La hermosa aldaba de las puertas de Notre Dame de París, cuyo origen desconozco.
Me aburrí soberanamente con Notre-Dame de Paris. 1482, de V. Hugo. Las interminables descripciones del edificio, tan detalladas, tan planas, me resultaban insufribles. Sin embargo, qué sencillo resulta admirar la proporción del edificio, que parece haber crecido lo máximo que permitía el espacio en el que se encuentra, sin apoderarse de él , pero mostrando al tiempo su preeminencia. Por momentos, se tiene la sensación de que la isla hubiera sido hecha con posterioridad, a su servicio, para mantener al edificio en un perpetuo idilio, en un eterno viaje sin moverse del sitio. Después, entras y todo resulta hecho a otra escala, como si, perdida la necesidad de acomodarse al resto de la ciudad, se expandiera y fuese mucho más grande de lo que parecía. Lo contrario de la desmesura de la Basílica del Pilar, enorme por donde se la mire, que ni esa plaza artificial que quisieron construir a su medida le basta.
Una de las puertas de la catedral
Las fotos anteriores están hechas en una de las pocas fiestas del Pilar en las que he estado fuera de Zaragoza. No es que saliera huyendo, porque, si necesito protegerme de tanto jolgorio, me refugio en casa y ni siquiera miro los fuegos artificiales que podría ver desde mi balcón, aunque en posición algo incómoda, para lo mucho que duran, porque tengo que estirar el gaznate.
No estaba en Zaragoza, pues, sino en París y cuál no sería mi sorpresa cuando en una de las capillas de Notre Dame me encontré con lo que menos esperaba encontrarme. Es verdad que poco antes había leído esculpida en una lápida la vida de Frédéric Ozanam, en cuyo nombre se celebra un rastrillo benéfico pocas semanas después de que terminen los pilares:
Quizá eso debió ponerme sobre aviso de lo que iba a venir después. Zaragoza me iba a encontrar, a mí que tan satisfecho estaba de pasar unos días lejos de ella. Y me iba a encontrar de la manera más abrumadora posible, mediante la imagen de la virgen cubierta con manto de la Guardia civil.
Pues, sí, ver para creer:
A pesar de todo, Vive la France!