Ociosos retornaron los dioses a su hogar, / el país de la poesía, inútiles en un mundo que, / crecido bajo su tutela, / se mantiene por su propia inercia. / Sí, retornaron al hogar, y se llevaron consigo / todo lo bello, todo lo grande, / todos los colores, todos los tonos de la vida,/ y sólo nos quedó la palabra sin alma (Hölderlin, Los dioses de Grecia)
Los sacerdotes egipcios no comían cebolla, porque es el único vegetal que germina con la luna menguante y se retrae con la luna creciente. Fruto cabezón que desmiente los ritmos naturales y desobedece a la simpatía universal dictada por la batuta suprema de Selene, es de las pocas cosas en la tierra que no se deja seducir por sus efluvios. Venus celeste que todo humedece y hace fructificar, Ártemis protectora de los partos, según Tulio Cicerón, emite el sonido más grave de la música de las esferas. Durante los días de verano, con el cielo descubierto, sorprende a los turistas, que intuyen en ella una invitada inesperada, portadora de una misteriosa alegría que recuerda al fresco vino blanco justo antes de que entontezca la cabeza. Entonces, la luna, mezclando lo mejor de los invisibles ríos que la recorren y los restos del calor vespertino, envía a los seres vivos de la tierra un rocío dorado. La tibieza que nos hace sentir, si hemos cogido antes de salir de casa una rebeca ligera, es enemiga de la sequedad que produce el sol. Lo que este nos quita, aquella nos lo da al anochecer. Uno concentra y la otra distiende. El hermano es pesado, insistente, lleva a crímenes absurdos, porque hacía calor, terco; la hermana desata, relaja, ablanda, disuelve. Entre los dos, seguramente consiguen un perfecto equilibrio, pero yo la prefiero a ella, aunque cuando se va encogiendo se empequeñezca la pupila de los gatos, descansen las hormigas y me sienta más calvo. Los niños de pecho abandonados al plenilunio están condenados. Su cuerpo acumula demasiados humores, se deforma y no vuelve nunca más a su ser. Quizá fue eso lo que me pasó, quizá por eso, cuando aparece en el firmamento, a veces la desdeño, me voy a casa a leer, y otras veces, me quedo inmóvil y temeroso ante ella, pieza perdida de un mundo imaginado, último vestigio de un rompecabezas extinguido.
(Alunas de los contenidos del texto provienen de Citati, P, Leopardi, Mondadori, 2011)
The Works of Jules Verne (1911) Fuente del gif