Por segundo día consecutivo me topo en la prensa con referencias al sexomnio, “un trastorno del sueño que conduce a practicar sexo, en compañía o en solitario, mientras la persona está dormida” (El País, EP3, Sexo consultorio, 9 de julio de 2010). En el caso del sexo en compañía debe entenderse que debe estar dormido antes de acto por lo menos uno de los participantes, y que no vale quedarse frito ni durante ni después. La segunda referencia a este trastorno se encuentra en la reseña que publica el iht de un libro dedicado a distintas cuestiones ligadas al sueño, una (in)actividad cuya función está aún poco clara.
WIDE AWAKE. A Memoir of Insomnia, Patricia Morrisroe. 276 pp. Spiegel & Grau. $25
Hace poco leí que la poetisa Concha Méndez supo que vagabundeaba sonámbula casi tanto como despierta por el rastro de cera de las velas que utilizaba para iluminarse. Cernuda, que quizá la vio por allí, porque pasó en la misma casa el último periodo de su vida, a pesar de lo reservado que era podría haberle hecho notar en un aparte no sé si la inutilidad (quizá lo hacía para disimular), pero sí desde luego el peligro que suponía abusar de las velas durante sus garbeos nocturnos. Recuerdo que, por lo menos como deseo, también existe el sleep-learning de idiomas. Todavía este año he tenido un alumno que lo practicaba con excelentes resultados, según él. Se ponía unos auriculares a través de los que oía una cadena de mantras, noticias, cotilleos, anuncios de compraventa, discursos de gran orador que es Berlusconi, etc, durante toda la noche. Se despertaba algo cansado, en las clases le veía bostezar distraído, pero él pensaba que valía la pena, porque, se te quedan las palabras, la pronunciación y hasta las estructuras sin esfuerzo, comentaba ojeroso. Yo prefiero dormir, aunque tenga que levantarme temprano para estudiar, decían sus compañeros.
Salvo el sleep-murdering de mosquitos, lo ideal sería que se pudieran practicar todos los otros trastornos del sueño bien combinados, hasta llegar al sleep-working, que es algo que, por otro lado, algunos hacen ya muy bien, sobre todo en grado de tentativa. Que un trastorno haya acabado por convertirse en un hábito positivo no debe ser algo raro en el progreso humano. Quizá cocinar los alimentos empezó siendo un caprichito de unos pocos melindrosos y acabó por convertirse en lo que hizo al hombre. No se me ocurren mejores ejemplos, pero intuyo que convertir la necesidad en arte está en la base de la evolución humana. Cuando, por fin, hagamos casi todo dormidos y hayamos invertido el tiempo medio de sueño y vigilia, habremos conseguido dar verdadero sentido a las cosas que hagamos despiertos, que serán de las que seremos verdaderamente responsables. De las 24 horas que dura el día habrá que escoger unas 8 para estar despiertos, aunque a algunos les basten 6 o incluso menos para llevar un ritmo de vida normal. A F. Savater, por ejemplo, con cuatro, más diez minutos después de comer, le será suficiente para desplegar toda su actividad pensante. Parafraseando un libro de microcuentos que no recuerdo bien -lo leí con la técnica del sleep-reading- si, llegados a la hora del juicio final, Madoff, por citar uno de tantos, adujera el calor como motivo de su parte de error en los millones de errores que han provocado la crisis financiera mundial, el improbable jurado que se ocupara de su caso podría decirle, pero para establecer su grado de responsabilidad lo que nos interesa a nosotros es saber si usted estaba dormido o despierto cuando lo hizo. A lo que él podría contestar, en un ataquín de sinceridad, no sé si estaba dormido o despierto, pero les puedo asegurar que estaba soñando.
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