viernes, 18 de julio de 2014

Voces de verano. Reedición de entradas: Inventario perequiano y la primera vez que cantó Billie Holiday, de cuya muerte se cumplieron ayer 55 añazos.

Inventario de voces (resumen de una vida inconclusa):

1. Cuando preguntas, contenida, a través de la puerta, si estoy ahí;
2. La de los arrieros que al atardecer oyó Gil-Albert;
3. Aquella vez que dijo algo, no sé qué, invisible ella en medio de un grupo, supe que había venido, dejé de leer el periódico y fui feliz;
4. Cuando, yo con anginas, tú me tarareabas “A la luz del cigarro voy al molino”; 
5. Mi hija, ronca, de vuelta a casa tras una larga noche de fiesta, que dice, ¡hola papá!;
6. Rapunzel, encerrada en su torre sin puerta ni ventana, enamorada de un príncipe que oye cantar a lo lejos;
7. Desde la cama, a oscuras, la confusa discusión de mis padres. Un portazo al final;
8. Nina Simone, dulcemente áspera,  Love me, love me, say you do!;
9. Bette Midler, dibujando en volutas mi deseo adolescente, en Do you wanna dance?;
10. El descubrimiento, ¡oh, sorpresa!, a los 30, de mi odioso retintín de cura reprochón, gracias a una película que grabamos de Alicia, sin caer en la cuenta de que no solo se estaban grabando las imágenes;
11. Marcia, la protagonista de Némesis, la novela de Ph. Roth, al teléfono, cantando una nana a su novio, enfermo de polio, todavía latente. Una voz, por tanto, que nunca he oído;
12. Mis nombres, latiguillos, latigazos, ¡Javier, papá, hijo, señor, profesor, oiga Vd., no escuchas, no chilles, no hables de una habitación a  otra, si quieres decirme algo ven aquí!;
13. Roco, el perro que una vez cantó una canción de Enya, allá por el 2001, imitándote;
14. Alicia, en plena noche, con un pijama manta amarillo, junto a nuestra cama, de viaje desde su cuna, ¡(A)quí (es)toy!;
15. Yo, que grito, ¡mía!, porque quiero dar un buena volea y quedarme a gusto, bien a gusto;
16. La voz imaginada de Clelia, en La cartuja de Parma;
17. La envidia de la voz de Miguel, ligeramente nasal, tan mal amigo después;
18. Dos actores doblados por el mismo doblador, uno, una gran estrella y el otro, un buen secundario. Darme cuenta de que son el mismo;
19. Ricardo Vázquez Prada, pocos meses antes de morir, en una canción dedicada a su nieta, con la voz más joven que nunca le había oído;
20. Melanie, hombre y mujer, en Beautiful people.

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Cuando cantó B. Holiday

“One day we were so hungry we could barely breathe. I started out the door. It was cold as all hell, and I walked from 145th to 133rd … going in every joint trying to find work … I stopped in the Log Cabin Club, run by Jerry Preston … told him I was a dancer. He said to dance. I tried it. He said I stunk. I told him I could sing. He said sing. Over in the corner was an old guy playing the piano. He struck “Trav’lin,” and I sang. The customers stopped drinking. They turned around and watched. The pianist … swung into “Body and Soul.” Jeez, you should have seen those people—all of them started crying. Preston came over, shook his head, and said, “Kid, you win.” —Billie Holiday, Downbeat Magazine, Via)

Enlace a Body and Soul

(Fuente de la imagen)

(Fuente de la imagen)

“Una vez que empieza el balanceo de los acordes de Summertime, estos pasan a convertirse en un entorno en estado estacionario en el que una interprete de talento puede moverse a su gusto. Puede introducir inflexiones en las notas, añadir ornamentos, desplazar la línea hacia arriba y hacia abajo. Billie Holiday y Sidney Bachel hicieron de Summertime una creación propia” (Ross, Axel, El ruido eterno,  Seix Barral, 2009, p. 194).

jueves, 17 de julio de 2014

Una selección de la colección de dibujos del IVAM en la Aljafería: La libertad de la línea.

