Parece ser que la edición portuguesa de Playboy ha dado en la diana si lo que quería era provocar un pequeño escándalo que aumentara sus ventas. Resulta que en la portada de su edición de julio aparece una figura que bien podría ser la de Jesucristo con una mujer ligera de indumentos apoyada en su regazo. Los dos están sobre una cama en una posición que recuerda la iconología de la Piedad. El colchón de la cama se encuentra cubierto por una de esas fundas azules adamascadas que quién sabe por qué son tan frecuentes. En la cabecera del lecho aparece la siguiente inscripción, que coincide con el título de la novela de Saramago que tantas suspicacias de la Iglesia provocó: O Evanghelo segundo Jesus Cristo. En el interior de la revista se publica una entrevista de 1995 con el escritor y una serie de fotos más o menos atrevidas que reproduce el diario italiano Repubblica. La estética de las fotos hace pensar en otro tipo de escritor como, por ejemplo, el Fresán de Vidas de Santos, pero poco importa eso. El uso de imágenes o eslóganes religiosos que invitan a un pequeño escándalo como motor de venta tiene una larga tradición. Recuerdo una campaña de Benetton en la que aparecía una imagen de una monja besando a un cura:
(Toscani, 1992) Clica para ver más fotos de Toscani.
O esta otra que juega con el parecido entre Bio y Dio (Dios):
Pero quizá la que más gracia tiene, digo gracia porque esta estrategia comercial es hija de los chistes sacrílegos y productos culturales semejantes, es aquella que sirvió como reclamo a unos pantalones vaqueros hace ya muchos años:
(También de Toscani)
O esta otra, también de Toscani, que apareció en una campaña contra la violencia de género:
Me pregunto si imágenes como estas siguen provocando algún tipo de escándalo. A mí algunas me hacen gracia, porque me gustan los jugueteos retóricos y la descontextualización con respecto al origen del que provienen. Quizá, para un creyente, el posible escándalo radica en el carácter más o menos noble del fin para el que se utilizan. El uso de la imagen de la crucifixión en la última foto, por ejemplo, se podría considerar menos perverso que en los casos anteriores, porque la lucha contra la violencia de género goza de una valoración social positiva. Hasta se podría considerar como un acierto, porque remueve las conciencias. Sin embargo, el uso del acervo común religioso para llamar simplemente la atención con el objetivo de vender corre el riesgo de resultar excesivo, en la medida en que implica una inadecuación entre los medios y los fines y denota una clara falta de escrúpulos. Sin embargo, se podría decir que cuanto más escandalosa es una de estas imágenes más lograda está, en la medida en que si toca una parte sensible de la conciencia de aquel al que le provoca indignación es seguramente porque su reutilización era plausible y se ha hecho aprovechando algún resquicio de significado, una fuga quizá mínima pero real de sentido con respecto al planteamiento original. No en otra cosa se basa el sarcasmo y la ironía, sino en el aprovechamiento de lo que desborda, del exceso de asertividad de los mensajes. Cuando la reutilización carece por completo de coherencia, aunque sea una demoledora coherencia por antífrasis, y no evoca siquiera el mensaje de partida, nos deja indiferentes. Y es que, como es sabido, no ofende quien quiere, sino quien puede. Lo que indigna es un mensaje potencial que se ha conseguido revelar. Antes de no indignarse, como antes de indignarse, habría que pensárselo dos veces, porque nuestra indignación es el espejo de la medida de nuestras inseguridades.
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