viernes, 15 de junio de 2012

Momentos Roth, un recorrido personal por 10 obras de Philip Roth. Lo que más me gusta de cada una de ellas: La Conjura contra América (IV).

- Me casé con un comunista (I).

- Pastoral americana (II).

- La mancha humana (III).

- Humillación (V).

- Némesis (VI).

4. La Conjura contra América (2004)

La novela reconstruye detalladamente la historia de los Estados Unidos entre 1940 y 1942 a través de la vida de un niño judío, pero partiendo de una premisa falsa, consistente en imaginar que las elecciones que ganó por tercera vez F. Roosevelt las hubiese ganado el aviador Charles Lindbergh y se hubiera plegado, por chantaje y por afinidad ideológica, a los dictados del Berlín nazi. Imposible no citar lo que dice Coetzee sobre la obra: “…La Conjura contra América es un manual de historia, pero de tipo fantástico, con su propia verdad, esa clase de verdad en la que pensaba Aristóteles cuando decía que la poesía es más verdadera que la historia; más verdadera debido a su poder para condensar lo múltiple en lo típico.” (Mecanismos internos, 2007. DeBolsillo, 2010, Trad. de Eduardo Hojman, p.249). En ese sentido, Conjura no sería sino “una concreción, una puesta en escena con fines poéticos de un determinado potencial en la vida política estadounidense” (p. 251).

Seguramente, no estamos ante el mejor Roth, sea el de largo aliento o el de obras más cortas – Némesis, Humillación, Elegía, llamadas por el mismo Roth “Némesis: novelas cortas”. En cualquier caso, lo que sorprende de la novela es el tratamiento tan realista, tan detallado, de la ficción histórica, la documentación exhaustiva que maneja el autor. Sin embargo, quizá radique ahí también su debilidad, en el hecho de que los acontecimientos que se desarrollan a raíz de la falsa premisa sobre la presidencia de Linbergh, por más que aparezcan contados con rigor contrahistórico, resultan poco creíbles, hasta producirse un efecto acumulativo de distanciación de lo real que no conduce al descarrilamiento de la trama por la pericia del autor y seguramente también por su acertado uso del humor. No olvidemos que la novela es, desde el principio, un tour de force  de habilidad en el manejo de la story-history.  En algún sentido, el carácter menor de la obra la emparenta con Me casé con un comunista, aunque en esta el lastre se produzca no por tanto el trasfondo histórico, sino por la lucha denodada por salvar narrativamente a unos personajes que se agotan por momentos.

El viaje de Philip, el protagonista, junto con su familia, tras la elección de Lindberg como presidente, a Washington, a la búsqueda de las raíces de la democracia americana. El desenlace de ese viaje, la decepción, con la familia judía expulsada del hotel en el que se alojaban, expulsada del paraíso democrático… del Jardín del Edén americano, un episodio que, tal vez solo en mi confusa  memoria, se asocia a otro de Herzog.

Alvin, el primo huérfano, en silla de ruedas tras la pérdida antiheroica de una pierna, el mayor pagano de la historia. Y, en general, el abigarrado ambiente de los barrios judíos de clase media baja. Por otro lado, la parte colaboracionista de la familia, la que hace que Sandy, el hermano de Philip, participe en el programa Solo Pueblo de desjudaización, ideado para adoctrinar a los judíos en la confianza hacia las autoridades colaboracionistas.

Una vez más, brillan las alternativas que se producen en las relaciones paternofiliales, los momentos de rebeldía y los de sumisión, los vericuetos por los que hace andar la brújula loca del afecto a quienes lo padecen o lo disfrutan. Una vez más, la parábola del buen ciudadano judío americano en un país cuyas autoridades no están a la altura de su entrega, algo que a nivel familiar, a través de los  roles tradicionales, se reproduce con reflejos por momentos contradictorios. En cualquier caso, la  capacidad de Roth de evocar el universo infantil, firmemente anclado en este caso  en los años citados, es extraordinaria.

