sobre el llanto romántico, Sebold, Russell, en Trayectoria del romanticismo español, Ed.Crítica, 1983.
(2) Los dos epitafios aparecen citados en la obra de Banville a la que se ha hecho referencia, p., 177 y 186
(3) “Es posible que este perro sea un figura mitológica, forme parte de un discurso narrativo…Pero ya ha producido, y produce, su efecto, ya podemos identificarnos con esta imagen, que habla directamente de nuestra situación y corrige el eventual optimismo de la modernidad. No sabemos si el perro se hunde o no, sólo podemos verle en el preciso momento en el la ambigüedad domina la situación y por ninguna parte aparece terreno firme sobre el que apoyarse… El perro es la representación más rigurosa de la soledad y la falta de seguridad, de la autoconciencia de esa situación, de su carácter absoluto. Bozal Valeriano, Goya, Madrid, Alianza cien, 1994, p., 57.
el perro goya
El perro aquél aulló varios veranos/siempre solo en la casa abandonada.//Aún sigue su terror en mis oídos/, dentro de mí aúllan/ (con el miedo de Cristo abandonado/en el viejo olivar)/las fauces de aquel perro, tan sediento/de alguna compañía,/en aquel cielo azul que se apagaba/por entre las palmeras y naranjos/donde mi juventud/se miraba en el mundo.//Yo soy ahora el perro, que aún no ha muerto,/y soy también el miedo de Cristo abandonado/en el viejo olivar,/bajo los astros fríos.//Mis tres fauces:/del animal que soy/de Dios (que me abandona)/y estos restos de espíritu y de carne/que se muerden. (F. Brines)

miércoles, 27 de octubre de 2010

La exposición de noviembre en el paredondehelarte: José Ortiz, reencuentro del artista adolescente.

En noviembre nuestro paredondehelarte acogerá una exposición de José Ortiz. He aquí el texto de presentación y las fotos de las obras expuestas

Arqueología de las formas

Allá donde busco información sobre la trayectoria de José Ortiz como pintor me encuentro con un detalle sobre el que involuntariamente se ha fijado mi atención, y es que hace algunos años volvió a pintar. En segundo lugar, me fijo en el hecho de que había cogido los pinceles siendo muy joven, casi un adolescente. Me pregunto por qué me llama la atención esa vuelta a la pintura y me doy cuenta de que el detalle cobra una gran importancia autobiográfica en la imagen que me hago de José. Quizá solo sean proyecciones hechas a partir de mi experiencia, pero intuyo que esa vuelta a la pintura supuso un reencuentro con algo de lo mejor de sí mismo, algo que llevaba dentro, quizá adormecido o callado, durante los años en los que uno se ocupa de los hijos, de la casa, de la carrera, y casi no tiene tiempo para soñar despierto, o, en el peor de los casos, se embrutece dando importancia al coche, a los intereses bancarios, a los ahorros y otras enfermedades morales parecidas. No creo que sea ése su caso, porque lo que conozco de él es todo cordialidad, interés sincero por el detalle de la vida ajena, y simpatía –cómo me gustó reconocer sin decírselo a sus parientes putativos cuya foto tiene discretamente colocada en su despacho universitario. Lo cierto es que quien no escoge por entero la dedicación exclusiva al arte, vive sitiado por la dispersión. Por eso, tal vez, por haber sabido reconquistar una isla taller en su interior, el mérito de José es grande. El y su mujer, Monique, antes de pasar a la docencia universitaria, trabajaron unos años en nuestro centro y me resulta difícil disociar la imagen de José de la de ella. No puedo pensar en él más de treinta segundos sin que se me corporeice Monique como un numen protector que limita y modera su energía, al tiempo que la potencia dulce, pero severamente. Supongo que él está tan moniquizé como ella joseizée. Desde luego, dan la sensación de ser una pareja en la que uno amplifica lo bueno del otro, que a su vez está dispuesto a tomar conciencia de lo malo propio. Esa es mi impresión, pero vaya Vd. a saber, que, salvo entre nosotros y en Semana Santa, la procesión suele ir por dentro.

Seguramente la vuelta a la pintura en el caso de Ortiz es un regreso a la ingenuidad perdida, a la inocencia maltratada por la vida adulta, el regreso a un territorio palpitante de felicidad, tan asediado como necesario. Digo felicidad y a lo mejor debería decir autenticidad, porque la felicidad, tal y como la entiendo, también puede ser sufrimiento.

