Hay familias en las que la hermosura no está en absoluto repartida. Por ejemplo, en el caso de Rocco y sus hermanos, la película de Visconti, casi todo lo bueno y bello se lo quedó Alain Delon; en el caso de los Karamazov, había exceso de humores, pero cada una de las virtudes o de las taras, casi en estado puro, se la llevó un solo hermano; entre el Sueco y su hermano pequeño, de la Pastoral americana (Ph. Roth), la donosura estaba también muy mal repartida; entre Natasha y Sonia, de Guerra y Paz, ídem de ídem, pero es que la injusticia poética en este caso era casi obligada, porque las dos jóvenes, en realidad, no son hermanas. La menos atractiva, Sonia, es la adoptada.
En la realidad, supongo que hay variantes de todo tipo. Desde esencias de perfume o miasmas concentradas en un solo miembro, hasta aguas de toilette que se tienen que repartir tres o cuatro. A mi por ejemplo, me tocaron una manos que nunca fueron de mi agrado, pero las de mis hermanos me evocan los conciertos de piano románticos. En otros capítulos, gracias a mamá naturaleza, no me considero desafortunado. Ya veremos cómo se comporta el fondo de armario genético cuando, pronto ya, el aspecto deje casi de contar y pasen a primer término las insidias de la edad.
Todo lo anterior viene a penas a cuento para presentar a la hermosa Anori, hermana del bello Knut, la anterior estrella del zoo berlinés de Wuppertal. Si el recientemente fallecido Knut era simpático además de guapo, Anori no le va a la zaga. Ya sé que a nadie le huelen sus pedos, ni siquiera en el ascensor, ni le parecen sus hijos feos, pero es que, en este caso, no habrá humano que no esté de acuerdo en que mamá osa puede gritar a los cuatro vientos lo orgullosa y feliz que se siente de su hija. A menos que la vea un poco rarita, pues si no fuera por el porte de las patas y el hocico, más parecería un corderico de Semana santa que un cachorro de temible ursus maritimus.