García Calvo durante una de sus charlas en la Puerta del Sol madrileña, poco después del 15MLe recuerdo en clase de latín haciendo como que se enfadaba, dando un ligero taconazo con sus zapatos entre principescos y jipis, si no llevabas bien el ritmo de Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris…, de Catulo. O cuando se ponía a leer De rerum natura, con aquella voz varonil, pelo en pecho y patillas de bandido alpujarreño. Me impresionó desde el principio, siempre quise contarme en el círculo de sus jóvenes allegados, pero nunca lo conseguí. Le espié en silencio cuando le vi con Savater en la cafetería de la Facultad, creo yo que hablando de sesos, de un plato de sesos fritos con vino blanco, quiero decir, aunque el detalle quién sabe si solo es fruto de mi imaginación retorcida. De lo que estoy seguro es de que le oí discutir con L. M. Panero un día que el patoso poeta se presentó en clase y desde la última fila se puso a provocarlo. Quizá le dijo que le iba a salir un cáncer de lengua, de tanto hablar, y le citó a Lacan -el del cáncer de lengua, por cierto, fue Freud-, como si de un torero que agita el trapo rojo se tratara. G. Calvo no embistió, le trató como se trata a un hijo obviamente pesado, y siguió paseando por el entarimado como si tal cosa. Panero, como un piel roja agotado por el esfuerzo, quizá se quedó sopa, porque no volvió a chistar. Pero, hace más de 30 años de aquello y, quién sabe si, incluso con Panero por en medio, me vuelve a fallar la memoria.
Después, sin opción alguna en entrar en su batallón dorado ni como para quitar el polvo de los libros, le leí como poeta, ensayista, lingüista, traductor, latinista. Tres cosas suyas tengo clavadas en la memoria. Una, un artículo de El País sobre las cabinas telefónicas, divertido como pocos y que no consigo encontrar; otra, un capítulo de uno de sus primeros libros, Lalia (Siglo XXI, 1973). El capítulo se llama *Nos amo, *me amamos y trata de combinaciones agramaticales de los pronombres personales. Para que se hagan una idea de cómo se las gastaba, reproduzco un par de páginas características de su forma de dar ejemplo:
Y la tercera cosa que tengo clavada en la memoria es mi otro libro preferido de él, que es Del ritmo del lenguaje (La gaya ciencia, 1975). Lo encabezaba la siguiente adivinanza, que “los niños desarrapados le propusieron a Homero cuando vagaba por los barrios bajos de Mitilene, según se cuenta en una de las vidas apócrifas del poeta”:
Ahora que he pasadoNo quisiera cerrar esta entrada sin mencionar el que en realidad es el mejor recuerdo, aun a riesgo de rozar el terreno del abuelo cebolleta. Una mañana, quizá día de la ascensión o de la asunción -que se me confunden, aunque una sea, como decía el cómico, parecida a conducir uno mismo, y la otra, a ir en taxi- se puso a recitar a Fray Luis de León. Quizá no lo olvide nunca:
soy lo que no era,
y cuando estoy pasando
no soy lo que soy.
¡Y dejas, Pastor santo,VALE
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto,
y tú rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro!
¿Los antes bienhadados,
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de Ti desposeídos,
a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto
al viento fiero airado?
estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay! nube envidiosa
aun de este breve gozo ¿qué te quejas?
¿dó vuelas presurosa?
¡cuán rica tú te alejas!
¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!