El sueño del enamorado, el del rockero, el del héroe romántico, del artista siempre inspirado, el de la vida sin depresiones, del capitalismo acíclico, pero sin muerte prematura, sin decadencia debida a la edad, sin canas, sin viagras, sin ciclotimias o crisis, sin deterioro por consumos excesivos, eso es lo que simbólicamente ha cumplido un neón de la cafetería Clifton, de Los Angeles. La bendita bombilla, como si con ella no hubiera ido la gran depresión, las guerras mundiales, las guerras neocoloniales, las revueltas de los años setenta, las elecciones presidenciales, ni siquiera los días de cierre semanal, ha estado encendida sin parar durante más de setenta años, el equivalente a 17.000 dólares de consumo. Todo un prodigio pre led que quizá debería llevarnos a valorar aquellos cebadores que, tras dos o tres años, acababan por emitir un pitido continuo desde el techo de las cocinas. Eran como pequeños tubos de medicinas, pero acababan en dos tornillos que había que alojar allá arriba, en el soporte del neón, a una altura a la que casi nunca se subía, cuando los techos de las casas solían ser más altos. El neón, además, no moría de repente, sino que iba dando síntomas de su enfermedad, pérdida de intensidad, intermitencias, ennegrecimiento en los laterales, ruidos metálicos, lo mismito que nosotros cuando vamos cumpliendo años. De los Estados Unidos, tierra de prodigios técnicos y humanos, patria de lo insólito, tantas veces supremamente vulgar, llega esta noticia que, ahora que mis luces, si no a fallar, por lo menos comienzan a tener que ser cuidadas, me inquietará durante unos días y repetiré hasta la saciedad cuando alguien me cuente que se le ha estropeado algo en seguida o hable de la obsolescencia programada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario