martes, 22 de abril de 2014
La buena reputación, de Ignacio Martínez de Pisón: de las familias es el reino del purgatorio.
Martínez de Pisón, Ignacio, La buena reputación, Seix Barral, 2014, 640 págs.
En El día de mañana (2011), Martínez de Pisón contaba el proceso de lumpemproletarización de un emigrante que, fracasado su intento por integrarse económica y sentimentalmente en la Barcelona del final del franquismo y el albor de la democracia, acaba por convertirse en confidente de la policía. El marco histórico político en el que se desarrolla la peripecia se hace presente casi en casa anécdota, de manera que la obra, en feliz sintonía con el contexto que recrea,transmite una ágil y fructífera comunicación entre lo individual y lo colectivo. Además, M. de Pisón se afana por crear personajes de cuerpo entero, en busca de la desconcertante idiosincrasia de quienes pueblan la buena literatura. Quizá, la novela flaquea en las figuras secundarias, con respecto a las cuales el autor muestra cierta tendencia a la simplificación melodramática, presente también en La buena reputación y en Dientes de leche (2008), por más que pueda interpretarse como querencia por una especie de neorrealismo sentimental que no será del gusto de los lectores más austeros. En el caso de Dientes…, muy buena parte de la materia narrativa gira también alrededor de hechos históricos, pero, en este caso la atención está focalizada en torno a los orígenes y desarrollo del Sacrario Militare Italiano (Zaragoza), verdadero catalizador de la trama, símbolo en torno al cual se definen los miembros de tres generaciones de una familia, pues de un interno (urbano) di famiglia se trata. A diferencia de lo que ocurre en El día de mañana, en donde el trasfondo histórico se presenta como determinante, en Dientes… es más un escenario que da profundidad a un estudio de caracteres, crónica de otro fallido proceso de naturalización. El patriarca de la familia, Raffaele Cameroni, carne de cañón de fascista venido a España a luchar por Franco y después afincado en Zaragoza, donde medra, tiene al menos la insuficiente justificación de que le tocó vivir tiempos difíciles. Pisón narra cómo los descendientes, menos acuciados por la necesidad, metabolizan rebelándose una herencia político sentimental podrida, semilla estéril, porque está trufada de tremendas falsedades sublimadas retóricamente.
Las tres obras citadas comparten, por otro lado, una escritura aseada y efectiva, que se carga de intención en el detalle, a menudo emotivo o luminoso (la pincelada Chéjov, en palabras del autor), pero a la que se puede reprochar cierta complaciente prolijidad. Lejos queda Enterrar a los muertos(2005), ejemplo de economía narrativa, antes estupendo reportaje literaturizado que novela como tal. Por lo que a las hechuras se refiere, el ciclo narrativo al que nos estamos refiriendo es de notable solidez. Si se tratara de un mueble, estaríamos ante una gran pieza maciza aunque ligera, terminada con esmero, pero que se inscribe en una tradición que hace más de un siglo alcanzó su culmen y que es ajena a buena parte de las corrientes de la novela contemporánea. Me refiero a aquellas en la que el lenguaje y la estructura intentan reflejar el desconcierto, la disgregación, la alienación, tanto o más que la trama misma. Un rasgo característico de su filiación tradicional, presente de manera especialmente señalada en La buena reputación, es la alternancia de diálogo, narración y análisis, siendo este último aspecto el peor resuelto de la obra, aquel en el que el lector nota menos dotado al autor y cuya aparición hace perder fuelle momentáneamente a la trama, pues se revela como un mero recurso, aunque útil quizá par abreviar una obra que de otra forma hubiera tenido más de las seiscientas y pico páginas que ya tiene.
Tras un exordio efectivo (Prólogo), una especie de tráiler bien montado que sirve para abrir boca, aparecen cinco partes de unas cien páginas cada una, que se presentan bajo el epígrafe La novela de, seguido por el nombre de otros tantos personajes centrales de la obra. No se trata en absoluto de narraciones que presenten puntos de vista distintos sobre los mismos hechos, sino de una especie de puzzle de conjuntos entre los que hay intersecciones y zonas independientes que afectan más de lleno al personaje en cuestión, aunque a menudo se tenga la sensación de que hay algo excesivo en el nombre de los epígrafes, en la medida en la que no es raro que un personaje quede mejor definido en otra de las narraciones que en aquella que aparentemente le está dedicada. El colectivo al que pertenecen todos es una familia mixta, judía, por parte de padre, proveniente de Melilla, y cristiana, por parte de madre, hija de militar zaragozano. Los hijos han recibido una educación cristiana, teñida de cierto judaísmo. La trama se desarrolla en un periodo de tiempo que comprende la madurez, vejez y muerte de los abuelos, Samuel y Teresa, la vida entera hasta la vejez de sus hijas, Miriam y Sara, y la niñez, adolescencia y entrada en la edad adulta de dos de los nietos, Daniel y Elías, desde los momentos previos al final de Protectorado marroquí hasta bien entrados los años ochenta. Una galería de personajes secundarios, a veces muy logrados, como la criada Felisa, las hermanas del Samuel y los maridos de las hijas, completan lo más importante de la tribu novelada.
