José Orna contra el efecto turifel
La obra debe crear la necesidad y satisfacerla. Y, además, hacer sentir que ni esa necesidad ni su satisfacción estaban a nuestro alcance. De ahí el infinito recomenzar del deseo. (P. Valéry, Cuadernos, 1894‑1915)
1. Cuantas veces habrán pasado por delante de nuestros ojos códigos de barras o camisetas con la más conocida de las reproducciones de la cara del Che Guevara sin que hayamos reparado en ellas. La fuerza de la rutina llega a hacer invisibles algunas cosas y, a menudo, hasta a algunas personas. El efecto turifel que describe Sánchez Ferlosio en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos está emparentado con fenómenos semejantes. En palabras suyas, “consiste en una especie de descrédito que va minando irremediablemente la autoridad de la presencia física de determinados monumentos mundialmente famosos cuando esa presencia es, por así decirlo, desgastada por el precedente de una indiscretamente inmoderada anticipación de representaciones iconográficas”. Tras haber visto reproducida la Torre Eiffel decenas de veces, cuando uno se planta delante de ella corre el riesgo de identificarla antes que verla, de manera que la percepción y consiguiente interés o desinterés se convierte en mera redundancia, la sorpresa en un “pues es de verdad, pero ya la había visto”. Algunos de los recortes de la exposición son como rocío que vivifica imágenes desgastadas por la repetición. Es un efecto opuesto al turifel, porque, además, adquieren significados insospechados, dormidos en ellas hasta que José manostijeras se decidió a recortarlas. Que la polémica foto Raising the Flag on Iwo Jima aparezca sobre un código de barras retrata casi indeleblemente lo que la guerra tiene de negocio y lo que los Estados Unidos han supuesto como vencedores del comercio mundial. Algo parecido a lo que ocurre con el recorte del Che, tan desconcertante y casi diría sacrílego, la “chispa de la revolución”, para los flacos, para los gordos, los que ríen…los que lucharon contra lo que simbolizaba. Lo cierto, es que de ahora en adelante para mi el Che tendrá una coca cola entre ceja y ceja, hasta que un día pase ante una galería de arte y ni siquiera me de cuenta que Orna expone allí, porque turifel siempre acaba ganando, ley de vida.
2. La idea del Arte clásico encaja mal con las señales del esfuerzo del artista. Valéry dice que “la técnica más profunda debe ser insensible, no hacerse ver más que con la reflexión ‑pues las buenas máquinas no hacen ruido (Cahiers). Valéry coincide extrañamente con el ideal de la gente común, para la que una obra de arte debe estar limpia, nada en ella debe hacer pensar en los sudores del autor ni en los instrumentos que tuvo que utilizar para completarla. Todo lo más, se puede hablar de texturas, de recreación en la materia, pero son de mal gusto los indicios que delatan al artesano que hay detrás, el trabajo manual que el producto final oculta. Por eso, atreverse a crear con un cutter o unas tijeras tiene algo de provocador. No son utensilios nobles, con tradición, como lo puedan ser una pluma, un cincel, un lápiz, una batuta, o las manos, si me apuran. Las tijeras o el cutter pertenecen a los trabajos manuales, a la artesanía, a los sastres, a los cirujanos, no a la tradición artística con pedigrí. Doble mérito, pues, el del Orna, haber conseguido resultados tan hermosos, dejando evidencias del utensilio y de la mano hábil y minuciosa que lo empuñó. Parafraseando otra vez a Ferlosio, podríamos decir que si el mudéjar representa el desquite del albañil frente al arquitecto, estos recortes son la reivindicación artística del bricoleador. “Las artes eran oficios practicados por artesanos como los escultores en piedra, los pintores…, pero también los pescadores, o los carpinteros, sastres, zapateros. Si lo que llamamos “artes” se llamaba en Grecia técne y en Roma ars, ello es debido a que la separación entre técnicas y artes obedece tan solo a una exploración desarrollada a lo largo de los dos últimos siglos, pero ni antes se diferenciaron ni parece que vayan a seguir diferenciándose mucho tiempo más. Nada, en su esencia, separa a las artes de las técnicas” (F. de Azúa, Diccionario de las Artes). Espero que toda esta parrafada transmita el tono reivindicativo que he pretendido darle. Mientras estábamos montando la expo alguien se acercó y dijo de los recortes “son como trabajos manuales” . José se lo tomó con filosofía, pero pareció desanimarle. La categorización inmediata de lo que vemos nos ayuda a metabolizar la realidad, pero nos hace perder toda frescura en la percepción de lo singular, nos impide saborear la belleza. Después de ver estos recortes, de lo que no me queda ninguna duda es de la notable habilidad manual y del gran ingenio (estro, esprit, wit) de su ejecutor, pero, sobre todo, de su capacidad para hacer confluir felizmente los dos ingredientes. Lo mejor de la obra de Orna es puro ar(e)té, excelencia, y la palabra que resulta si al término griego le quitas el acento y paréntesis que le he puesto yo.
1+2. El aura del poeta dio sus últimos destellos con Baudelaire (W. Benjamin). En la mentalidad primitiva compartía el carácter sagrado con aquellos que se las tenían que ver con las entrañas del mundo, con las materias sagradas, mineros, herreros, alquimistas (M. Eliade). El poeta entonces podía hablar con los animales, con la naturaleza, revelaba lo arcano. De aquello, ya solo queda el ingenio (La cebra albina, en la mejor tradición del op art), la referencia irónica a la tradición (El hombre de Vitrubio haciendo gimnasia), el pequeño detalle simbólico (La fuga de la jaula de barras), la brillante retórica interna del reciclado (El forzudo que levanta pesas de papel, la manzana pelada, el abrazo yin yang). Me pregunto si esta agudeza que me recuerda a artistas de la talla de Chema Madoz no tiene también algo de mágico. La realidad no deja de engañarnos a diario, las personas, las cosas, emiten signos equívocos, que nos llevan constantemente a la duda, al error. Las mejores, las más profundas de estas obras quitan capas de suciedad a lo real, restituyen la verdad, la relación ideal con el mundo. “Así es cómo hay que mirar el mundo” me digo cuando las veo y cada vez que paso por delante de la pared donde están expuestas me siento un poco feliz. Aunque el malvado turifel aceche por los pasillos de la EOI.
Javier Brox
Casi la totalidad de los recortes de la exposición de la EOIZ1:
“Nadie sabe lo que piensa un toro” ‑decía un torero‑. Pero el torero sí tiene que saber pensar. Y no sólo lo que piensa del toro, sino del toreo. Y pensar toreando. “No se piensa más que en aforismos y definiciones” –dijo Unamuno. No se torea más que con recortes y galleos.
Entre el decir y el hacer del toreo, como en cualquier otro lenguaje vivo, del arte que sea, hay mucho o poco trecho, que no es un vacio sin pensamiento. El torero al hacer y decir el toreo, lo está pensando...Y el pensamiento y el estilo en el arte de torear son también una misma cosa.
Describe Pepe Hillo en su Tauromaquia los recortes y los galleos diferenciándolos cuando se hacen con el capote o no. El recorte se puede hacer sólo con el cuerpo; el galleo no. Puede haber recorte sin galleo pero no galleo sin recorte. Y no hay toreo sin los dos y las “suertes” que se hacen con ellos que son todas las del arte de torear (José Bergamin, La música callada del toreo).
Otros recortes que no están en la expo: http://doctorpalomar13.blogspot.com/2009/05/los-recortes-de-jose-orna.html