Clica sobre el texto anterior para acceder a una Kate Middelton recortable con múltiples enlaces a información en italiano sobre su indumentaria y otros detalles del bodorrio: que si la alianza está hecha con oro de una mina real, que si en el ramo habrá mirtos de un árbol de la reina Victoria, que si se va a maquillar ella misma. Y también que no hará voto de obediencia, en este otro enlace en inglés.
Supongo que el video de T-Mobile sobre la próxima boda real tiene que ver con todo el desequilibrio latente en el asunto, esa mezcla llevada al paroxismo de ocio y negocio, sangre azul y sangre roja, tradiciones y espontaneidad, mesura y exceso. Será porque la distancia que nos separa de Londres es grande, será porque hablan inglés o será porque es un matrimonio plebeyo, o casi, de segunda generación, pero lo cierto es que por lo menos yo me siento menos amenazado por las revistas, menos invadido por las televisiones, con la atención menos secuestrada, más libre, en fin, de curiosear un poco en los detalles, con menos inquina hacia la novia por meterse en esos berenjenales reales que en la boda de nuestro príncipe. Los novios me despiertan cierto sentimiento de protección, el deseo de que quede algo para ellos, de que no se olviden de que su boda, al fin y al cabo, es suya, como la de todos los demás que se han casado, aunque parezca muy distinta de la boda de la inmensa mayoría. Quizá, mi languideciente sentimiento republicano tenga que ver con la feliz ausencia de aquel personaje omnipresente en la boda de Leticia y Felipe, oficiante, actor secundario, guardaespaldas del alma y siniestro memento mori. Aquí el cura parece más simpático, por lo menos el del video.
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