Margot confía en que sus palabras se entiendan en el sentido más amplio, con todo el significado que, para su vergüenza no puede expresar: “Debo decirte lo agradecida que estoy por lo que tú y tu colega estáis haciendo por una anciana blanca y su hija, dos desconocidas que jamás han hecho nada por vosotros sino que, por el contrario, un día tras otro han colaborado en vuestra humillación en la tierra donde nacisteis". (Verano, J. M. Coetzee)
No está escrito en cuaderna vía, pero es un libro de santo de pies a cabeza . En tiempos de Berceo, nuestro excelso hagiógrafo benedictino, las obras de ese género servían a los intereses económicos y propagandísticos del monasterio. El ilustre juglar de la Virgen hacía frecuente referencia al libriello que le servía de modelo para dotarse de autoridad. Carlin se apoya en su propia experiencia como corresponsal en Sudáfrica. Su autoridad proviene de eso que se suele juzgar como trascendental, el haber estado allí, como si Berceo hubiera sido medio colega de San Millán.
Las ediciones española e inglesa del libro: Carlin, John, El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salvó una nación, Barcelona, Booklet, 2010. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.
Playing the Enemy. Nelson Mandela and the Game That Made a Nation, Atlantic Books, Ltd, 2008.
Desconozco qué rango ocupan en el protocolo internacional los altos dignatarios de la Fifa, lo cierto es que el organismo es una suerte de estado trasversal especializado en el entretenimiento. El Vaticano, por ejemplo, aunque estado con todas las de la ley y la historia, comparte con la Fifa ese carácter trasversal. Lo dejo ahí, porque veo un berenjenal a la vuelta de la esquina. Se acerca el final de los mundiales de fútbol que se están celebrando en Suráfrica y al ver el otro día a la reina Sofia sentada en el palco vestida de rojo y con una bandera de España alrededor del cuello recordé el libro de Carlin en el que se cuenta que Mandela asistió a la final de los mundiales de rugby de 1995 vestido con la camiseta de los Springbok, el equipo de que simbolizaba la esencia del apartheid, en un país en que el rugby era un deporte casi exclusivamente de blancos. De que a Mandela echarse el cáliz a la espalda, para más inri con el número del capitán, debió costarle sudores fríos no me cabe duda, aunque en este caso la corona de espinas no rascaba tanto, porque los botones de las camisetas de rugby son de plástico para que no se hinquen en la piel durante los encontronazos. Carlin no rebusca, sin embargo, en la conciencia del santo, sino que presenta siempre sus logros bañados en la alegría, la confianza, la sonrisa. Un enfado un día en que Winnie llegó tarde a un compromiso importante a causa de su peluquero, alguna diferencia de opinión con su prole, el disgusto profundo ante el asesinato de un leader negro amigo y cómo se las tuvo tiesas con un general al que le hizo entender que si el conflicto armado se generalizaba todos iban a salir perdiendo, son las únicas asperezas, si es que así podemos llamarlas, del bendito. Lo otro, la dulzura de carácter, la capacidad de seducción, la habilidad en el trato, la constancia, es lo que ocupa la mayor parte del libro, escenificado a través de anécdotas varias.
Del retrato que Carlin hace de Mandela surge la figura de un padre de la patria, una figura excepcional que si el discurso hagiográfico prospera acabará formando parte del escaso panteón de las grandes figuras míticas de la política, escasísimo si nos limitamos al siglo XX. Quizá el rasgo que unifique a las figuras de los santos laicos contemporáneos de la política es la coherencia radical entre los planteamientos y la acción, el esfuerzo en ser ellos los primeros en dar ejemplo con sus vidas. Incluso la credibilidad de los mitos negativos, desde los genios del mal como Hitler o Stalin hasta brujo democráticos como Berlusconi se basa en esa misma aparente coherencia, en este caso negativa. Genio y figura hasta la sepultura. Quizá el puritanismo que se atribuye a la política americana y que ha truncado tantas prometedoras carreras, haya que leerlo en esos términos, no sólo como mero fruto de un apego melindroso por las apariencias.
El libro de Carlin sobre Mandela es el de alguien que ha sido seducido por el modelo que retrata. Yo soy de natural desconfiado y tiendo a leer la imagen que se ofrece de Mandela más como síntoma de las necesidades de Carlin que como un retrato fidedigno, pero hay en mí un margen de incertidumbre que piensa que quizá sea verdad y que la camiseta que el leader negro llevaba en la final de rugby del 95 no era solo fruto del oportunismo, sino que la había sudado de verdad. Las fotos de Hannah Collins sobre el lugar de nacimiento de Mandela que estuvieron expuestas en Caixaforum abundan en los rasgos de la santidad, sencillez, humildad, austeridad:
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