José parece querer traducir en pintura cuanto le interesa. Los títulos de sus obras, tan variados que incluyen obras literarias o cinematográficas, topónimos, temas bíblicos, mitológicos, estados físico espirituales, parecen dar muestra de la amplia variedad de temas por los que se siente llamado. Su mejor manera de procesar esas realidades es pintarlas, y lo hace de forma cada vez más abstracta, como muestra la serie que hoy nos presenta, carente casi por completo de los elementos figurativos que aparecían en buena parte de su obra anterior (vid. http://www.jortiz.es/). Manchas de color que, enmarcadas por fondos de un gris delicuescente, renacen por fuerza propia en paredes envejecidas, lavadas, que no son otra cosa que el lienzo, tratado como si fuera cerámica esmaltada, con una mezcla minuciosa de amor y rabia. Es una especie arqueología lírica, de dulce expresionismo que restaura las imágenes perdidas, presencias gestáltico artísticas, que, como si hubieran pertenecido a mundos sumergidos, reaparecen para convertirse en verdaderos (re)descubrimientos para el espectador. Algunos de sus cuadros tal vez tienen remotos referentes figurativos, pero sobre todo cifran sentimientos, sensaciones, anhelos indeterminados.

Felix de Azúa, señalaba recientemente algo que veo presente en esta exposición, referido a la poesía en su caso, "en el ascenso de la continuada abstracción, el artista adolescente abandona el territorio viviente de las palabras y entra en la escuela de la técnica compositiva y la filosofía del arte" (Autobiografía sin vida, p. 159). Ese territorio viviente, de las formas y colores en este caso, del que todo parece querer expulsarnos, revitalizado a través de una sincera abstracción, es el que retrata José en sus cuadros, ya de vuelta de tantas cosas, pero con la mirada aún fresca. Quizá una frase de Coetzee, una sabia paradoja, podría resumir esta pintura encandilada, adultamente infantil: “Una inocencia digna de respeto es una inocencia sin inocencia” (J.M. Coetzee, Contra la censura). En el vano intento de pintar el territorio feliz perdido reside la emoción que provocan estos cuadros, una emoción con rasguños esmaltados de melancolía.

Javier Brox

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martes, 26 de octubre de 2010

Malas y buenas noticias.

Llega casi a su fin la exposición de Anmistía Internacional que ha tenido ocupado el paredonehelarte durante todo este mes de octubre. La exposición se llamaba Buenas noticias, porque recogía los logros conseguidos por A.I. en la reivincicación de los derechos humanos. Hoy, desde Inglaterra, llegan, sin embargo, malas noticias, como suelen serlo las derivadas de las guerras. Guardian publica información sobre la existencia de manuales militares de tortura. Es una más de las noticias que señalan todo tipo de abusos cometidos en los conflictos recientes, en particular en Irak. Esperemos que si el año próximo tenemos la suerte de poder contar de nuevo con la colaboración de A. I. vuelvan a traernos buenas noticias.

Una última buena noticia es que el próximo día ocho de noviembre el portavoz de Anmistía Internacional en Zaragoza, Miguel Angel Bases, dará una charla titulada SITUACION DE LA PENA DE MUERTE EN LA ACTUALIDAD. Será a las 19`30.

lunes, 25 de octubre de 2010

El motociclista en el tejado: Lorenzo y compañía.

Me confirmo en lo que pensé cuando vi el triciclo abandonado en el tejado de una casa, o quizá debería decir aparcado, porque a lo mejor su dueño se había ido a tomar un potito o esa papilla de plátano y galletas que mi abuela me daba de niño, persiguiéndome por el parque con la cuchara en ristre. Me confirmo en que aquello debió de ser la pista de entrenamiento de alguno de los niños moto que parecen florecer en España. Oigo a la madre de Lorenzo contar que ella misma fue repartidora antes de ser madre. Omito en qué vehículo iba repartiendo los paquetes, porque ya se lo habrán imaginado. El padre tampoco se quedaba corto y le hizo una moto al niño cuando tenía tres años, la misma edad con la que algunos empiezan ya a sentirse cansados y ponen mala cara si tienen que correr de la mano de su mamá, porque el semáforo se pone verde. Lorenzo no, parece ser que se subía al tejado de la casa y aprovechando la luna llena dibujaba trayectorias imprevisibles, ejecutaba tumbadas de esquiador acuático, remontadas rapidísimas, frenadas imperceptibles, siguiendo los códigos de una geometría tan espectacular como difícil de aprender. Y todo, en el tejado a dos aguas de la casa, como los violinistas de Chagall, por la noche, de ocho a diez, hora de acostarse, porque al día siguiente había guardería. Eso sí, le llevaban en moto y el iba señalando para sus adentros dónde se podía apurar la frenada, abrir gas, y dónde había un piano fisherprice que pisar con los guantes moteros. Pero es que no solo es Lorenzo, es que en aquel tejado deben de haber practicado sus vuelos un montón de niños prodigio del pilotaje, porque si no es en un tejado, tan cerca de las estrellas y de los pájaros, ¿cómo se puede aprender a volar tan rápido, a ser feliz frenando en picado y cambiando la perspectiva de las cosas, a valorar la diferencia entre caerse al suelo por un empujón y caerse de una moto a 300 km a la hora? Ah, se me olvidaba. Parece que Valentino Rossi tiene, como Dalí, vagos recuerdos intrauterinos. Olor a gasolina, la sensación de quitarse un mono y, sobre todo,  de correr como un endemoniado por el vientre de su madre, hasta quedarse sin aliento, sin combustible, y caer rendido al suelo, dormido con la moto entre los brazos. 