En un viaje de ida y vuelta circularmente simbólico, la acción principal pasa de Melilla a Zaragoza, con un paréntesis en Málaga. Una de las cuestiones que se tratan profusamente es la vida de los judíos melillenses y el éxodo de miembros de esa comunidad desde Marruecos hacía Israel, en la medida en que, Samuel, el patriarca de la familia, al inicio un creyente poco militante de corazón y acomodaticio con el régimen franquista, pasa progresivamente a dedicar todos sus esfuerzos a salvar correligionarios, ayudándoles en su huida. La cuestión religiosa da juego también en el desarrollo de la historia familiar por el conflicto costumbrista que produce el cruce de creencias. Es tal vez una impresión mía debida a desconocimiento, pero pensando en algunas novelas de Roth o en Bellow, tengo la impresión de que la descripción de rituales, vestimentas y objetos de culto judío no está suficientemente integrada en la narración y más parece escrita para una buena guía turística. En cualquier caso, la historia se presenta, otra vez casi en palabras del autor, como toda una tradicional saga familiar en la que aparecen algunos de los temas ya tratados en El día… y, en particular, En dientes… Entre otros más evidentes, la necesidad de rebelarse, de distanciarse de ciertos comportamientos de miembros de la familia y la no menos imperiosa necesidad de llegar a pactos con esas mismas personas, en un proceso clásico de desarrollo dialéctico de los conflictos, que arrastran impurezas que un día parecieron imposibles de soportar; la aparición de figuras anómalas o ajenas al núcleo familiar que se convierten en portadoras de verdad, como si de ángeles terribles pasolinianos se tratara, pero convertidos en personajes provincianos; el florecimiento de ocultas simetrías de carácter, que convierten aristotélicamente lo anecdótico en típico; el bullir de instintos criminales en el seno familiar…
Y, como fondo, encontramos acontecimientos históricos (ley de divorcio, incendio del hotel Corona de Aragón, hundimiento del barco Pisces), en la línea, por ejemplo, de de lo que en el cine o la televisión han sido la película La meglio gioventù (Marco Tullio Giordana, 2003) o producciones menos elaboradas como Cuéntame cómo pasó. Esos hechos reales aparecen dramatizados e integrados en la acción, al tiempo que se utilizan para enmarcar líneas de fondo, conflictos con tibios ecos de pasión heroica, pues de lo que esconde y de lo que muestra la buena reputación burguesa estamos hablando –Mercedes, la matriarca, sería en ese sentido, una mujeruca, tanto como una oscura deidad vengadora. Se trata de un viaje de ida y vuelta entre lo menudo, la anécdota y el sentido profundo de las cosas. Es como si Pisón, más que novelar la historia a la manera, por ejemplo, de Galdós, no pudiera dejar de acercar lo colectivo y lo personal, pero magnificando lo segundo y cotidianizando lo primero. En ese sortilegio, la progresiva simbolización de los comportamientos humanos aleja la trama de la determinación histórica para proyectarla hacia un limbo ahistórico que parece derivar de una especie de eterno familiar, por más que se trate de la peripecia de una familia burguesa al uso. Quizá, la documentación de base, que parece exhaustiva, el afán de exactitud en las descripciones mañas, no sean sino el peaje que debe pagar la novela tradicional para acercarse al gran drama, el reflejo de la necesidad de proporcionar un cauce verosímil y verificable al río de la vida. Al final, el lector es guiado desde el caso concreto hacía el significado alegórico. La reaparición de los muertos ante los ojos de Daniel se propone como un ejercicio de justicia poética. Si Pisón ha hecho cuentas definitivamente con la tradición novelística de la que se reclama, en el futuro tendrá que buscar nuevos senderos. Me atrevo a decir que La buena… no está a la altura de las grandes novelas contemporáneas -una altura, por lo demás, muy difícil de alcanzar-, quizá, porque la intención de convertir la anécdota en drama sobre la condición humana es demasiado evidente, demasiado explícita, pero está llena de buenas pinceladas, ocurrencias, momentos felices…
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Cuando dices "me atrevo..." te quedas corto, jajaja, dilo claro hombre, Pisón es un neorrealista que raya en la tomadura de pelo, me he estado leyendo El día de mañana y me daba risa de lo mala que era, jajajaja, además ya se ve venir desde las primeras páginas, menos mal que no me la he comprado, porque la he estado leyendo en una biblioteca virtual,
ResponderEliminarsaludos
Gracias por el comentario.
ResponderEliminarEn el neorrealismo, si por tal entendemos el italiano, está llenito de grandes obras. Es seguramente la derivación costumbrista lo que acaba por convertirlo en algunos casos en una fiesta de la banalidad. Pero la mirada neorrealista sigue viva en buena parte de la producción cultural crítica.
Saludos