Qué hermoso sería si los programas del corazón optaran por la vía Rohmer hacia el conocimiento. A través lo cotidiano, de eso que en términos braudelianos sería la brevísima duración, Rohmer hace un retrato en acto de sus personajes. Casi todo es pequeña anécdota, Jaramas de clase media parisiense, a veces diálogos con poca sustancia, algo así como un travelling inmenso por las relaciones no peligrosas, un retrato de lo que resume la sabiduría popular en los refranes, pero hecho con extrema elegancia y con un toque de tolerante ironía. Otras veces, hay observación minuciosa, profundidad a partir del detalle. Rohmer deja que sus personajes actúen y nos los muestra (su objetivo, decía, era mostrar) con una pasmosa naturalidad y frescura a través de lo esencial en él, la comunicación verbal. Todo parece sencillo, a veces intrascendente, poco llamativo en cualquier caso, y, sin embargo, las películas suyas, poco a poco, resultan ser un scanner psicológico de cuerpo completo (en sentido figurado, porque los desnudos en sus pelis son escasísimos) de los dramas íntimos y los dilemas a los que se enfrentan nuestros corazones. Supongo que eso es lo que te mantiene atado a la butaca, la sensación de que en las imágenes palpita la misma vida que hay por ejemplo en una conversación entre dos estudiantes que van en el autobús sobre us líos con los de la clase, ese tipo de conversación que a veces me ha hecho pasarme de parada. Rohmer podría ser un emblema de una de las características que I. Calvino deseaba para las obras del siglo XX, la ligereza. Acierta muy a menudo en la elección de las situaciones, en el ritmo con el que avanza la historia, sin estridencias, con ese lado vagamente cómico, a veces esa especie de apariencia de frivolidad que, como algunos vinos, tiene retrogusto.
Y, además, dos de las más refinadas adaptaciones de textos literarios, con dos recreaciones soberbias, por gracia, gusto, detalle, ingenio, del mundo medieval, Perceval el galo, y el neoclásico, La Marquesa de O. La adaptación de L´Astrée no la he visto.
Él mismo en pleno baile:
Les nuits de la pleine lune es la cuarta peli del ciclo “Comedias y proverbios” (Quien tiene dos mujeres pierde el alma, quien tiene dos casas pierde el juicio) y seguramente no es de lo mejor del director francés. En la escena, cosas muy habituales, el que baila, el que no, el que se quiere ir de la fiesta para arrastrar al que no se quiere ir de la fiesta, porque está divinamente en la fiesta, mientras que el que se quiere ir quiere que no esté en la fiesta para que no baile y quizá para que esté a solas con él o simplemente porque no soporta que se divierta el otro. Uno llora, el otro camina con paso militar. El fuerte llora el débil hace gestos de fortaleza.
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