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Volano gli uccelli volano
nello spazio tra le nuvole
con le regole assegnate
a questa parte di universo
al nostro sistema solare.
Aprono le ali
scendono in picchiata, atterrano meglio di aeroplani
cambiano le prospettive al mondo
voli imprevedibili ed ascese velocissime
traiettorie impercettibili
codici di geometria esistenziale.
Migrano gli uccelli emigrano
con il cambio di stagione
giochi di aperture alari
che nascondono segreti
di questo sistema solare.
Aprono le ali
scendono in picchiata, atterrano meglio di aeroplani
cambiano le prospettive al mondo
voli imprevedibili ed ascese velocissime
traiettorie impercettibili
codici di geometria esistenziale.
Volano gli uccelli volano
nello spazio tra le nuvole
con le regole assegnate
a questa parte di universo
al nostro sistema solare.

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domingo, 24 de octubre de 2010

Aldabas de Praga (I)

Aldabas de Praga (II)

Hablábamos sin cesar, dijo, J., G. y yo, de Europa Oriental, llevaba toda la velada oyéndonoslo hacer, pero ¿no podíamos entender que incluso al utilizar esa denominación estábamos, aun sin darnos cuenta, actuando en connivencia con los soviéticos y aceptando el statu quo? ¿Europa oriental?, dijo fulminándonos con la mirada uno a uno, ¿dónde estaba eso? ¿Dónde comienza Europa oriental? ¿En Moscú? ¿En Budapest? ¿En Praga? ¿En Viena?
Banville, John, Imágenes de Praga, Madrid, Herce, 2008, p., 58.

Quizá la gran victoria de las marcas, punta de lanza del capitalismo globalizado, ha sido que hasta los muertos de hambre luzcan cinturones falsamente barriobajeros de Dolce e Gabbana o gafas elegantemente gansteriles de Prada, sean numeradas o copiadas. Que los niños africanos lleven camisetas de la selección española puede que sea motivo de orgullo para algunos, pero desde luego también engorda los bolsillos de las fabricantes de ropa deportiva. Es curioso que no hay emoción colectiva que sea celebrada por los medios de comunicación que no tenga un sponsor multinacional más o menos escondido detrás. Hasta los hospitales psiquiátricos han sido fagocitados por Coca-cola. En nuestro mundo urbano el rey de este teatro de representaciones es el accesorio y el escenario ideal el fin de semana, las reuniones con los medio amigos o conocidos, que es con los que mejor se puede fingir ser lo que querríamos ser, aparentar, incluso ante nosotros mismos, que tenemos buen gusto, somos burgueses como el que más, hasta darnos el pego por completo hasta el siguiente sábado. Ese guiño al otro, la búsqueda cómplice de distinción, está menos ligada a las prendas principales que a los accesorios. Y es que, en el fondo, metidos a aparentar, es mucho más fácil hacerlo con un bolso o unos zapatos, o una estancia en un spa, que con un traje a medida que con un coche de 40.000 euros o una buena casa, difícil de encontrar en rebajas. En el extremo de la expresividad representativa, como un gesto histérico, están esas chaquetas o abrigos que llevan la marca en una etiqueta como de cuello pero cosida con cuatro puntadas en la manga, una suerte de aviso luminoso con la frase “no te vayas a creer”. Se ven mucho en las bodas de medio pelo. En el estilo casual y con la crisis de por medio, Zara, Mango y demás, son bien aceptados, eso sí, en compañía de buenas gafas o bolsos de de Loewe, de los que tanto abundan en los autobuses a las horas punta. En la idea tradicional de la elegancia, el accesorio, como su nombre indica, era algo secundario, el pañuelo blanco en el bolsillo de la americana no era más que la guinda de un buen pastel. Es proporcionalidad en relación al conjunto suelen respetarlas las aldabas, quizá como síntoma de una sociedad férreamente estructurada, no se si más clasista, pero desde luego más unívoca en su simbolización. Praga no es una excepción y casi podríamos decir que los portales de palacios de un rango inferior a 7 sobre diez han preferido prescindir del accesorio, no fueran a ser tachados de pretenciosos. He aquí una selección de llamadores:
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