Un crítico de arte italiano señalaba hace algunos años cómo  el dibujo “relegado a funciones secundarias en relación a las llamadas artes mayores y que después de la justa revalorización realizada ya por la cultura humanista renacentista, de su encuadramiento y uso académico entre los siglos XVI y XVII y de las sucesivas exaltaciones idealistas del periodo romántico,  ha acabado por asumir el valor emblemático de la creatividad absoluta, de la iluminación intuitiva, para muchos de los promotores de las vanguardias de las primeras décadas de nuestro siglo XX y más tarde para casi todos los protagonistas del arte moderno, en especial para los que preconizan el valor de la forma pura, ya sea en su sentido místico alusivo o como plasmación excitada e incluso mediánica de las pulsiones de los sentimientos, o como acorde lírico y evocativo de la naturaleza” (Pirovano, Carlo, El signo de los escultores,  en Dibujos de escultores, Electa, 1989, p., 13).

Casi todo eso, en particular lo referente al dibujo del siglo XX, y alguna pieza más reciente, puede verse en la exposición La libertad de la línea, que acoge la Aljafería hasta el 21 de septiembre próximo con motivo de vigésimo quinto aniversario del IVAM. En todo caso, entre las veinte piezas expuestas no se cuentan solo dibujos en sentido estricto, sino obras sobre papel realizadas con distintas técnicas.

Eso sí, si Ud. quiere aprovechar la visita para contemplar algunas otras cosas del complejo de la Aljafería, se va a quedar con las ganas, porque en cuanto se sale del trayecto mínimo necesario para subir al salón donde están las obras expuestas, se lo hacen notar, que una cosa es entrar a ver la expo (gratis) y otra ir al palacio con entrada (5 euros, salvo los domingos). Por cierto, una de las dos credenciales que nos dieron incluía en la correa para colgarla del  cuello una pieza parecida a un abrebotellas. Pensé que sería de cuando España era un fiesta, aquellos tiempos en los que al oír la palabra cultura los políticos sacaban la chequera, como recordaba S. Ferlosio parafraseando a Goebbels –la S. vale por Sánchez y valdrá quizá por san en un futuro de excelencia no muy lejano. La reducción de aquellos desmanes arrastró consigo algo de lo bueno que tenían. Me refiero a la impresión de algunos excelentes catálogos. El de esta exposición no existe en papel. A cambio de ello, sin embargo, se puede descargar en pdf desde la página oficial de la Aljafería que he enlazado antes. Las fotos que aparecen a continuación provienen de ahí.

(Enlace a un reportaje en el que su comisario, Josep Salvador, presenta la exposición)

imageLUIS GORDILLO Estudio para los peatones, ca.1966, Técnica mixta sobre papel, 44,2 x 32,2 cm. Donación Juan Antonio Aguirre, Madrid

imageJulio GONZÁLEZ, Tête de Monserrat criant (Cabeza de Montserrat gritando), 1938. lápiz y tinta china sobre papel pergamino 27 x 21 cm

imagePABLO GARGAllO, Danseuse (Bailarina), 1929, Carboncillo sobre papel
71,9 x 50,8 cm

imagePABLO PICASSO, Figures (Figuras), 1967, Pluma y tinta sobre papel
35,5 x 52,3 cm. Colección Telefónica (en depósito en el IVAM)

imageHENRI MICHAUX, Sans titre (Sin título), 1956, Acuarela sobre papel Arches
56 x 75 cm

imageFRANCIS PICABIA, Dessin mécanique (Dibujo mecánico), 1916-1918, Acuarela sobre papel  entelado 40,2 x 29,6 cm

imageCLAES OLDENBURG, Soft Car (Coche blando), 1968, Acuarela y lápiz graso y grafito sobre papel 36,8 x 66,2 cm

miércoles, 16 de julio de 2014

Modesta contribución al año Greco. Carex Idaea. Cuento (1)

