viernes, 9 de noviembre de 2012

La aldaba de la catedral de Notre Dame de París y la némesis de la Pilarica.

 

12102012251La hermosa aldaba de las puertas de Notre Dame de París, cuyo origen desconozco.

 

Me aburrí soberanamente con Notre-Dame de Paris. 1482, de V. Hugo. Las interminables descripciones del edificio, tan detalladas, tan planas, me resultaban insufribles. Sin embargo, qué sencillo resulta admirar la proporción del edificio, que parece haber crecido lo máximo que permitía el espacio en el que se encuentra, sin apoderarse de él , pero mostrando al tiempo su preeminencia. Por momentos, se tiene la sensación de que la isla hubiera sido hecha con posterioridad, a su servicio, para mantener al edificio en un perpetuo idilio, en un eterno viaje sin moverse del sitio. Después, entras y todo resulta hecho a otra escala, como si, perdida la necesidad de acomodarse al resto de la ciudad, se expandiera y fuese mucho más grande de lo que parecía. Lo contrario de la desmesura de la Basílica del Pilar, enorme por donde se la mire, que ni esa plaza artificial que quisieron construir a su medida le basta. 

imageUna de las puertas de la catedral

Las fotos anteriores están hechas en una de las pocas fiestas del Pilar en las que he estado fuera de Zaragoza. No es que saliera huyendo, porque, si necesito protegerme de tanto jolgorio, me refugio en casa y ni siquiera miro los fuegos artificiales que podría ver desde mi balcón, aunque en  posición algo incómoda, para lo mucho que duran, porque tengo que estirar el gaznate.

No estaba en Zaragoza, pues, sino en París y cuál no sería mi sorpresa cuando en una de las capillas de Notre Dame me encontré con lo que menos esperaba encontrarme. Es verdad que poco antes había leído esculpida en una lápida la vida de Frédéric Ozanam, en cuyo nombre se celebra un rastrillo benéfico pocas semanas después de que terminen los pilares:

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Quizá eso debió ponerme sobre aviso de lo que iba a venir después. Zaragoza me iba a encontrar, a mí que tan satisfecho estaba de pasar unos días lejos de ella. Y me iba a encontrar de la manera más abrumadora posible, mediante la imagen de la virgen cubierta con manto de la Guardia civil.

Pues, sí, ver para creer:

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A pesar de todo, Vive la France!

miércoles, 7 de noviembre de 2012

El matrinomio entre personas del mismo sexo o no, y las inquietantes reflexiones de un personaje de Philip Roth sobre el matrimonio, el sexo y la vida. Además, una postdata con la carta en la que el recién reelegido Obama responde a otra de una niña que le pedía consejo sobre cómo comportarse con los compañeros que se ríen de ella en el colegio, porque tiene dos papás.


Hoy, cuando el Tribunal constitucional ha confirmado la constitucionalidad de matrimonio gay, es un día feliz para todos aquellos que habían contraído matrimonio con personas del mismo sexo, para todos los que tienen intención de hacerlo y para quienes creemos que la aceptación del dichoso recurso, interpuesto hace ya demasiados años ante más alto tribunal, hubiera  perjudicado la salud de la Carta magna, porque habría chocado, no sé si con la letra, pero sí con el espíritu de la ley, con el ideal de justicia, igualdad y libertad que la sustenta y que difícilmente puede ser puesto en duda.
Me acuerdo, sin embargo, de las inquietantes reflexiones sobre el sexo y el matrimonio del protagonista de El animal moribundo (Philip Roth, The dying animal, 2001), una especie de esencializado folletín de finales del siglo pasado, que sirvió de base a la película Elegía, de I. Coixet:

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Roth, Philip, El animal moribundo, Mondadori, 2012, p, 58-60, trad. Jordi Fibla.
En fin, que cada uno sabe de sí mismo, como debe ser, mientras no le amargue la vida a los demás.
P. D.:
Ya puestos a acumular testimonios, ahí va la carta de una niña estadounidense con dos papás varones, seguida de la respuesta del recién reelegido Obama:
Fuente

Obama risponde alla lettera di una bambina cresciuta con due pap

Obama risponde alla lettera di una bambina cresciuta con due pap

domingo, 4 de noviembre de 2012

El top three de las crucifixiones en Florencia: Donatello, Miguel Ángel y Brunelleschi. Y, sin embargo, todavía me pesa el recuerdo de las fotos de escuela con Franco, el crucifijo y el radiador como dioses tutelares.

 

I tre crocifissi nel Battistero

Si te dicen que Dios es infinito,
di que entonces no es; y si finito,
que lo demuestre pués y que concluya.
Pero no hay Dios ni hay Ley que a contradanza
no se pueda bailar. Tu muerte es tuya.
Tu no saber es toda tu esperanza. (A. García Calvo)

Esta vez no se trata de ese dudoso concepto de la excelencia empresarial, una idea que casi siempre tiene los pies de barro, y vaya Ud. a saber con qué materiales está hecho ese barro. En este caso, se trata de verdadera excelencia artística, areté de la fina. En el baptisterio de San Juan, en Florencia, se les ha ocurrido reunir tres de los grandes crucifijos existentes. Donatello, Miguel Ángel y Brunelleschi juntos en un marco  excepcional.

Creo que lo decía Félix de Azúa en uno de sus últimos libros, Autobiografía sin vida (Mondadori, 2010), a mitad de camino entre la confesión, el ensayo y la novela, para muchos españoles, el crucifijo se asocia con otra palabra que empieza por la misma consonante, caudillo. Si, como dice el mismo Azúa, una generación se define porque sus miembros “cantan la misma canción”, la mía no es la misma que la suya, pero yo también fui fotografiado en el colegio al lado del radiador, con Cristo y Franco repartiéndose el protagonismo tutelar. O más bien, sin Cristo, porque el crucifijo tendía a idealizarse hasta convertirse en una mera cruz sin ocupante. Por eso, cada vez que veo uno, veo un poco el mismo, el único, el que arrastra mi niñez. Por fortuna, la memoria no es solo neurosis y contemplar estas tres crucifixiones quizá contribuya a lavar unos recuerdos tan malos, los que arrastramos los estudiantes de aquella escuela de descreídos que hemos encontrado en el arte un refugio purificador, aunque sea a costa de tener que volver a ver lo mismo que nos aterrorizaba, o quizá precisamente por ello.

Fuente de las fotos

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I tre crocifissi nel Battistero

 

I tre crocifissi nel Battistero