Título: Seductores, ilustrados y visionarios. Seis personajes en tiempos adversos Autor: Josep Maria Castellet Traducción: Rosa Alapont Editorial: Anagrama ISBN: 978-84-339-7218-7 Páginas: 288 PVP: 19,50 € Publicación: Octubre de 2010
"La casa abierta, tan marinera que ni molesta que Carlos vaya vestido de capitán de altura. ¡Qué hijos tan grandes tienes, Yvonne, quién lo diría, sin verlos!" (Aub, Max, La gallina ciega)
Castellet, figura de gran relieve en el mundo cultural y editorial catalán e importante en el castellano, ofrece en su segundo libro de memorias un autorretrato que parte de su adolescencia hasta llegar a su madurez. Y lo hace a través de los perfiles de algunos de sus amigos, también del mundo cultural y editorial, aunque habría que añadir a esos dos adjetivos el adjetivo político, pues tanto Sacristán como Comín, protagonistas de estas memorias, jugaron un papel reseñable en la lucha estrictamente política antifranquista del momento.
Nos encontramos con una especie de autorretrato transversal que atraviesa los seis grandes capítulos dedicados a M. Sacristán, C. Barral, J. Fuster, G. Ferrater, A. Comín, T. Moix, amén de otros personajes que aparecen de soslayo, como Dámaso Alonso o S. Espriu. La unidad temática de fondo es fruto entonces de la acertada elección de los materiales significativos, de manera que resulta un retrato coherente de la trayectoria vital del escritor, proyectada y enriquecida en la mezcla con las claves vitales e históricas de los otros personajes retratados. En cierto sentido, Castellet se retrata retratando a otros, dibujando a un grupo. Cabe señalar, sin embargo, que, por momentos, se tiene la sensación de que la unidad formal de los capítulos está cosida con un hilo muy frágil. Las repeticiones y referencias sobrantes producen la sensación de que el volumen no fue trabajado como una obra unitaria.
Entre los puntos fuertes del libro se halla, sin duda, el paisaje que se dibuja de la amarga encrucijada histórica que tocó vivir a los protagonistas en los mejores años de sus vidas. Todos ellos, en efecto, en medida muy desigual -que va desde el estricto compromiso político de Sacristán o Comín, hasta el rechazo de franquismo a flor de piel por parte de Moix, pasando por la labor más directamente cultural, editorial o artística de Barral, Ferrater o Fuster- tuvieron que vérselas con la dictadura . Y la impresión predominante que se desprende es la de que la resistencia ruidosa que practicaron supuso para ellos una notable y molesta , aunque inexcusable, pérdida de tiempo y energía. Hay que ver a un Barral contrariado por los impedimentos constantes con que la administración torpedeó sus premios literarios, o a Castellet mismo prestándose a asistir a encuentros internacionales, si no de escaso, por lo menos sí de tangencial interés para él, o a Moix haciendo desaparecer las cartas de sus amantes ante la amenaza de un registro policial . A la larga, tantos esfuerzos y penalidades contribuyeron quizá al final del franquismo, pero queda patente en estas memorias cómo todos los personajes vivieron esa parte se sus vidas con una mezcla de entrega y resignación, como una obligación moral que, sin embargo, en mayor o menor medida, contrariaba sus gustos y aficiones y les restaba tiempo para dedicarlo a ellas. Además, como marco último de ello, Castellet da un tono clásico a sus reflexiones, ligándolas a la irreversibilidad del tiempo y a lo que suele ser la vida de todos, una lucha entre el deber y el placer, entre los deseos y la realidad, el carácter y las circunstancias. En el paisaje de la sinrazón del franquismo de los años sesenta, a Castellet le hubiera gustado gozar de mayor serenidad y Sacristán confiesa, en un momento dado, su añoranza por una vida de retiro machadiano. Barral, como queda quizá patente en sus propias memorias, es otro caso, porque su desazón interna iba más allá y probablemente una vida dedicada a las letras por entero tampoco hubiese sido capaz de calmarla. Pero las zancadillas que puso el régimen a su labor editorial acentuaron ese disgusto por lo práctico, por la vida de empresa, por más cultural que fuera. Por cierto, resultan espléndidas, desde el punto de vista de la reconstrucción, las páginas dedicadas a los premios concedidos por la editorial que dirigía este homme à lettres contrariado. En el caso de Moix, el régimen franquista aparece más bien como un freno a su desarrollo personal, un desarrollo difícil a causa de esa imaginación desbordante que hace que el escritor sea percibido por muchos como un exagerado inventor de sí mismo, un inventor que, en palabras de Pasolini, no tenía sexo, porque entre las piernas le colgaba una filmoteca y, cuando se las daba de cultivado, una biblioteca (p. 268). No es de extrañar que cuando ese paisaje era contemplado por sus ojos de escritor diera buenos frutos.
Y así, durante los largos años del franquismo, es como se desarrolló la fructífera amistad de este grupo unido por afinidades varias y desunido a veces por intereses espurios y por imperativos de la historia, una materia por la que Castellet, por cierto, dice estar poco interesado, quizá por exceso de ingesta.