Y la figura de Seldom Wishnow, huérfano por el asesinato racista de su madre, el más desgraciado de todos, en parte por culpa de Philip.

jueves, 14 de junio de 2012

Roma, en 100 fotos. El concurso de Repubblica expuesto en el Macro

El diario italiano Repubblica convocó hace pocas semanas a sus lectores para que enviaran fotos de su Roma, y digo su Roma, porque todas las publicadas tienen una marcada voluntad de estilo, no tanto, quizá, en la técnica, como en lo representado: procuran ofrecer una imagen insólita, inédita, original, sentida, personal,  de la ciudad. Cuando se trata de vistas conocidas, que sé yo, por ejemplo, la cúpula de San Pedro o de Castel Sant’Angelo intentan dar un pequeño giro de tuerca, ya tan duro de dar, a la amplia iconología conocida. Hay mucho blanco y negro, que sigo tan vivo en la era del color, mucha Roma romana, mucha nieve, mucha evocación de la Roma de las películas, de Roma città aperta, de Rossellini, de Roma, de Fellini, mucha Roma vista como arqueología industrial, mucho Eur, bastante cementerio y Tiber, tanto Trastevere , y, claro, bastante religión y muchísimo vestigio del pasado y también de la crisis.

Los cierto es que el vedutismo, ahora que en Madrid se celebra una exposición dedicada a Piranesi, ha pasado a ser cuestión del móvil  o de las cámaras digitales de cada uno. Si en el pasado solo los potentados se podían permitir un oleo y los algo menos potentados un grabado sobre la ciudad, hoy cualquier turista se puede llevar a casa 200 o 300 fotos aceptables, a nada que tenga un poco de gusto y criterio y no se deje llevar por lo más tópico y manido, que para eso ya están las postales y las tiendas de souvenirs baratos.

He aquí una selección de las 100 imágenes finalistas  (I, II) de la convocatoria. Fueron escogidas entre más de 3.000 y expuestas en el Macro, el museo de arte contemporáneo de Roma, hasta el pasado día 9:

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Fabrizio Scarponi

Le foto finaliste / 1

Claudio di Menno

Le foto finaliste / 1

Eduardo Baszczyn

Le foto finaliste / 1

Antonio Marenco

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Andrea Maccioni

Le foto finaliste / 1

Gianni Mazzesi

Le foto finaliste / 1

Francesco Villa

Le foto finaliste / 2

Silvia Folgori

Le foto finaliste / 2

Simone Pierucci

Le foto finaliste / 2

Nicola Casamassima

Le foto finaliste / 2

Guido Villa

Le foto finaliste / 2

Victor Adam

He aquí foto ganadora y la segunda y tercera clasificadas. Es cierto que, como dice una reseña, Roma es una mera ambientación, un  mero pretexto es estas foto, sobre todo en la primera, pero, ¡vaya pretexto para que sea solo eso y no se convierta en texto!:

Lorenzo Moscia

La segunda y la tercera clasificadas:

I tre scatti più interessanti

Giusy Ricci

I tre scatti più interessanti

Luca bartolomei

martes, 12 de junio de 2012

Momentos Roth, un recorrido personal por 10 obras de Philip Roth. Lo que más me gusta de cada una de ellas: La mancha humana (III).

- Me casé con un comunista (I).

- Pastoral americana (II).

- La Conjura contra América (IV).

- Humillación (V).

- Némesis (VI).

3. La mancha humana (2000):

Il m'a expliqué en souriant que rien n'est blanc ou noir et que le blanc, c'est souvent le noir qui se cache et le noir, c'est parfois le blanc qui s'est fait avoir (La vie devant soi, R. Gary).

Cuando aún no sabía que el protagonista era un pequeño gran impostor, el desconcierto que sentí al leer las primeras contradicciones derivadas de la primera de las dos grandes mentiras de Coleman, la sensación de que no había leído lo anterior con la debida atención, la parcial vuelta atrás para pedir algún tipo de cuentas al narrador. No entro en detalles para no revelar, por lo menos esta vez, parte de la trama. Ese pacto según el cual el crítico debe abstenerse de descubrir la intriga, a me parece a menudo ridículo, o por lo menos excesivo. En muchos casos, la lectura es más placentera si se saben detalles de lo que va a pasar. Saberlos, casi siempre permite valorar más el trabajo de composición, la técnica del escritor.En este caso, sin embargo, es mejor no saber.