CAREX IDAEA

…demasiado deliciosamente poético para ser olvidado, demasiado personal para ser principio de una nueva tradición. (R. Longhi)
imageMe he pegado un verano entero de pichiciego a vueltas con el maldito pintor. Todo el rato me venía a la cabeza la frase de la película La bruja novata, “será un rembrant, un greco o un toulouse lotreco”. Los estudios Disney han acumulado unos cuantos brillantes retruécanos artísticos. “Si no es barroco es barraca”, decía con mucho sentimiento el amanerado mayordomo de La bella y la bestia. Con la alusión a los pintores, la bruja rendía seguramente homenaje a tres maneras inconfundibles de pintar el mundo. De las tres la única misteriosa es la del Greco. Después de muchos años, veinte, quizá, sin hacerle caso, he vuelto a frecuentar sus cuadros, como un reencuentro casual en el metro con una vieja amiga, en la estación en la que la besé una tarde. Me he puesto a hablar con ella y he sentido esa euforia que borra de un plumazo veinte años de ausencia. Lástima que no haya podido ir también a Toledo, a ver si algún recuerdo me asaltaba por las callejuelas. Pero la casa del Greco no debe estar ya como la conocí, y la estación del metro se llama Vodafone Sol. ¡Veinte son la hostia de años! El reencuentro con el Greco ocurrió en un cursillo de esos para cobrar los sexenios. Cursillos de formación et pecunia olent… y como una boa cincuentona con un exquisito antílope entre sus anillos he pasado todo el verano intentado digerirlo.
Fui y volví de la biblioteca cargado con libros. En el Vips de Neptuno compré los tomos de J. Álvarez Lopera, rebajados de ciento y pico euros a diez -el Greco siempre a vueltas con los segundos precios. Hasta hice fotos en la Academia de San Fernando de la biblioteca de Lafuente Ferrari, uno de los estudiosos que sufrió el picotazo del tifus theotocopulista. Todo, con tal de intentar aclarar las sombras de una emoción repentina. También estuve en el Jardín Botánico. Me parecía que una flor de Creta me daría una explicación de por qué había vuelto a encenderse aquella luz. Sólo quedaba la cartela (Carex Idaea), ni tallo ni flor, síntoma equívoco, que diría Deleuze. También dí con un bar por Moncloa con su nombre. Le pregunté al dueño por qué lo había llamado así. Me dijo que porque su mujer toledana, cuando eran novios, le decía que tenía dedos de Greco. Claro, le contesté, y me puse un poco colorado. Después, durante un viaje de trabajo, me quedé mirando el San Juan Evangelista de Valencia hasta comprobar que la guía con la que había hecho aquella visita tenía razón. El Greco usaba un pincel rácano de óleo sobre fondo uniforme. Le servía para un roto y para un descosido, y las sobras de pintura le bastaban para pintar nubes. Lo mismo que me estaba pasando a mí con los recuerdos. Retrasé la vuelta a casa para poder ver las obras del pintor de la colección del Patriarca, custodiadas, por cierto, por un enorme cocodrilo disecado que impone silencio a los visitantes.
Y entre tanto me acordaba de la guía de la visita de julio. Comentó cuatro obras de una exposición La belleza disecada, entre ellas, el Caballero anciano, -¡de no más de 40 o 45 años! - y la Huida a Egipto. Oyéndola, tenías la misma sensación que al volver a casa de niño después de las vacaciones de verano. Los mismos picaportes, los mismos muebles, todo igual, pero como si fuera extraño, como si lo conocido se hubiera renovado por efecto del mes de ausencia. En la exposición, el efecto estaba conseguido a través de un ámbito ficticio, un apartamento de 200 m2 en el que las obras, sacadas de las salas donde pueden contemplarse habitualmente, renacían. La guía dijo cosas pintorescas: que la combinación de colores de otro cuadro de san Andrés anticipaba las mezclas de tonos de Yves Saint-Laurent o que el retrato de Jerónimo de Ceballos era un Bacon avant la lettre, así, en francés, con buen acento. Yo que no enseño arte, sino lengua, aprecié el esfuerzo. Por lo demás, tenía un seductor deje castizo que contrastaba con su atuendo austero. Nada de trajes de chaqueta desestructurados, ni look deportivo inglés. Huía de la moda convencional por sendas de oriente. Blusas de seda mate y pantalones de tela fina sobre zapatos bicolor, marrones y blancos. Pendientes neojaponistas sin valor, con gusto, en inversa proporción. Llevaba gafas de miope y tenía un ligerísimo bozo casi transparente. Empezaba, pues, a insinuársele poderosamente la edad, pero cuando llamaba pintorazo al Greco, la luz del atardecer madrileño se doraba. Y es que que le llevo 10 años a Ceballos, en el mejor de los casos.
