- Me casé con un comunista (I).
- La Conjura contra América (IV).
- Némesis (VI).
Pienso a veces que algunas instituciones u organismos que conceden premios de prestigio tienen cierto morro al otorgarlos a personas cuyo prestigio y reconocimiento es muy superior al del organismo o institución que los concede. A nivel mundial, la Fundación Príncipe de Asturias, que es de quien dependen los premios Prícipe de Asturias, no deja de ser una de las muchas fundaciones locales existentes, cuyos objetivos no dejan de ser limitados. Al fin y al cabo, según reza su página web, la Fundación, desprovista de todo fin lucrativo, tiene por objeto contribuir a la consolidación, de acuerdo con los tiempos actuales, de los vínculos existentes entre el Príncipe de Asturias, Heredero de la Corona de España, y el Principado de Asturias –por cierto, a qué se deberá que el término heredero aparezca escrito con mayúscula.
Quiero decir con esto, que, limitándonos a los dos últimos premios de las letras, L. Cohen, el año pasado, y, en otro orden de cosas, Philip Roth, este año, son creadores con una proyección mediática y de una trayectoria más contrastada que la Fundación misma, de forma que, de alguna manera, quien resulta prestigiado es, sobre todo, quien concede, más que quien recibe el premio. Debería existir, quizá, un catálogo razonado de candidatos a los que una fundación está legitimada a premiar, basado en cierta equiparación en el rango. Por cierto, ¿se dignará Roth en venir a recoger el premio, habrá habido negociaciones previas con él en ese sentido?
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