La conversación final entre el narrador y el presunto asesino de Coleman y amante, sobre un pequeño lago helado, la hábil locura del pescador frente a la conciencia del escritor que se siente llamado por el personaje, condenado a escribir sobre él.

El episodio de la cena en el restaurante asiático, el viaje al muro ambulante, sucedáneo del que se encuentra en Washington, el peregrinaje de los veteranos de Vietnam, a mitad de camino entre el grupo de La parada de los monstruos, unos payasos beckettianos y, si  es algo distinto, una banda de desheredados de la historia, sus paganos, enfermos y humillados, obligados a aceptar el imposible resarcimiento moral que les propone el mismo estado que ha arruinado sus vidas a través de la llamada a las armas para luchar contra los amarillos. Lo que para el ex marido de la amante de Coleman iba a ser la catarsis final de su recuperación de la salud mental se convierte en el instante en el que toma la decisión de acabar con los amantes.

El encuentro de la novia transparente de Coleman, a la que casi, como a Micomicona, se le veía pasar del vino por la garganta, de tan clara como era, con la familia negra, la ardua velada en la que se quema lo que están cocinando a causa de la distracción, fruto del esfuerzo titánico por conseguir un aire de normalidad. El abandono de Coleman por parte de ella, incapaz de asumir lo visto.

La mancha humana es seguramente una novela más plana que la majestuosa Pastoral americana y la irregular Me casé con un comunista, pero tiene toda la fuerza del mejor Roth, que, una vez más, sabe convertir lo anecdótico en trascendente, sacar petróleo de una situación banal, crear magníficas correspondencias, convertir la impostura de Coleman en mancha que limpia, como decía Lorca, pero también sabe dar un trasfondo trágico, evocando otra vez el caos vital, esa existencia humana que nunca se sabe por dónde va a salir, pero que se sabe que va a salir por el lado más inesperado, el único lado por donde, una vez leída la novela, podía haber salido. Y es que Roth, como los grandes, va convenciendo poco a poco, creando una realidad que tiene su ritmo necesario, sus ineluctables derroteros.

Por último, el personaje de la profesora francesa. ¿Con quién demonios estará ajustando cuentas Roth? La escena en la que se entusiasma con el lector de Sollers mientras ella lee a Kristeva, marido y mujer, y la decepción posterior. La parábola que vuelve a recordarnos que se puede ser un/una canalla siendo elegante, atractivo, progre y feminista.

lunes, 11 de junio de 2012

La emoción de lo que ya no está. Los graffiti perdidos de Banksy .

En cierto sentido, las visitas turísticas a los lugares del pasado están siempre ligadas a la emoción que produce lo irremediablemente perdido, pero que aún se puede intuir a través de los restos que han sobrevivido. Si de un templo solo quedan cuatro piedras, no se aviva la ensoñación y el interés pasa a ser exclusivamente arqueológico. Pero si,  a través de los restos, la evocación de lo que fue, de lo que hubo, es suficientemente intensa, entonces nace la emoción, la visión que podríamos llamar romántica del pasado, una realidad a mitad de camino entre nosotros, el presente, y  ellos, nuestros antepasados, que nos permite renovar la visión sobre el presente, oscurecida por la rutina, la falta de contraste. Por eso, los monumentos de la antigüedad que se han conservado íntegros, o casi, son a 05062012039veces los menos atractivos que los que se han conservado a medias. Ni mucho ni poco, la evocación nace del justo medio.
Para eso, para ver cómo fue algo en detalle, es mucho mejor la reconstrucción virtual  en ordenador o aquellos libritos en que, sobre una foto de los restos,  se añadía una lámina transparente con lo que faltaba, algo parecido a lo que hacen los restauradores cuando se permiten añadir elementos ausentes a las partes de época, señalándolos convenientemente. Porque no se trata de actualizar, remozar, como  en el pasado hizo alguna escuela de restauración, sino de marcar la diferencia.
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Imagen de Pompeya con y sin lámina transparente.
En cierto sentido, el Caravaggio más bello será ese que la mafia tiene en su poder, y si lo ha quemado, no digamos.
En el caso del street art, el deterioro no suele deberse al mero paso del tiempo, sino más bien a intervenciones poco atentas o cuidadosas, cuando no ignorantes por completo del interés de la obra afectada.
Una caso paradigmático es de Banksy, cuyos graffiti han sido repetidamente destruidos. El último episodio del que tengo noticia ocurrió hace pocas semanas en Melbourne. He aquí lo que ocurrió a través de las fotos publicadas por Repubblica.
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Allarme Banksy, un'altra opera distrutta a Melbourne
Seguramente, en Londres o alguna otra ciudad marcada por Banksy existen agencias de turismo que organizan recorridos callejeros para ver sus obras. Yo, desde luego, conozco, a alguien que el recorrido lo ha hecho por su cuenta. Lo cierto es que, también en este caso, la emoción del espectador sería mayor si viera lo que queda del Banksy que fue, si experimentara la melancolía de lo que ya no se puede ver, pero se intuye a través de los restos. Además,  ese espectador sentiría la superioridad que produce contemplar a través de ejemplos hasta qué punto los demás, la civilización, son tan bárbaros.
Descubro, por otra parte, que Banksy, como algunas obras de la antigüedad, pasara a la posteridad a través de copias o recreaciones. Por lo pronto, seguidores de la tendencia a convertir obras de arte plástico en escenas vivas ya se han ocupado de hacerlo con graffitis del artista. Así lo ha hecho el fotógrafo inglés Nick Stern:
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti

Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
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Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti
Un fotografo che interpreta Banksy: così prendono vita i graffiti

domingo, 10 de junio de 2012

Momentos Roth, un recorrido personal por 10 obras de Philip Roth. Lo que más me gusta de cada una de ellas: Pastoral americana (II).

- Me casé con un comunista (I).
- La mancha humana (III).
- La Conjura contra América (IV).
- Humillación (V).

- Némesis (VI).



roth12. Pastoral americana (1997):

- La última cena de Pastoral americana, con el abuelo de la niña terrorista, prototipo del sueño liberal americano, escritor, como aquel personaje de Bellow, de misivas indignadas a periódicos, dando de beber leche a una alcohólica, que es la mujer del amante de El Sueco, el inolvidable protagonista de la obra.

- El momento en que El Sueco descubre que el arquitecto pijo, engreído y vacuo, el marido de la alcohólica, se ha ligado a su mujer, la abnegada miss de provincias. Ese instante marca el punto sin retorno, la puntilla, de un personaje cuya peripecia es la parábola perfecta del lado oscuro de la existencia feliz, un ejemplo del caos vital, de la inutilidad de luchar por construir, por sentar las bases firmes de la propia vida. El Sueco, gran atleta, empresario de éxito, hombre cabal,  volverá a casarse y tener hijos, pero eso no se nos cuenta, como si fuera una coda intrascendente. Y todo ello ocurre en  el país de los sueños y con la pericia de Roth para reflejar el sufrimiento.
- Inolvidable es también el encuentro entre El Sueco y la niña de sus ojos, su hija única del primer matrimonio, ex terrorista convertida en una fanática jainita, la incapacidad del protagonista por rebasar los limites de su tolerancia, la pacata contención o respeto liberal, que le impiden acabar con aquello y alejar a su hija de la cochambrosa habitación de aquel cochambroso barrio donde ella se siente destinada a vivir.

- Por último, la aparición, esta vez a contraluz, de un detalle determinante, un pliegue del carácter, o del destino, determinante, tal vez, o eso , al menos, piensa por momentos el protagonista, para la conclusión de la parábola. Es una técnica, la de que algo en principio banal adquieras un peso demedido, sobre la que se basarán las distintas némesis que se narran en otras de sus novelas. A veces, es un momento de debilidad, una pequeña tara, una cesión a la comodidad, un acto a medias inconsciente, pero sobre el que se puede cargar el peso de la tragedia, un tecla que suena y se convierte, mitad en chivo expiatorio, mitad en corolario del drama. En Pastoral americana es el beso en la boca a la hija para que se calle. Tambores freudianos que no chirrían en la narración.



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