imageA los ponentes del curso les unía un modo de hablar del museo como si de una empresa en la que participaran en alma y cuerpo se tratara. Lo de la publicidad Apple o Ikea. Rollo gran familia disciplinada y bien avenida, como estoy seguro enseñan que debe ser en las facultades de empresariales. Así es que cuando, de repente, apareció ella con un discurso que no se apoyaba en adormecedoras fotocopias, aceptando el reto de medirse al público con sus conocimientos, me dejé llevar por su voz . Me quité el transmisor y de vez en cuando me volvía a mirarla a ella en lugar de a los cuadros.
Después, en las noches de calor de agosto, recordé mi visita adolescente a Toledo. Comencé entonces a pensar que mi interés renovado por el pintor era en realidad un reencuentro con cosas perdidas, con la juventud. El caso es que no dejaba de pensar en el Greco y en ella. Un tío que pinta a Cristo resurrecto como si fuera un bailarín de ballet clásico en puntas no podía ser un creyente, sino más bien un hábil infiltrado, pensaba. Según Scorsese entre los directores de del cine clásico americano hay ilusionistas, iconoclastas y, en medio, se encuentran los infiltrados. Hábiles como pocos, consiguen hacer casi lo que quieren aparentando sujetarse a las imposiciones de la industria, a las reglas de los estudios. Son los smugglers, los contrabandistas capaces de transformar lo rutinario -los temas contrarreformistas- en algo personal. Toques inusuales, motivos inesperados, posiciones extremas. Menos dinero, más libertad, insiste el director americano al hablar de J. Tourneur. Por eso, quizá, el Greco fracasó con los poderosos, reyes y cabildos, en sus trabajos de serie A, y tuvo éxito en los de serie B, más abiertos a la diferencia de sus creaciones. Refugiados del fascismo, expatriados, artistas que se alejan de sus raíces, de la tierra en la que nacieron para vérselas con otros códigos narrativos, otros públicos, otras exigencias. Ophuls, Preminger, Wilder, Sirk, Siodmak, el mismo Hichcock, A. de Toth, el Greco, capaces de adueñarse de lo nuevo sin abandonar lo viejo, de aprender otra lengua y hablarla mejor que los nativos sin perder del todo su acento de origen
En cuanto a ella, encarnaba un modelo de mujer hacia el que siempre he sentido ambivalencia, atracción de lejos y susto de cerca. Por suerte, estuvo lejos todo el rato, pero el tiempo suficiente como para que se reabrieran viejas dudas. Su voz -me pasa siempre- resultó ser como humedad para las plantas sedientas.
Pasaron los días y quedó casi solo el renovado interés por el pintor. Pocos artistas han sufrido semejantes intentos de apropiación para neutralizar lo incomprensible, taponar las rendijas por las que se escapa su misterio en cuanto te pones delante de sus grandes cuadros. A veces, hay quien se da la vuelta y no quiere ver más. Tira hacia Velázquez y se deja de historias. Pero también he visto a grupos de japoneses absortos delante de san Andrés y san Francisco. Entre los estudiosos pasa lo mismo. Hay quien se adorna y quien carga la suerte. Pero casi todos dan la sensación de estar intentando coger agua en un cesto de mimbre. Y entonces se rebotan, en lugar de ponerse al servicio del pintor, lo acomodan a sus prejuicios, a sus conocimientos, a sus tesis. Casi ninguno se atreve a aceptar el margen inefable que hay en él. Como decía alguien de la ciencia, se puede llegar a saber todo de algo sin haber entendido nada. Creo que era Marx.
De ahí las etiquetas que se le han colgado en unos cien años. En forma de nube de tags: Un paranoico pintor sabio madonnero di genio estrábico astígmata hipermétrope pintor bizantino a la vez bizantino y helénico europeo místico último representante famoso del arte ortodoxo occidental protoexpresionista integrante de la civilización latina consumidor habitual de haschisch pintor homosexual estrábico y astígmata hipermétrope home modernista de son temps mentalidad de degenerado artista puro precursor de la abstracción primer pintor que no quiso simular la naturaleza pintor veneciano cubista en su construcción verdaderamente castizo y nacional pintor de la vida interior exaltado simplemente un católico español l’un de ceux que le souci de plaire a le moins préoccupés hijo de la degradada sierva del turco. Desde que volvió a nacer hacia 1860 ha habido una necesidad creciente de calmar la desazón que producía su diferencia, como si mediante una clave interpretativa, un ábrete Greco, religioso, sexual, morfológico, ideológico, fuera posible entenderlo, reconducir la amenaza.
Han pasado siglos y sigue sin dar nombre a ninguna de las puertas de acceso al Prado. Pintorazo, como decía mi guía preferida por el infierno veraniego, sí pero que te compre quien te entienda.
(Quizá continúe)











Voyeur, flâneur, selfieur

 

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martes, 15 de julio de 2014

Reedición de entradas. Aniversario del nacimiento de W. Benjamin (15-7-1892): Benjamin según Scholem. Retrato impresionista sobre la idiosincrasia del príncipe o ¿quién lo hubiera dicho? (I).

- Benjamin según Scholem. Retrato impresionista sobre la idiosincrasia del príncipe o ¿quién lo hubiera dicho? (II).

“Bajo la mirada de sus palabras se transforma todo como si se hiciera radiactivo…Ninguna ocurrencia de aquel hombre inagotable tiene nunca aspecto de  ocurrencia mera” (Adorno, T.W., Caracterización de Walter Benjamin, Crítica cultural y sociedad, Ariel, 1969, p., 113, trad. M. Sacristán)

Klee-angelus-novus.jpgAngelus novus, P. Klee, 1920 (Fuente)

Las citas proceden de la edición francesa de Scholem, Gershom, Walter Benjamin, Histoire d’une amitié, Presses Pocket, 1975.

- Conviene señalar que Benjamin tenía una manera muy peculiar de colocar las comas (p. 9).
- Lo que no he podido olvidar, sin embargo, es su forma de hablar. Razonaba con  intensidad y se expresaba con gran perfección, sin mirar al público. Tanto es así que dejaba  la mirada fija en una esquina del techo, como si se estuviera dirigiendo un público que sorprendentemente se hubiera colocado en ese lugar (p. 12).
- Su habitación era grande y la conservaba con sumo cuidado. Contenía un gran número de libros. Tuve la impresión de encontrarme en el lugar de retiro de un filósofo (p. 15).
- Lo primero que me sorprendió de él, y que, por otra parte, iba a caracterizarle el resto de su vida, era su incapacidad para quedarse sentado  durante una conversación (p. 19).
- Chocaba el contraste entre la rigidez de su mirada y la vivacidad de sus gestos (p. 19).
- La frente, extraordinariamente alta y lisa, le hacía impresionante (p. 19).
- De espaldas, se le reconocía por su forma de andar y ese rasgo característico todavía se acentuaría más con el paso se los años. Bajo la frente, destacaban las gafas, de gruesos cristales. Tenía tendencia a quitárselas varias veces durante una discusión… (p. 20)
- De camino, me contó cómo había conseguido que le declararan exento del servicio militar al simular un temblor nervioso (p. 24).
- Le gustaba, por lo general, leer poemas en voz alta (p. 30).
- En la universidad, no teníamos ningún “maestro” (p. 399).
- …un comportamiento muy especial, basado en su manía por el secreto que podía llegar a proporciones extravagantes (p. 42)… evitaba, cada vez que podía, citar los nombres de los amigos y de las relaciones que aparecían en las conversaciones (p. 43).
- Para resumir, diría que la relación con Benjamin requería de mucha paciencia y contención (p. 44).
