martes, 1 de abril de 2014

Las habitaciones de los niños, espejos del alma de alguien

“…mientras los niños son pequeños, sus padres se arrogan la prerrogativa de representar a la familia, no solamente en relación con el mundo externo, sino también interna y espiritualmente. Llegan incluso a privar al niño de cualquier derecho a poseer una personalidad propia y de esa forma lo incapacitan para que haga valer a su vez ese mismo derecho” (Kafka,  Lettres sur l’éducation des enfants, en Brod, Max, Kafka, Gallimard, 1945, p. 344-45)

 

Cuarto de concentración. De tal palo tal astilla.

Hay dos maneras de convertir un espacio doméstico en acogedor. Las dos, sin embargo, llevadas al paroxismo, hacen de la casa un infierno. Me refiero al orden y al desorden. El grado óptimo es cosa de cada uno. El desorden en el que se mueve mi hija, a mí, que para mi mujer soy desordenado, me parece extremo. Sin embargo, sigue habiendo mucha distancia entre mi opinión y la opinión de mi mujer sobre esa misma hija que. Aunque los dos nos decantamos por definirla como desordenada, no podemos decir que pensemos exactamente lo mismo. La opinión de mi mujer sobre el desorden de mi hija hay que medirla en magnitudes siderales, de esas que solo entienden los astrónomos. Para mi, es solo un desorden de semanas o meses de abandono, pero no de meses luz.
A su vez, mi hija tiene mi desorden por orden, aunque e veces me concede el beneficio de la duda, sobre todo en cuestión de ropa puesta encima de la silla, pero, por lo general, me desprecia como si fuera un representante de armarios a medida.
Entre mi mujer y yo, el desacuerdo sobre el orden es constante. A veces, acabo de poner las cosas en su sitio cuando me dice, “a ver si pones las cosas en su sitio”. La disculpo pensando en que llevaban tanto tiempo fuera de lugar que quizá ella había creído que el anterior era su lugar de siempre.  Pero es que hay muchos objetos que nunca tuvieron su sitio, de manera que cuando ordenamos es como si por primera vez descubrieran su espacio ideal. Esto pasa muy  a menudo con la ropa y los juguetes de mi hija.

En este intercambio de funciones y papeles noto que nos ocurre lo que Maradona decía del Madrid y el Barça, que cuando uno está bien es porque le ha quitado bienestar al otro y viceversa. Si mujer ordena un espacio compartido, es a expensas mías, alterando mi orden y perjudicando mi salud. Y si, por ventura, una mañana de un fin de semana de invierno, a mí me da por ordenar, resulta que como lo óptimo -porque, cuando me pongo, me pongo de verdad- es enemigo de lo bueno, acabo cagándola, pidiendo una amplia reforma de la casa o una nueva distribución de espacios que implica acudir a Ikea a purgar mis pecados de haragán. 

En fin, que, como decía Villaespesa, cada cosa es del color del cristal con que se mira. ¡Ni les cuento si mi abuela levantara un poco la cabeza, ella que cambiaba milimétricamente los cubiertos sobre la mesa dos o tres veces antes de comer!

En lo que creo que la mayoría de ustedes y yo estaríamos de acuerdo es que este escaparate de una tienda chachi de muebles representa lo menos indicado que se pueda pensar para evocar la habitación de una niña, y hasta de un niño. Parece  una cárcel infantil de lujo, la habitación de un maniaco, el equivalente en cuestión de dormitorios a esos cuerpos de gimnasio que no descuidan un músculo. Y me pregunto, si esto es un orden excesivo, de esos en los que resulta inimaginable el olor humano, cuál sería su equivalente en desorden, el desorden extremo. Me vienen a la cabeza imágenes de la habitación de mi hija, pero como ella se cree ordenada y, por otro lado, mi mujer le atribuye un desorden mil veces superior al que le atribuyo yo, entro en crisis y prefiero no decir nada, no vaya a empeorar el orden de las cosas.

[muebles[8].jpg]

 

Habitaciones infantiles del mundo:

La página de internet de pulplastic.com publica una selección de  fotos procedentes del libro Where Children Sleep, de James Mollison. Las fotos muestran los dormitorios de distintos niños de muy variadas procedencias geográficas y sociales. Desde Kaya, de Tokio, cuya madre se gasta 1.000 dólares al mes en vestirla, pasando por Bilal, el niño beduino que duerme al aire libre con su padre, pastor de ovejas, o la nepalí Indira, trabajadora desde los tres años en una cantera de granito, hasta llegar a Ankhohxet, proveniente de la selva amazónica, que duerme en una cabaña. El libro está patrocinado por Save the Children (Italia).  He aquí algunas de ellas:

Fuente de la foto:

Kaya, 4 años

Fuente de las fotos:

Bilal, 6, Wadi Abu Hindi, The West BankBilal, 6 años

Indira, 7, Kathmandu, NepalIndira, 7 años

Ahkohxet, 8, Amazonia, BrazilAhkohxet, 8 años

 

Douha, 10, Hebron, The West BankDouha, 10 años

Joey, 11, Kentucky, USAJoey, 11 años

Rhiannon, 14, Darvel, ScotlandRhiannon, 14 años

2 comentarios:

  1. Jó, por un momento pensé que ibas a ilustrar tus argumentos con una foto de la habtación de tu hija. Que intriga.

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  2. Hay un guardia de seguridad en la puerta que no deja hacer fotos.
    Saludos y gracias por el comentario.

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