- Uno de los rasgos del carácter de Benjamin más sorprendentes era su extraordinaria sensibilidad al ruido (p. 45).
- Dora, a la que tuve ocasión de ver, me contó de forma totalmente confidencial, que había provocado en él, gracias a la hipnosis, ciertos síntomas parecidos a los de la ciática (p.60).
- De todas maneras, en  situaciones como esas,  su naturaleza radical le llevaba a comportarse de manera totalmente opuesta a la afabilidad y a la paciencia que mostraba en general en las relaciones humanas, hasta el punto de que no dudaba a la hora de las rupturas más lamentables (p. 69).
- …una novela teñida de ocultismo, ilustrada por el autor, de la que me dijo un día susurrando: “He conocido ese tipo de cosas en mis sueños” (p. 75).
- Su vida no coincidía con la extrema pureza que caracterizaba a su pensamiento (p. 85).
- Walter, hasta donde yo me acuerdo, no cantaba nunca (p. 120).
- Para ganar algo de dinero, Walter había decidido utilizar sus conocimientos de grafología, que eran en efecto considerables (p. 141).

Cuaderno de notas de Benjamin

domingo, 13 de julio de 2014

2000 metros por debajo de tu suelo…y sin embargo el tiempo pasa (y a ratos coule la Seine)

Huir, dejar lo que estás haciendo, el lunes que te amenaza, las paredes que se estrechan. Huir un rato al baño, quizá llorar bajo la ducha, poner la cara entre las manos sentado en el váter. O salir a fumar, no querer hablar, sentir que coger el tranvía te pone los pelos de punta, tener que agarrarte a la barra para no ser apalizado por los frenazos y las curvas de la vida. Huir de vacaciones, a los mares del sur, a las Seychelles en viajes para singles o a clubs de alterne para parejas, huir a la cama a oscuras, hacer como el empresario de Vázquez Montalbán, o lo contario, como Rimbaud o como Gauguin…Huir, aunque sea un rato, una tarde, a comer fuera, y encontrarte  contigo mismo en el Vips o a miles de quilómetros empeñado en construir la Maison de la joie  en un edén que no existe como demuestra la mirada triste, desolada, de las aborígenes que tanto gustan a Tita Cervera. Huir dos mil metros para abajo, a la cueva de Voronia o de Kruber (en georgiano: კრუბერის გამოქვაბული; en ruso: Крубера-Воронья), y al tocar de nuevo el suelo mirar el reloj –se me olvidó quitármelo- y volver a sentir la angustia.

(Fuente de las imágenes)

Georgia, nella grotta più profonda: 2mila metri sotto terra

Georgia, nella grotta più profonda: 2mila metri sotto terra

Georgia, nella grotta più profonda: 2mila metri sotto terra

Georgia, nella grotta più profonda: 2mila metri sotto terra

Georgia, nella grotta più profonda: 2mila metri sotto terra

Georgia, nella grotta più profonda: 2mila metri sotto terra